Guanajuato, Guanajuato.- “Fue impresionante la destrucción. Era de noche. No había luz en Acapulco. Solo la luz de los vehículos y las torretas iluminando los edificios, eran literal, como una ciudad zombi”. 

“Yo no estaba preparado para ver ese escenario. Yo nunca había visto algo así. La poca gente que todavía se veía, iba con poca ropa cargando algún objeto, patrullas pasando. Fue algo muy abrumador”. 

Esas fueron las primeras escenas que vio Arturo Magos Rangel a su llegada a Acapulco el 27 de octubre por la noche, dos días después del paso del huracán Otis, que desde la medianoche del 24 y madrugada del 25, arrasó con todo en esa playa turística. 

En ocho años como paramédico nunca se había enfrentado a un desastre de esa naturaleza y de esa magnitud. 

Él es licenciado en Enfermería, uno de los 22 elementos médicos de la brigada del Sistema de Urgencias del Estado de Guanajuato (SUEG) que acudieron en auxilio de los damnificados del peor huracán que hayan visto las costas mexicanas.

Llevaban dos ambulancias, dos vehículos de rescate, una camioneta pick up para cargar cosas y una unidad médica móvil con un consultorio portátil.

También llevaron material de curación, medicamentos, pero lo más importante un equipo compuesto por 5 médicos,2 enfermeros, 2 epidemiólogos, 2 verificadores sanitarios, 9 paramédicos, y 2 promotores de salud.

En entrevista con AM, Arturo Magos cuenta la experiencia que vio y vivió dando atención médica.   

 

Vicisitudes desde el principio 

 

Partieron desde las 7:00 de la mañana de ese día, pero desde que llegaron a Chilpancingo, la capital de Guerrero, ubicado a una hora y media de Acapulco, ya no había nada de víveres que comprar, ni gasolina. 

No llevaban reserva de combustible y al principio no consiguieron, batallaron, pero al final lo lograron para continuar hasta el puerto.

Cuando llegaron a la Base Naval, en Acapulco, ni los esperaban porque no sabían que iban a llegar, pero tampoco había lugar para albergarlos. 

Así que se quedaron a dormir, en la calle, literal, dentro de los propios vehículos, afuera de las instalaciones navales, porque aunque no están diseñadas para que nadie duerma ahí, se durmieron en los asientos, era el lugar más seguro.  

“Al día siguiente, ya con la luz del día más la segunda impresión, poder ver ahora sí cómo estaba todo destruido, literal”.  Se fueron entonces a la Base Aérea Naval, una instalación diferente, donde sí los recibieron. 

La Sedena los envió a trabajar a varias colonias urbanas y comunidades rurales llamadas Renacimiento, Pie de la Cuesta, Llano Alto, Llano Viejo, todas alejadas de la zona turística. 

Empezaron con las atenciones, que fueron consultas por malestares y curar heridas, pues desde el momento mismo del huracán personas se habían herido y como los hospitales y clínicas quedaron inservibles por la falta de luz, no se había curado en tres días. O se habían herido tratando de limpiar su espacio. 

Brindaron ayuda cómo pudieron. Foto: Cortesía Alfredo Rojas.

Alfredo Rojas Galván, también Licenciado en Enfermería, con 10 años de experiencia en el SUEG, también en entrevista con AM, recordó que empezaban a trabajar a las 8:00 de la mañana y terminaban entre 4:00 y 5:00 de la tarde.

Porque tenían la orden del Ejército de estar en la base a las 6:00 de la tarde – las 6:30 se ponía el sol-, en virtud de que como la ciudad seguía sin luz eléctrica, por seguridad se tenían que resguardar temprano, para evitar que les pasara algo. Por la misma razón, siempre eran acompañados por grupos de siete u ocho soldados. 

En su recorrido hacia los lugares donde fueron a trabajar, observaron pérdida de casas, hechas en su mayoría de láminas y madera, porque son materiales frescos para el calor que hace allá. Todo eso voló o se destruyó 

Los postes de luz y de teléfonos estaban caídos. En general no había servicios básicos. 

 

Gente deambulando hacia ningún lugar

 

“Como llegamos casi al principio, los ríos se habían desbordado sobre las carreteras, que estaban llenas de lodo. Había familias caminando hacia ningún lugar. Cuando llegábamos a donde nos íbamos a instalar, se nos acercaban para ver qué traíamos”, recuerda Arturo Magos

Pero no llevaban nada que pudieran darles, ni agua, porque los damnificados pedían mucha agua. 

“Durante las primeras horas del día era mucha gente la que andaba en la calle. Como yo lo veía era que iban a buscar algo de comer o para beber”, agrega. 

Lo que Alfredo Rojas recuerda haber visto es mucha gente resguardando sus comercios con lo poco que había quedado después de los saqueos de los primeros días. 

