Desde que tenía cinco años de edad, Agustín trabaja pepenando basura en el Tiradero Municipal, su hijo eligió seguir el mismo camino que su padre.
No tienen vacaciones porque viven al día con el dinero que ganan cada jornada recolectando botellas y artículos de plástico.
Todos los días a las 7 de la mañana caminan entre montones de basura para obtener los envases para venderlos a empresas de Irapuato y Silao, a 3 pesos el kilo.
Diario tienen que pepenar al menos 50 kilos de botellas para poder ganar 150 pesos.
Los días que no les va muy bien, apenas ganan entre 50 y 70 pesos en jornadas de 9 o 10 horas y cuando se descomponen las máquinas que compactan la basura en el tiradero, los 80 pepenadores que subsisten de ese lugar se tienen que cooperar para juntar 4 mil pesos y rentar por dos horas maquinaria particular para seguir trabajando.
“Hace 35 años empecé a trabajar en el Tiradero, venía a traerle lonche a mi papá que trabajaba en la pepena y me quedaba a ayudarle, desde entonces trabajo aquí. Mi hijo se acaba de casar y también se viene a trabajar conmigo para mantener a la familia, porque es nuestra forma de vida para subsistir y aquí seguiremos hasta que exista el basurero”, añade Agustín Hernández.
El Tiradero Municipal es fuente de trabajo de personas que vienen a la Capital de comunidades de Silao para ganarse la vida recolectando residuos de plástico, que luego venden para reciclaje y elaboración de artículos como alfombras y recipientes.
“La gente dice que nosotros andamos en camionetas y tiene razón pero son de modelo muy antiguo, apenas sirven y las usamos para venir a trabajar”, dice Anselmo, que forma parte de los pepenadores con más años de trabajo.
Todos los días ayudan a las labores de recolección de basura y cuidado del contenedor colocado en la zona Sur de la ciudad, para que la gente no arroje los desperdicios fuera de la góndola y le prenda fuego.
Para esa labor comisionan a cuatro compañeros, quienes ese día reciben una cooperación económica para que no pierdan sus ingresos de la jornada.
A las 4 de la tarde, después de haber pepenado entre 50 y 70 kilos de botellas de plástico, los 80 hombres y mujeres con los zapatos, la ropa y sus manos sucias por la extenuante jornada, abandonan el basurero de Guanajuato, se van como llegaron, caminando entre montones de residuos, en el polvo, el mal olor y desechos humanos pero se van listos para regresar mañana.

RONDAN LAS ENFERMEDADES

Día con día, mientras acomodan los grandes costales donde colocan el plástico, los pepenadores están preocupados porque pueden contraer una enfermedad, un contagio grave, porque entre las bolsas y cajas con basura hay vidrios y jeringas contaminadas.
Los más jóvenes usan guantes pero no son lo suficientemente resistentes para protegerlos de un filoso vidrio o la aguja de una jeringa con residuos de sangre.
Muchos de los trabajadores con más experiencia, los que han pasado toda su vida pepenando, no usan guantes, dicen que ya saben el procedimiento para destazar las bolsas, las cajas y cualquier objeto que llega al tiradero lleno de desechos.
Casi todos usan cubrebocas para evadir un poco el mal olor que emana de las montañas de desechos y para cubrirse un poco del intenso frío de las mañanas.
“No podemos dejar de trabajar un solo día porque sería un día sin ganar dinero, eso sí, respetamos nada más el Viernes Mayor de la Semana Santa y el 12 de diciembre para festejar a la Virgencita, para hacerle su fiesta en la capilla que tenemos a un lado del Tiradero, el resto del año trabajamos sin descanso, sin vacaciones, nosotros no nos podemos dar ese lujo.
“A la semana ganamos entre 700 y 850 pesos y eso no nos alcanza para mantener a nuestras familias, por eso cinco pepenadores construyeron sus casas con láminas y cartón porque no había más donde vivir”, platica Enrique Ibarra, integrante de la Asociación de Pepenadores ‘Libertad’.

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