Para no deteriorar el estado actual de las cosas se necesita la evolución. No sólo para mejorar sino para evitar la decadencia natural de lo que no se cuida. Deje una casa sin limpiar, un auto sin mantenimiento y verá pronto que el orden de las cosas se deteriora cuando no hay cambios.

Lo que escuchamos todos los días en las voces de empresarios, profesionistas y gente que vivió las épocas negras del populismo, son ideas de un caos irreversible si llega Andrés Manuel López Obrador. 

Morena será el viejo PRI pero recargado, lleno de prebendas, corrupción, arribismo, cargadas y, lo peor, el regreso al pasado. Con algo nefasto, todo el poder concentrado en una sola persona que no escucha.

En un ejemplo de esa Teoría del Caos, aplicada al arribo de El Peje a la presidencia tiene una secuencia donde estaríamos predestinados a la dictadura perfecta; a la involución política y el desastre económico. 

Al tratar de cumplir promesas, El Peje presidente distribuiría dinero a tontas y locas entre jóvenes sin empleo, jubilados, sectores sociales desprotegidos y proyectos improductivos. Al perder el balance las finanzas públicas vendría inflación. La baja inversión de los empresarios traería desempleo y el Banco de México elevaría las tasas de interés para frenar la carestía. El Peje presidente tendría el control del Congreso, quitaría la autonomía al Banco de México, comenzaría la impresión de dinero que llevaría a un control de Cambios como el de Venezuela. El Peje presidente culparía a los norteamericanos, a los sacadólares, a los empresarios y a la mafia que perdió el poder. Sería el mayor compló de la historia. 

Vendrían entonces más devaluaciones, más inflación y pobreza. Para compensarlo, El Peje presidente usaría el poco gasto público disponible para apoyar con despensas, dádivas y aumentos salariales extraordinarios para las mayorías. México tendría la peor fuga de capitales y de cerebros de su historia. Un Peje presidente enfurecido congelaría rentas, precios y trataría de castigar a los especuladores y a los empresarios ventajosos que “lucran con el hambre del pueblo”. 

Nublado su juicio por el fracaso de políticas económicas fraguadas en su imaginación, se lanzaría, como Luis Echeverría a una nueva reforma agraria. Restablecería el ejido y las tierras comunales, desaparecidas en los cambios evolutivos de Carlos Salinas de Gortari. 

La involución sería tan grande que los funcionarios públicos capaces desertarían por los sueldos recortados, por la falta de incentivos para crecer. Entonces esos cargos se plagarían de zánganos y fósiles de universidades públicas, de exdirigentes sindicales del CNTE o luchadoras sociales como Nestora.
 
Hay mil formas de imaginar el caos, de pensar en lo peor y no estar preparados para ello. 

La verdad, solo pienso que no pasará nada cuando llegue El Peje presidente. El país andará con la parsimonia de su lenguaje en manos de una nueva “comalada” de burócratas. 

Ningún proyecto de El Peje presidente tendrá vigencia en el Siglo XXI. Por su mente no pasan los conceptos de productividad, modernidad tecnológica, meritocracia, transparencia o evaluación del desempeño. 

Eso es lo malo para México: lo más probable es que no pase nada y en ese estado plano, estático, ingenuo, incompetente, el país tardará otros 12 o 18 años en recuperar el tiempo perdido del próximo sexenio. 

El caos, no lo creo; una nueva dictadura perfecta, tampoco. La mayoría de los que no votaremos por él, tendremos que luchar para que ese horroroso caos no suceda.

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