“Letreros de: aquí ya no hay nada, letreros de: lugar saqueado. O lo que había ya lo donamos, para evitar que siguieran saqueando. Era impresionante. De 20 locales, 19 y medio estaban saqueados. Desde la zona diamante hasta el viejo Acapulco, nada quedó en pie”.

Más allá de la Costera y la zona turística, los daños fueron también brutales. Foto: Cortesía Alfredo Rojas.

La insulina se echó a perder a los diabéticos

 

Ya en su trabajo en las unidades médicas que llevaban, Alfredo recuerda que atendieron gente de todas las edades con todo tipo de padecimientos: que no se podían valer por sí mismos, cortados a los que había que hacerles curaciones y suturas. 

Gente descompensada, es decir, con el azúcar baja o alta, hipertensos, hipotensos, alguno inconsciente y los tenían que estabilizar. Atendían a más de 200 personas diarias. 

Recibieron a muchos niños cortados de sus piecesitos, que no habían comido en los tres días desde la tragedia. Incluso hubo tres bebés que nacieron durante el huracán, pero que se encontraban bien porque habían sido amamantados por sus madres, solo tenían una ligera deshidratación y los tuvieron que limpiar. 

Llegaban también a las unidades médicas del SUEG diabéticos que necesitaban insulina, pero como no había luz en el puerto y las temperaturas eran altas, y la insulina necesita estar refrigerada, sus reservas se habían echado a perder

Estas personas preguntaban si el personal médico tenía insulina refrigerada, pero no llevaban. 

Los damnificados se iban a dormir a los albergues que fueron habilitados en comunidades o espacios amplios. Algunos se quedaban en sus casas resguardando lo poco que les quedó. 

Otro problema que era parte del panorama cotidiano era el permanente olor a basura descompuesta y animales descompuestos. 

“Los que trabajamos en esto no somos quisquillosos, pero este era un olor muy penetrante. Vimos montones de basura acumulada, montones muy grandes. Cuando íbamos por la calle, teníamos que ir evadiendo los montones. 

“El Ejército desde el primer día iba limpiando las calles, haciendo la basura a un lado, pero nadie recogía la basura”, recuerda Arturo Magos

Los paramédicos del SUEG también apoyaron en las evacuaciones aéreas de pacientes graves que ya estaban hospitalizados pero en lugares inadecuados por falta de luz. Foto: Cortesía Alfredo Rojas.

 

La Marina también estaba damnificada

 

A pesar de que sí el personal del SUEG sí fue albergado en la Base Aérea Naval, también ellos sufrían carencias. 

“Nos dijeron: se les va a dar refugio, pero tengan en cuenta que también somos damnificados”, nos dijeron, cuenta Arturo.

Porque se les volaron los techos de los hangares, que eran de lámina, se quedaron sin luz, igual que toda la ciudad, por lo tanto, utilizaban una bomba de gasolina para generar luz, pero se apagaba a las 9:00 de la noche, para no gastar tanta gasolina. 

Ellos tienen un pozo de agua, se prendía la bomba para sacar el agua y aprovechamos para lavar la ropa, hacer nuestras necesidades y ya”. 

“A las casas de ladrillo les volaron los tinacos. De ocho tinacos que tenía la Base Naval, les volaron seis y solo les quedaron dos. Vimos muchos tinacos tirados en la calle”. 

Compartieron el espacio con un pelotón de 200 mujeres de la Guardia Nacional que llegaron a ayudar. Pero durante la semana que permanecieron ahí, ningún otro Estado mandó brigada de ayuda médica que ellos hayan visto.

Los paramédicos del SUEG aseguran en la entrevista con AM que todos los días vieron que la Sedena estuvo ayudando a la población con el Plan DNIII. Montaron cocinas comunitarias con letreros con los horarios en que las servían. Tenían también purificadores de agua para que la gente fuera a llenar sus garrafones. 

“La realidad es que andaban por todos lados, llevaban maquinaria impresionante para limpiar las calles y carreteras, camiones de volteo para sacar escombro. Nos tocó ver que llegaba gente de Sedena o gente por su cuenta a donar víveres a la gente”, dice Alfredo Rojas.

El impacto del fenómeno fue brutal. Foto: Cortesía Alfredo Rojas.

Toda esta destrucción no se la esperaban los acapulqueños porque sí sabían desde dos días antes que iba a llegar un huracán, pero no de la magnitud de Otis.

“La versión de la gente fue que esperaban uno de categoría 3, con lluvia, pero no con vientos y ráfagas de viento de 220 y 230 kilómetros por hora. Sí lo esperábamos, bajito, dijeron, porque para ellos que llegue un huracán es como para nosotros que llegue el Cervantino”, agrega Arturo Magos

La brigada médica del SUEG estuvo desde el 27 de octubre hasta el 3 de noviembre en Acapulco. Hasta el 1 de noviembre habían dado un total de mil 59 servicios individuales a los afectados.

LALC

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