El pasado 8 de noviembre, falleció en la Ciudad de México, la actriz Amalia Aguilar. De origen cubano, la también bailarina y cantante, tuvo su suspiro a los 97 años de edad. Ella, es una de las más grandes figuras del cine de rumberas, espacio  fílmico fundamental en la Época de Oro del cine mexicano.

Hablar de Amalia Aguilar, es referirse a uno de los rostros más carismáticos de la historia del cine en México. Dominó el difícil y competido género de la comedia, copado en los años 40 y 50 por grandes nombres, todos masculinos. La gran Amalia, iluminó la pantalla junto a Tin-Tan, Pedro Infante, Resortes, etc., en exitosas comedias cinematográficas.

Títulos como: “Conozco a los dos”; “Dicen que soy mujeriego”; “En cada puerto un amor”; realizados y estrenados a finales de los años 40, dieron el impulso a su carrera como actriz. En 1949, tuvo participación estelar en uno de los filmes más importantes de la comedia en la Época de Oro: “Calabacitas tiernas” (¡Ay qué bonitas piernas!); película dirigida por Gilberto Martínez Solares, protagonizada por el histórico Germán Valdés “Tin-Tan” y la magnífica Rosita Quintana.

El cine de rumberas va mucho allá de las escuetas definiciones que se pueden encontrar en los sitios de búsqueda de la red. Las rumberas y sus historias en las películas mexicanas de mediados del siglo XX, forman parte de un género único en  la historia de la cinematografía mundial.

La narrativa de este género tiene una cargada influencia del cine negro, tan popular en la misma época (40s y 50s) en Hollywood. Además de poseer amplios rasgos del cine de gánsteres. Las historias de las películas de rumberas retrataron al México más esplendoroso de todos los tiempos. Plasmaron una glamorosa vida nocturna reinante, principalmente, en la capital del país. Además, claro, de inmortalizar magistrales obras musicales.

Muchos de los títulos de ese cine, se deben a canciones homónimas: “Conozco a los dos”; “En cada puerto un amor”; “Amor perdido”. Entre rumba, boleros, mambo y chachachá, todos ritmos musicales con bases afroantillanas, provenientes de la gran Cuba; encendían la pantallas estas maravillosas actrices y bailarinas compatriotas de Amalia Aguilar: María Antonieta Pons, Ninón Sevilla, Rosa Carmina; además de la brillante mexicana Meche Barba, entre muchas otras.

Las rumberas del cine mexicano son inmortales. Ahí quedarán para siempre sus bailes, sus cantos y sus actuaciones. Ahí quedarán las bellas musas, muchas  descubiertas por un pilar del cine de ellas, el legendario director de origen español Juan Orol, quien fuera un referente creativo de estas historias en la mejor época del cine mexicano.

ACLARACIÓN                                            
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.

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