Desde finales de los años 70, cuando arrancó “La Guerra de las Galaxias”, se sabe a ciencia cierta que la forma de destruir La Estrella de la Muerte, ese mastodonte interplanetario que transporta al Imperio y toda su maldad, es siempre la misma: desactivar su escudo protector, acceder a ella por un recóndito túnel de ventilación y plantarle una bomba en el interior.
Esto es exactamente lo que le han hecho esta semana a Taylor Swift, lo más parecido a un imperio que ha tenido el mundo del pop desde que dejó de fabricar estrellas a finales de la década de los 80. Así fue hasta el pasado día 18, cuando Kim Kardashian hizo públicas una grabaciones en las que supuestamente Taylor Swift accedía a que Kanye West lanzara “Famous”. La canción, incluida en el álbum “The Life of Pablo”, hace referencia al altercado que tuvieron la cantante y el señor, que gusta hacerse llamar ‘Dios’, en 2009 cuando este último interrumpió un discurso de aceptación de un premio MTV de Swift para recordarle al mundo que él, como responsable del planeta, opinaba que ese premio era para Beyoncé.
Dichas grabaciones las conocía Taylor. Y también su equipo legal, quienes habían estado amenazando aKardashian-West con demandarles si las publicaban.
Cuando Kim, en un acto de violación de la intimidad flagrante y, además, sin que se escuchara en ningún momento de la conversación a Swift aceptando la inclusión en el tema de la frase más polémica —“hice famosa a esa perra”—, disparó al mundo las grabaciones, y el mundo explotó en contra de la autora del disco “1989”.
Se había desactivado su escudo protector, el mismo que la había hecho salir incólume de peleas sobre feminismo y raza con Nicki Minaj, sobre amistad con Katy Perry, sobre venganza con su último novio, Calvin Harris. Todos estos personajes habían mandado sus naves a través de Twitter para desactivar a la más perfecta, blanca y rubia de las estrellas. Y todos habían fracasado.
A sus 26 años Taylor parecía blindada ante cualquier ataque. Cuando se la acusaba de no ser feminista, ella se hacía amiga de Lena Dunham, la creadora y actriz de la serie “Girls” y una de las más locuaces y valoradas voces femeninas del establishment estadounidense. Cuando se la acusaba de escribir canciones sobre sus exnovios, ella respondía con un éxito global dedicado a una examiga. Incluso había logrado llegar al extremo cuando el pasado junio abandonó a un dj escocés que era imagen de ropa interior de una firma de moda (Calvin Harris) para liarse con un actor inglés que parece que va a ser el nuevo James Bond y también imagen de la línea de ropa interior de la misma marca (Tom Hiddleston). Pero desde mediados de esta semana todo esto ya no parecían buenas ideas. Eran pruebas irrefutables de que Taylor nos había estado engañando.
Sin un disco que promocionar, sin una gira que publicitar, sin una marca de la que ser imagen, la cantante se veía envuelta en un embrollo mayúsculo del que nada bueno podía salir.
Las fuerzas rebeldes se alzaban contra ella. Se hizo público que ella había escrito, bajo seudónimo masculino, un tema que Calvin Harris, su ex, había editado junto a Rihanna. En vez de enfrentarse al dj, las redes sociales se volcaron contra ella. De golpe, su perfecta relación con Tom Hiddleston se resquebrajaba. Fuentes cercanas al actor comentaban que este andaba ya harto de que ella insistiera en que fueran fotografiados cada vez que salían. Al cabo de dos días, se rumoró que la relación era falsa. Un montaje. Y el mundo quiso creerlo.
Todo conspiraba en su contra y ni Swift ni sus abogados eran capaces de frenar la inundación. La cantante respondió a Kardashian en Twitter de la forma más cándida posible. Logró 1,65 millones de menciones en tiempo récord. De hecho, el ritmo de los comentarios avanzaba a tal velocidad que Neil McCormick escribía en el diario inglés Daily Telegraph que, en el tiempo que había invertido en redactar el primer párrafo de su artículo tratando de explicar por qué todo el mundo parecía odiar ahora a Taylor Swift, se produjeron 911 menciones más en la red social del pajarito. El emoji más asociado a Taylor ya no era algo mono, sino una serpiente.
Se cae la ‘perfección’
Se había encontrado el túnel de ventilación por el que acceder a la Estrella de la Muerte en el lugar menos pensado: las redes sociales. Ese medio de comunicación, expresión y sobreexposición que la exniña prodigio del country había manejado hasta ahora con tanta destreza en infinidad de ocasiones como ejemplo de ídolo del pop con una política de comunicación de sus intimidades más afinada.
Pero Selena Gomez ya la había superado en seguidores en Instagram y su célebre foto en bañador y a hombros de Calvin Harris caía en la lista de las imágenes con más me gusta en esa red social.
Cuatro días antes de la filtración de Kardashian, la ex de Justin Bieber publicó una foto bebiendo una Coca Cola que logró cuatro millones de me gusta y se convirtió en la más celebrada de la historia de Instagram. El imperio empezó a dar señales de debilidad no viendo en eso un síntoma.
“No quiero estar envuelta en esto. Quiero que me dejen en paz”, escribía al respecto de la polémica suscitada por los Kardashian-West en un intento de retirada tan pobre que parecía armado por alguien que vive en las listas de memes de Buzzfeed. Hace un año se le sugirió desde varios medios que se alejara del espejo público, pues podía estar saturando a la audiencia, que puede ser boba, pero, sobre todo, es impaciente. No lo hizo. Ahora es probable que Taylor Swift deba huir de su nave imperial antes de que esta estalle y se lleve por delante casi una década construyendo la perfección.