La mayoría de nosotros vivimos con hábitos, esos parámetros de comportamiento que vamos convirtiendo en círculos viciosos poco cuestionables, que, ya sean culturales, familiares, religiosos, o por simples accidentes geográficos o de época, hemos aceptado como verdades absolutas y como manuales autorizados de comportamiento.
Se dice que, el primer paso para evolucionar es el cuestionarse, el hacer algo diferente, el cambiar de acciones, de lugares o incluso de perspectiva, la evolución por lo tanto nos lleva a ser conscientes, y la conciencia nos permite vivir con responsabilidad de nuestros actos y de nuestra vida.
Una de esas “verdades” aceptadas, es que la meta de vida es ser feliz, incluso nos compramos la idea de que la felicidad es la retribución a buenas acciones. Para muchos la felicidad es la meta, aquella que se obtiene al alcanzar un objetivo, al poseer, conseguir, adquirir, ganar, al demostrar, vemos la felicidad como un pago, al que tenemos que hacernos merecedores, entonces, cosificamos nuestro valor y nos sentimos frustrados al pensar que al satisfacer a los demás, al cumplir con un perfil, al desempeñar un rol o simplemente al llenar expectativas y lograr que nos reconozcan, conseguiremos ser felices, no nos detenemos a pensar que al visualizar la felicidad como una meta, la ponemos al final de un camino y no como parte de nosotros, como un conjunto de momentos, como el camino en sí.
Derivado de ese pensamiento, satanizamos el sufrimiento y todas aquellas manifestaciones que denoten nuestro dolor, despreciamos a uno de los principales maestros de vida, nos bloqueamos ante la posibilidad de la enseñanza, de la terapia y del trabajo que requiere enfrentarnos a nuestros propios demonios.
Aquellos cuyo camino no ha sido fácil, aquellos que han sufrido grandes pérdidas, quienes se han visto inmersos en lecciones que los enfrentan a ellos mismos, al autoconocimiento y al trabajo constante para el entendimiento y la conciencia, han experimentado la oportunidad de crecer desde el sufrimiento.
El miedo al dolor es normal, el problema es, cuando ese miedo controla nuestras acciones, de tal manera que incluso preferimos vivir en situaciones de auto destrucción, antes que enfrentar una perdida.
Muchas veces de niños nos formamos una idea de quienes queremos ser de grandes y actuamos en consecuencia de esa meta, cuando nos enfrentamos a situaciones dolorosas, nos fragmentamos, intentando dejar atrás ese sentimiento, y muchas veces, es por ello que la vida nos desafía una y otra vez a revivir ese momento doloroso desde distintos escenarios o tiempos, hasta que, por fin, dejamos ese pretexto atrás y comenzamos un proceso de reconstrucción de cero.
Lo mismo pasa con aquellas situaciones que creemos olvidadas o superadas en nuestra infancia, aquellos momentos que requieren nuestra atención y abrazo como reconocimiento de nuestra historia, todo sufrimiento debe ser cuestionado, analizado y trabajado, y por qué no, en algún momento reconocido por la enseñanza que ha dejado.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.