Por Jim Tankersley, Brad Plumer, Ana Swanson e Ivan Penn para The New York Times en exclusiva para AM 

Si existe un lugar del país que está preparado para recibir la transición a la energía limpia, es la bahía de Penobscot en Maine, donde los precios de la electricidad son altos y volátiles. Allí, la pesca de langosta se ve amenazada debido al rápido calentamiento de las aguas del océano. A kilómetros de la costa, los vientos soplan con suficiente fuerza como para calentar todos los hogares y dar energía a todos los automóviles del estado.

Durante más de 15 años, inspirados por las plataformas petrolíferas, los investigadores de la Universidad de Maine han perfeccionado modelos a escala de turbinas eólicas flotantes. Ahora confiamos en que pueden producir paletas de turbinas en masa con una longitud similar a la de un campo de fútbol americano y llevarlas flotando por kilómetros hacia el océano. Es el tipo de innovación tecnológica de energía limpia que permite una transición mucho más rápida a las energías renovables de lo que muchos creían posible, con la ayuda de funcionarios estatales ansiosos por ser pioneros en una industria eólica flotante.

Un elemento fundamental para aprovechar ese viento se encuentra al final de un arrecife que se adentra en la bahía, en una isla subdesarrollada en gran medida donde las águilas pescan en alto mar y la gente camina con tranquilidad en la sombra. Muchos funcionarios consideran este lugar, conocido como isla Sears, el sitio ideal para construir y desplegar una flotilla de turbinas que podría reducir significativamente la dependencia que tiene Maine de los combustibles fósiles.

A esta idea se oponen grupos ecologistas y residentes del lugar, todos ellos comprometidos con un futuro de energía limpia y preocupados por el rápido calentamiento de la Tierra. Aun así, quieren que el estado elija un sitio diferente para construir su llamado puerto eólico, pues señalan que la isla Sears es un lugar tranquilo, además de un destino recreativo popular y accesible.

En una mañana de verano reciente, un conservacionista que se opone al plan, Scott Dickerson, se sentó en una banca de picnic y predijo que los grupos ambientalistas entablarían demandas para frustrar el desarrollo de la isla, como ya lo habían hecho muchas veces en el pasado.

“Y eso, como te podrás imaginar, hará correr el reloj”, dijo, lo que le costará al estado tiempo valioso que podría ahorrarse buscando en otra parte.

Después de años de altibajos, la transición hacia las energías renovables, como la eólica y la solar, por fin está ganando impulso en muchas partes del mundo, incluido Estados Unidos, que se ha visto alentado por los nuevos subsidios masivos del gobierno de Biden. Pero en todo el país, la mano de obra se ve frenada por una serie de desafíos logísticos, políticos y económicos.

Las interrupciones en las cadenas de suministro han estancado proyectos grandes. La baja tasa de desempleo que ha alcanzado niveles mínimos históricos dificulta la contratación de trabajadores para construir o instalar nuevas turbinas o paneles solares. Las deficiencias en la red eléctrica pueden impedir que la electricidad recién generada llegue a los clientes. Las regulaciones federales, estatales y locales, que incluyen requisitos de permisos que a menudo son bizantinos, amenazan con retrasar algunas construcciones durante años. Así como también lo hacen las batallas judiciales que casi inevitablemente resultan de esas decisiones de permisos.

Estos problemas no son particulares de Estados Unidos. Durante el año pasado, en Europa, los pedidos de nuevas turbinas disminuyeron inesperadamente debido a que los desarrolladores tuvieron que enfrentarse a la inflación y la lentitud en el trámite de los permisos. En algunas partes de China, una fracción cada vez mayor de la electricidad producida por las turbinas y los paneles solares se desperdicia porque la red carece de capacidad. En Australia, las empresas de energía limpia se han quejado de la escasez de trabajadores calificados.

Al mismo tiempo, la construcción de paneles solares, parques eólicos, cargadores de automóviles y líneas de transmisión suele llevar más tiempo en Estados Unidos que en China, India y Europa, según un análisis reciente de la Agencia Internacional de la Energía.

Pero no existe un obstáculo para la transición de energía limpia, con la velocidad y escalada que según los científicos se necesita para evitar un calentamiento catastrófico, más evidente que la creciente reacción adversa por parte de los residentes locales a los proyectos eólicos y solares a gran escala, como el que está afectando a la isla Sears.

El problema se reduce a esto: si los legisladores quieren aumentar las energías renovables de la manera más rápida y económica posible, deberán demoler o construir sobre algunos lugares que la gente atesora.

Si bien el apoyo de los estadounidenses a la energía renovable es amplio, según muestran las encuestas, les entusiasma menos tenerla en su patio trasero. Una encuesta de 2021 encontró que solo el 24 por ciento de los estadounidenses estaban dispuestos a vivir a menos de 1,5 kilómetros de una granja solar; el número se reduce al 17 por ciento para los parques eólicos.

