Rosario Castellanos fue una escritora, intelectual y poetisa mexicana del siglo XX. Destacó por la agudeza de su crítica ante una sociedad que se imponía y relegaba a dos grupos importantes y vulnerables: los pueblos indígenas y las mujeres.

Es indispensable reivindicar su labor. Rosario Castellanos nació el 25 de mayo de 1925 en la Ciudad de México. No obstante, cuando aún era muy pequeña, se fue a vivir junto con su familia a Comitán, Chiapas. Ahí estudió hasta la secundaria. Sin embargo, hubo dos hechos que la marcaron estando en Comitán. Uno fue la muerte de su hermano menor y el segundo el entorno de desigualdad que se vivía debido al Porfiriato.

Quizá fueron esos acontecimientos los que despertaron una singular sensibilidad que se convirtió en talento poético con el paso del tiempo. Sus letras estaban enfocadas en estudiar y reflexionar sobre la cuestionable situación de la mujer y de los pueblos originarios.

Respecto a la mujer, Castellanos creía firmemente que debía deshacerse de los títulos de “víctima” y “sexo débil”, además de valorarse a sí misma, superarse y, entonces, ser libre. En cuanto al sector indígena, como cita Carlos Monsiváis en sus Notas sobre la cultura mexicana del siglo XX, criticaba a la corriente indigenista y denunciaba a una sociedad clasista para con los pueblos indígenas sin entenderlos como lo que eran: seres humanos, así como los blancos, negros, amarillos o grises. Y por lo mismo, no se les permitía ser autónomos ni defenderse por sí mismos, además de ser menospreciados por considerárseles inferiores a “los blancos”.

En 1971, Castellanos fue nombrada embajadora en Israel. Ahí trabajó dando una cátedra en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Tres años después, el 7 de agosto de 1973 murió en Tel Aviv por un accidente doméstico, aunque otra versión (no oficial) señala que fue asesinada debido a que sus declaraciones y escritos feministas y en defensa de los pueblos indígenas incomodaban a ciertos sectores sociales.

La muerte de Rosario Castellanos se aborda más como una novela de misterio que como un caso resuelto. Y digo “novela”, porque la imagen que se ha acaparado del imaginario no solo popular, sino crítico con respecto a su muerte resulta ser distorsionada, cuando menos, y quizás incluso fabricada.

¿Cómo fue su final? Ella había mandado comprar, fuera de Israel, una mesita de metal que le encantaba. Cuando llegó se quedó admirada de la mesita, entonces pensó que lo adecuado era comprar una lámpara que hiciera juego. El día de su muerte había una temperatura de más de 40 grados. La llevó su chofer a un bazar árabe y ahí estaba la lamparita que le encantó y la compró.

Cuando volvieron a la embajada el chofer puso en el garaje el coche; pero mientras subía a la embajada, Rosario (dice Samuel Gordon), lo primero que hacía era tirar los zapatos de tacón alto y entraba descalza, dejando huellas del sudor que la cubría.

Ella llegó con la lámpara y la puso sobre la mesita de metal; una parte del alambre estaba pelado. Entonces conectó la lámpara, empapada en sudor. Hay que aclarar que la corriente en Medio Oriente es directa, mientras la corriente en América es alterna: en cuanto hay un corto, se apaga.

Así, parece que cayó fulminada pero todavía estaba viva cuando llegó el chofer y se encontró con Rosario en el suelo y que parecía que estaba mal. Se llamó a la ambulancia y recogieron todavía viva a Rosario; no saben si murió en el trayecto o todavía llegó viva al hospital, pero murió.

La trágica muerte de la escritora indigenista y feminista, Rosario Castellanos, es sin duda una muestra del compromiso de un ser humano por tratar de cambiar a la sociedad y hacer de esta una mejor. Rosario Castellanos tuvo una vida difícil y murió aún peor, tal como reza aquel refrán: “Mujer que sabe latín, ni tiene marido ni tiene buen fin”.

¿Tú lo crees?… quizá y solo quizá.

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