No hay cosa más estresante para una persona de la comunidad LGBT+ que pensar en el día que tienes que hacer frente a tu familia, amigos y sociedad en general para “salir del closet”, un evento casi tan importante como el día de tu bautizo, porque nadie lo olvida y siempre hay anécdotas para la posteridad.
Este acto ha sido importante y debería dejar de ser necesario, pues nadie dice: soy heterosexual, se asume y punto, así debería ser con las demás personas, que no te sorprenda si a tu mejor amigo lo vez saliendo con otro chavo, entiende que es homosexual y no hay nada más que cuestionar. A pesar de lo estresante que puede ser confirmar tu orientación sexual, es un acto de valentía, liberación y aceptación, pues a partir de ese momento dejas las máscaras, no hay nada que ocultar, todo queda claro ante todos y sólo queda mirar para delante y dejar que se queden atrás quien en ese momento no alcanzan a entender la situación, si desean alcanzarte en el camino, se les esperará, pero si no pueden, ahí se quedarán, en el rincón de la intolerancia.
Sin embargo, no todos salen del closet, hay quien se la vive ahí o peor aún, viven en un ropero, esto a manera de evidenciar que la salida del closet puede ser un concepto que sólo aplica para algunas personas privilegiadas (aunque no deja de ser menor la problemática), pues en el barrio pobre en donde la pobreza y el trabajo duro no dejan tiempo para otras cosas, el ser homosexual o trans puede ser más duro de vivir.
Cuando se habla de transexionalidad, se busca hablar de los múltiples factores que dan contexto a una persona, vivir ocultando parte de tu personalidad causa desdicha y mucha frustración, hay quien lo oculta o al menos sus privilegios le ayudan a tener respiros yendo a lugares o teniendo amigos con quienes compartir su situación, pero cuando no hay privilegios, no queda mucho más que soportar y resistir. En lugares con pobreza, estos temas pueden ser más difíciles de tratar, pues para las personas más conservadoras, puede significar una gran humillación y desilusión, sobre todo cuando se trata de un hombre gay, pues no conciben que su masculinidad ideal, sea corrompida por amar a otro hombre, lo que lo lleva a ser doblemente marginado, además de la pobreza, por la homofobia.
También hay quien vive en closets de cristal, desde afuera es fácil notar lo que hay adentro, pero lo que guardas se siente más seguro ahí, tras el frio cristal, sólo para ser visto, privándose de vivir la experiencia de la libertad. Pero igualmente es válido, nadie está obligado a compartir nada que no desee, por eso mismo el salir del closet debe dejar de ser un acto obligado, algo que se espera que alguien con notable inclinación LGBT+ deba hacer para darle oficialidad a su identidad.
El closet y el ropero son para la ropa, las personas no deben estar encerradas en ningún lugar, sólo deben disfrutar del gozo de vivir y de amar, porque la vida es demasiado corta y dura, como para estar entre sombras, habiendo tanta luz para brillar.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.