México.- El triste final de 5 aventureros millonarios es parte del enigma que encierra la curiosidad de los humanos por ver los restos del naufragio, del Titanic, hundidos en el fondo del Atlántico hace más de 100 años.
Alan Estrada es el único mexicano que estuvo a 3 mil 800 metros de profundidad, viajando con la empresa Ocean Gate; reconoce la fascinación de muchos por observar los restos de una de las naves más poderosas de su tiempo, incluso, habla de una de sus conocidas que pasó más de 40 años soñando con ese momento y ¡lo logró! gracias a la misma empresa que por 4 millones de pesos te lleva a cumplir el sueño.
Desde su descubrimiento en 1985, se mantuvo reposando, inadvertido, pero no lejano a la fascinación de científicos y apasionados del tema.
Desde que Cameron bajó a verlo, sumergido en un submarino ruso, se pensó en la posibilidad de viajar mar adentro con fines turísticos; era un sueño que tenía Stockton Rush dueño de Ocean Gate, quien falleció defendiendo su idea de las inmersiones al Titanic.
Según cita AP, el componente de ambas tragedias ha sido el exceso de confianza y orgullo. El Titanic alardeaba desafiante de que nada podía con él y en las osadas y caras inmersiones de los pequeños submarinos de pago que visitan con frecuencia el pecio del barco percibimos la misma confianza ciega en la tecnología y la misma altivez de reto a Poseidón y su reino. Se han criticado los descensos turísticos al Titanic (no los de investigación, como los que han arrojado la nueva cartografía del pecio) porque perjudican la conservación de los restos y perturban lo que no deja de ser el escenario de una tragedia y el último lugar de reposo de muchas víctimas.
Hace años ya se señalaron daños en la estructura del barco causados por el ir y venir de los submarinos e incluso por la costumbre de posarse sobre los restos.
Del pecio se han extraído millares de objetos que alimentan colecciones, exposiciones y museos, pero quedan muchas cosas aún. Aunque no, claro, el Corazón del mar (la joya de Kate Winslet en la peli), ni la momia maldita que supuestamente viajaba a bordo y que se encuentra tan feliz, y seca, en el Museo Británico de Londres.
Se cuenta que el sonido que nunca olvidaron los supervivientes del Titanic, por encima del de la orquesta tocando y el de los eructos metálicos del enorme barco al hundirse, fue el de esos desgraciados náufragos exhalando su último suspiro a centenares.
Pero, ¿nos mueve más el morbo? este sentimiento puede definirse como la necesidad de ver, sentir, oír, oler o interactuar de alguna manera con lo que socialmente se cataloga como prohibido. Se trata, de una fuerza que impulsa a entrar en contacto con ello y a experimentar placer al hacerlo.
Hoy por hoy, el Titanic sigue siendo motivo de leyendas, historias y vidas perdidas que yacen en un camposanto o en los restos del naufragio.