La señora Martha Ramírez García falleció en nuestra ciudad a los 70 años.
También aquí en León ella vio la luz primera, el 26 de noviembre de 1948, aunque fue registrada en San Julián, Jalisco, lo que era una tradición familiar.
Ella fue la quinta entre once hermanos fruto del matrimonio de Gabriel Ramírez García y Mercedes García García.
Sus primeros estudios los realizó en el colegio de Santa Teresita del Niño Jesús, en León, en donde desarrolló la habilidad de declamar.
En su etapa adulta, platicaba con añoranza como los sacerdotes la ponían a declamar, en los cumpleaños de algunos de ellos, y era capaz de repetir completo su recital de niña.
Fue en esa edad en la que surgió en ella el sueño de ser monja, y debido a que aún no sabía hablar correctamente, mencionaba que quería ser “mandecita“.
“Sin duda hubiera sido una monja activa, creativa, rebelde y servicial. Sin embargo, su sueño de ser “mandecita” cambió cuando conoció, a los 15 años, a quien posteriormente sería su esposo, Juan José Loza Vallejo“, nos dijo su hija mayor, Gaby.
Con ese ganadero de corazón y profesión procreó 4 hijos; Gabriela, Marcela, Juan José y Juan Pablo, quienes a su vez le regalaron 4 nietos; Bárbara. Joaquín, Salma y Vicente.
Su vida como esposa y madre fueron “sazonadas” con su pasión que era la de cocinar.
Cada día había un menú para su esposo y otro para sus hijos, dando gusto a todos, “la cocina fue su centro de operación, diversión y convivencia con su familia”.
“Sin duda ella tenía el poder de manejar el tiempo, porque era capaz de cocinar, diariamente, comida de sueño, llevar a sus 4 hijos, en algún tiempo, a 4 escuelas distintas, recibir cada día a su esposo, ya muy tarde, para darle de comer, apoyar en las actividades del seminario, confeccionar algún vestido para sus hijas, o el vestido de novia para sus hermanas e incluso, como llegó a suceder, su propio vestido de novia“, recordó Gabriela.
Si de algo se acordarán las personas que la conocieron, será de su actitud de servicio, ya sea a la familia, a las amigas, o a los religiosos de la congregación de los Misioneros de la Natividad de María, a quienes les organizaba y preparaba la comida para sus retiros espirituales.
Ella nunca dijo “no puedo” o “es difícil”, su actitud le permitía sacar adelante cualquier situación que se le presentara. Martha fue una mujer adelantada a su época, carente de miedo o apatía.
En su funeral, se manifestó la simpatía y el cariño que las personas le tenían. La administradora de la funeraria comentó con sorpresa que su sala se había convertido en un jardín, al grado de tener que abrir un segundo espacio para recibir a la familia y amigos que fueron a despedirse.