Todos en algún momento de nuestras vidas hemos puesto el mayor esfuerzo en pegar algo roto, tal vez porque a todos nos ha pasado que se rompe entre nuestras manos aquello que nos gusta mucho, o a lo mejor eso a lo que estamos muy acostumbrados, nuestra zona de confort, eso que le hemos dado mucha importancia, damos por perdido aquel juego en el que invertimos todas nuestras canicas, así que sin rendirnos intentamos pegarlo.
A partir de ese momento empieza a correr el tiempo de más, olvidamos que lo que pegamos dejo de estar completo, y aplica para todo, relaciones, trabajo, casa, vida, objetos, y tal vez es porque no nos damos cuenta que todo esta en nuestra vida por un tiempo, para cumplir un objetivo, para permitirnos trabajar, para enseñarnos, pero no nos pertenece, no es eterno y sobre todo recordemos que todo crecimiento implica cambio, solo algunas personas van cambiando a nuestro ritmo, algunas siguen compartiendo los mismos objetivos otros no, y está bien.
Queremos pegar a como dé lugar lo roto, no importa que se nos vaya la vida en ello, que perdamos tiempo valioso, que dejemos pasar mejores oportunidades, es completamente entendible esa reacción si consideramos que nuestra mente se invade de pensamientos de incertidumbre, jugando a ser adivinos, podemos vislumbrar un camino terrible, perdida, inseguridad, vacío, damos por hecho que seguiremos con vida el tiempo suficiente para ser infelices, para no volver a encontrar a otra persona que comparta nuestro camino, no encontrar trabajo, o simplemente no volvernos a sentir parte de algo.
No es que seamos dramáticos, más bien tenemos miedo, miedo a arriesgarnos y que no funcione, a perder lo que aparentemente es seguro, a ser criticados, a que los demás se enojen, a romper con lo que los demás esperan de nosotros, y nos aferramos, prolongamos el tiempo de un final, olvidando por completo que lo que se va a ir, se irá.
Cuando ponemos demasiado esfuerzo conflictuamos a la línea continua de los hechos, impidiendo que florezca lo que debe florecer, ocupando espacios que no corresponden, impidiendo que llegue lo que tiene que llegar.
Es como querer a como de lugar llenar una pieza de un rompecabezas con algo incorrecto, se fuerza, se daña y seguramente arruina todo, el contener impide fluir, si aplicamos estos pensamientos a los momentos actuales, entonces podremos darnos cuenta que muchas personas están aferradas a la convivencia y sistemas que se llevaban en un pasado, como por ejemplo los de enseñanza, dejando de la lado la oportunidad de ser competitivos a nivel tecnológico, hoy en día muchas personas que no se habían dado el tiempo de manejar la computadora o el celular como instrumento de comunicación, de trabajo y de investigación han tenido que adaptarse a las nuevas tecnologías de manera abrupta.
En ocasiones es necesario dejar que todo se derrumbe, se rompa, solo así nos forzamos a seguir, permitimos que llegue algo nuevo, damos espacio a lo que viene, y, sobre todo, solo así nos damos la oportunidad de experimentar lo que queremos.
Dejar que algo se rompa no es malo, a veces ya está muy roto y solo nosotros pensamos que no es así, aferrarse es prolongar la agonía del sufrimiento, es retardar el progreso, es pedir a como de lugar a la vida que nos mantenga en una lección dolorosa de algo que no queremos aprender, insistir e insistir y dar de vueltas, provocar el sentirse perdido, afianzar los miedos y perder el tiempo.
El final no ha llegado, esto no se acaba hasta que se acaba, no te llenes de cosas rotas, agradece el tiempo que estuvieron contigo y déjalo ir, dale su espacio a lo que va a llegar, te aseguro que de la experiencia no te vas a arrepentir.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.