Hace unos días una amiga me dijo que no le gusta salir sola. Aunque antes rechazaba hacerlo, explicó que ahora sí quiere pero no le agrada porque la gente la ve raro. Siento que me tienen lástima, comentó. ¿No te pasa?, me preguntó porque sabe que desde hace años voy a todos lados casi siempre sin compañía. Más o menos, respondí.

Iba en la universidad la primera vez que fui solo a un sitio público, que es adonde se supone que las personas van acompañadas. Se estrenaba la sexta película de Rocky y como nadie quería ver tremendo recalentado cinematográfico y soy fan desde niño, me tocó ignorar la convención social para estar en la sala sin más compañía que el combo “estoysoloperotengohambre”. Y en efecto, sentí que la gente me vio raro. 

Ahora ya no lo hacen o ya no me doy cuenta, pero pienso que es lo primero pues con casi 40 años encima creo que las personas están más habituadas o consideran “normal” que un hombre entrado en año se encuentre solo en un sitio público a que lo haga una persona joven que se supone tiene que disfrutar la vida y el entendido tradicional es que eso se hace en compañía.

Varios inviernos después, en alguna conversación de oficina, una compañera mencionó que ir solo al cine “era de perdedores”; por supuesto, en el contexto de una charla casual, pero ya ven que entre broma y broma& Lo que dijo, creo, es idea general. Al respecto recuerdo con cierta claridad un promocional de Cinepolis en el que aparecía el personaje Bryan Amadeus, vocalista de Moderatto, diciendo que no fueras eso, un perdedor que va solo al cine y mejor la cayeras con toda tu banda.

De vuelta a mi amiga, le respondí que entendía más o menos su sentir pues aunque desde hace años salgo solo la mayoría de las veces a casi cualquier lado, desconozco por completo otros aspectos que, me han contado, ocurre cuando salen solas.

En otra ocasión, otra amiga que también desde hace años acostumbra salir sola, me contó que cuando se subió al Chepe en Chihuahua se le acercó una pareja mayor que se ofreció a acompañarla. Le parecieron amables y aceptó. Durante la conversación le dijeron que era una lástima y un peligro que una joven realizara su viaje en solitario y que por eso le hablaron. Aunque mi amiga agradeció el gesto, cuando me contó la experiencia dijo que en parte sintió ganas de decirles que no le tuvieran lástima y mejor la dejaran sola pues lo estaba pasando muy bien.

Ella misma en otra ocasión me dijo: Iván, el mundo no está hecho para las personas solas. Rectificó: bueno, no el mundo que nosotros hacemos. Mencionó que en los restaurantes demoraban en servirle porque asumían siempre que esperaba a alguien más y los meseros la miraban con lástima cuando les decía que quería servicio para una y con regularidad, al saber eso, comenzaban a hacerle charla, lo cual detestaba. Las promociones, además, siempre son para dos o más personas, reprochó.

Todo lo anterior pueden ser banalidades, pero ambas amigas también hablaron de algo que no ocurre conmigo ni ocurrió cuando era joven: el acoso. Según lo que me contaron, difícilmente pueden estar en algún sitio público, peor aún en un bar, sin que haya un hombre que no solo intente charlar con ellas, sino que insista, las incomode o agreda. Detestable.

El mundo (que nos hacemos) no está hecho para las personas solas, dice mi segunda amiga. Supongo que así es, por eso la primera aún encuentra dificultades y cierta reticencia para salir por su cuenta más a menudo, pues ese mundo piensa que no puede ser disfrutado individualmente y que si uno está solo, es infeliz. Esto, por supuesto, es un error.

ACLARACIÓN                                            
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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