Me he vuelto adicta a bailar y cantar con mis sombras. Con eso que durante años no me atreví a ver y estaba ahí. Con lo que un día creí que estaba mal, que debía ocultar y rechazar.
Dejé de perseguir al conejo para, por fin, encontrarme conmigo. Me cansé de ir a ninguna parte, de hacerme pequeña para caber por puertas que no eran mías y que, en ocasiones, no supe por qué elegí.
Me di permiso de asomarme al fondo de lo que parecía la más grande locura; de adentrarme en ese viaje personal (que no termina nunca) y observar, con exquisita calma, lo que iba apareciendo frente a mí.
Y no es que en otro momento de mi vida no lo hubiera intentado. Había recorrido ese mismo camino pero envuelta en juicios, señalando como buenos o malos a un montón de fantasmas que deseaba desaparecer. Y es que no había entendido que solo a la luz del amor se puede entrar en ese mundo de sombras.
A veces, tenemos una imagen distorsionada o incompleta de nosotros mismos, que comienza a equilibrarse en la medida que nos permitimos ver, no sólo las maravillas, sino también nuestra oscuridad. Y eventualmente, un día, reconocer que sí somos eso, pero que somos mucho más.
¿Cuántas veces hemos querido ocultar o anular lo que somos, en lugar de agradecerlo y convertirlo en nuestro aliado? ¿Cuántas más hemos juzgado como incorrecto algo en nosotros, que en realidad nos ha ayudado a llegar hasta acá? ¿Cuántas veces nos hemos dado permiso de cuestionar incluso nuestras creencias más profundas para poderlas transformar?
Al deshacernos del juicio, todo se convierte en una posibilidad. Logramos crear para nosotros posibilidades infinitas que antes ni siquiera eramos capaces de reconocer. Porque podemos elegir en todo momento, desde un lugar distinto.
Entonces recibimos uno de los regalos más hermosos del desarrollo personal: aprender a observarnos desde el amor y aceptar quiénes somos. Porque solo cuando aceptamos, empezamos a sanar.
Y así, en medio de ese viaje al país de mis sombras, decidí hacer un alto. Me regalé el tiempo y la pausa. Dejó de tratarse del conejo y empezó a tratarse de mí. Empecé a contemplarme con calma y fui paciente para que el gato se mostrara por completo y pudiera enseñarme un poco más.
Descubrí que cualquier transformación personal lleva una dosis alta de sanación, paciencia, conciencia y amor. Aprendí a dejarme guiar por mis maestros. A ver en cada persona un espejo. Abracé mis miedos, aprendí a atravesar mi dolor, a trascender mis heridas y aceptar que es un proceso que no termina jamás.
Cada día, podemos elegir crear una vida más ligera, divertida y grandiosa. Cada día podemos conectar con nuestro ser infinito y escuchar su sabiduría. Cada día podemos observarnos y liberarnos de eso que ya no somos, de lo que ya no nos funciona; soltar lealtades que creamos de manera conciente o inconsciente, y que a veces nos impiden avanzar. Cada día podemos crear algo distinto.
Porque somos evolución, somos transmutación, somos movimiento. Somos una potencia credora. Y sobre todo, somos amor en acción.
¿Qué pasaría si te dieras el permiso de reconocer y jugar con tus luces y tus sombras en toda su grandiosidad?
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La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.