A menudo esa resistencia se origina en la ansiedad por un cambio social y económico más amplio en comunidades donde han vivido las familias durante generaciones. Pero en algunos casos, como en el de las demandas que intentan detener el desarrollo de parques eólicos frente a Massachusetts, grupos que cuentan con financiamiento de intereses del sector de los combustibles fósiles han avivado el miedo. Esas iniciativas son en sí mismas un obstáculo para las energías renovables: un intento de los actores energéticos establecidos de proteger su participación en el mercado, incluso si la economía se ha vuelto en su contra.

Un análisis reciente encontró que a las empresas eléctricas les costaría menos dinero construir nuevos parques eólicos y solares que operen la mayoría de las centrales eléctricas de carbón existentes, un cambio sorprendente con respecto a hace 15 años, cuando la quema de carbón era la manera más barato de generar electricidad.

Pero después de años de rápido crecimiento, el año pasado se registró una desaceleración del 15 por ciento en las instalaciones de energía eólica, solar y de baterías, según la American Clean Power Association, un grupo comercial.

“Hay mucho capital listo para circular”, dijo Gregory Wetstone, presidente del American Council on Renewable Energy, otro grupo comercial. “Pero para poner en marcha estos proyectos, tienes que obtener permiso, tienes que conectarlos a la red, necesitas trabajadores, necesitas acceso a las cadenas de suministro. Todo eso todavía puede ser bastante difícil”.

En Maine, muchos de esos desafíos se concentran en un cuello de botella: los funcionarios estatales no han decidido dónde colocar un nuevo puerto eólico.

Las turbinas marinas necesitan una gran porción de tierra donde puedan construirse y lanzarse al mar. A ese sitio deben tener acceso las carreteras por donde llegarán los camiones de materiales, pero también deben estar al lado de aguas profundas.

Los dos principales contendientes del estado están en Searsport, poco más de 48 kilómetros al sur de Bangor.

Un sitio es un área industrial, Mack Point, claramente visible desde la isla Sears. Es el lugar preferido por muchos lugareños y conservacionistas. La empresa propietaria dice que podría convertirse fácilmente para construir y enviar turbinas en alta mar.

Pero algunos funcionarios ya advirtieron que Mack Point podría tener dificultades a la hora de obtener los permisos necesarios de la Agencia de Protección Ambiental, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército y otras agencias federales para arrastrar la bahía y construir nuevas instalaciones portuarias.

En Searsport, muchos residentes temen que los funcionarios estatales pasen por alto Mack Point, ya que se encuentran en un terreno privado y podrían arrendarse por millones de dólares al año, costos que probablemente tendrían que pagar los clientes de servicios públicos.

La isla Sears, por el contrario, es propiedad del estado y según un acuerdo previo con grupos conservacionistas, dos tercios de sus bosques y playas se convertirán en una reserva natural. El otro tercio está dividido en zonas para un puerto.

Entre quienes apoyan la elección del sitio en la isla está Habib Dagher, padrino de las iniciativas eólicas marinas de Maine y director ejecutivo fundador del Centro de Estructuras y Compuestos Avanzados de la Universidad de Maine, quien sugirió que valía la pena cambiar el espacio abierto existente de la isla por precios de energía más bajos y una reducción en las emisiones de gases de efecto invernadero.

“A todos nos gustaría pensar que podemos tener energía renovable con cero impacto en el medio ambiente; ya saben que eso no es posible, ¿verdad?”, comentó Dagher en una entrevista en su laboratorio de viento. “Entonces, nuestro objetivo y nuestro desafío es: ¿Cómo minimizamos el impacto en el medio ambiente a medida que nos embarcamos en este sistema de energía transformador?”.

La lucha contra el desarrollo en la isla Sears por parte de los grupos conservacionistas tiene décadas; estos derrotaron a una planta de energía nuclear, una terminal de importación de gas y más. Los grupos rechazan la idea de que deben perder esa pelea ahora, incluso cuando lamentan el cambio climático.

Rolf Olsen es un ejecutivo de mercadeo jubilado y un ávido excursionista que navega en kayak y le gusta nadar en la bahía de Penobscot después de cortar la grama de su jardín. Conduce un Toyota Prius blanco eléctrico y es vicepresidente de un grupo llamado Friends of Sears Island, además de haber formado parte de un panel asesor estatal sobre dónde ubicar el puerto eólico, que según él debería estar en Mack Point.

En una caminata reciente, describió cómo sería un puerto en la isla Sears, en lugar de los robles y los abedules.

“Lo imagino en mi mente. Ya sabes, es enorme, plano, altísimo de hormigón y acero. Me entrestece”, expresó.

Pero también le causa tristeza el calentamiento del planeta, aseguró.

“Tengo una nieta de 3 años. Ella tendrá que vivir en un mundo diferente”.

c.2023 The New York Times Company

JFF 

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *