Muchos empresarios están enfurecidos por el resultado de las encuestas. Además sienten miedo. Hemos vivido crisis increíbles por la estupidez de los gobernantes “iluminados” que, en decisiones unilaterales, tumbaron la economía, la paz y la tranquilidad del país. Hoy ven en AMLO una amenaza real y ya algunos meditan cómo escapar de otra crisis antes de que suceda.
Tal es su desesperación que reúnen a sus colaboradores, les dicen que el futuro con El Peje será negro y que si llega hasta podrían cerrar sus negocios, romper el cochinito y con todo y familias irse a otro lado, tal como lo hicieron los empresarios de Venezuela cuando previeron la catástrofe que se veía en el horizonte.
Sin embargo es una forma de presión de resultados dudosos. Cualquier presión o chantaje resulta contraproducente, sobre todo cuando en el estado lo que falta es personal. Una presión que subiera de tono y pidiera fotos de la boleta marcada por Anaya (el segundo en las encuestas), se convertiría en un delito electoral y laboral.
La forma de gobierno corporativo de las empresas no puede trasladarse a la democracia participativa de una nación. Ninguna amenaza es válida cuando se invade el territorio del derecho a votar en libertad y sin coerción alguna. Sabemos de las historias negras de los sindicatos charros, del corporativismo en las paraestatales y la compra del voto. Debemos luchar por dejarlo en el pasado.
Aspiramos ser un país desarrollado de mujeres y hombres libres, con capacidad para decidir por nosotros mismos. Cierto que falta camino por recorrer pero no hay otro. Es probable que en los últimos días de campaña los organismos empresariales tengan la tentación de incidir en la voluntad del voto de los trabajadores de México. Como la libertad de expresión es sacrosanta, nadie puede impedir a un empresario hacer públicas sus preocupaciones y su visión de un México gobernado por El Peje. Pero hay una línea delgada que no se debe cruzar y se llama coerción o amenazas. “Si gana el Peje cierro la fábrica me voy a San Diego o a Houston y se acaban los empleos”. Sería una presión desmedida ante el destino que no lo deciden los empleados de la fábrica más grande de Guanajuato, ni siquiera el grupo de empresas que más empleo dan.
Si se convierte en un movimiento nacional, habría una división enorme, una herida profunda entre la voluntad popular de quienes hoy encabezan las encuestas y el sector empresarial.
Siempre el empresariado pide libertad de emprender, libertad de mercados, libertad de creencias y de educación, cómo puede tratar de imponer ideas y temores a sus colaboradores.
Confieso que incluso en familia hemos votado distinto a lo largo de los años. A veces unos nos equivocamos y otros dicen “te lo dije”, pero siempre prevalece el respeto y el cariño. Lo mismo debe suceder en las empresas y en la nación. Nadie merece ser denostado, segregado o amenazado por su elección. Por más mal que nos caiga un candidato, no debemos trasladar esa antipatía a quienes lo apoyan. Y si no sale nuestro gallo, tenemos que hacer oposición inteligente, como lo tratamos de hacer aquí desde hace 40 años.