La educación, dijo Mao Tse Tung, debe servir a la política. Y con ello comenzó uno de los más oscuros episodios en la historia de la humanidad: la Revolución Cultural China.

Aunque hay varias interpretaciones sobre lo que causó esta convulsión, muchos analistas coinciden en señalar que se trató, en parte, de una reacción de Mao a lo que él consideraba una creciente burocratización de la sociedad comunista, tanto en la Unión Soviética como en China.

Sin embargo, el sinólogo belga Simon Leys ha puesto el énfasis en otro terreno. Desde su punto de vista la Revolución Cultural China tuvo un origen menos intelectual: la lucha descarnada por el poder dentro de la élite china. Curioso que las preocupaciones de Mao por la continua reglamentación de la vida –como si Max Weber le susurrara al oído– ocurrieran mientras se llevaban a cabo feroces batallas burocráticas por el poder en China.

 

Lo cierto es que la Revolución Cultural China no afectó el devenir de la economía –por ello Deng Xiaoping pudo mantenerse en el poder, a pesar de haber sido considerado un enemigo de la revolución cultural– sino particularmente a las esferas políticas y culturales de la sociedad. 

Retóricamente, la idea era deshacerse de la cultura burguesa que aquejaba, de acuerdo con Mao y su grupo, a la élite intelectual: educadores, profesores, artistas. Había que radicalizar la lucha de clases y para ello se debería reeducar a los chinos a partir de una nueva idea de lo que debería ser la sociedad. El plano de la lucha sería la esfera ideológica. Contra la posición economicista de Liu Shaoqi, Mao imaginó una revolución de las conciencias que afectaría a la humanidad de manera nunca vista. El enemigo era “las clases explotadoras”, entre quienes figuraban prominentemente los intelectuales, que, según él, se habían alejado del pueblo.

Algunos historiadores han dicho que la Revolución Cultural provocó que una generación de jóvenes chinos fuera incapaz de continuar estudios universitarios y que, por lo tanto, estuvieran condenados a la penuria, la ignorancia y el miedo.

Esta perturbadora experiencia humana duró alrededor de diez años y no legó nada positivo a la sociedad china, aunque es muy posible que su completo fracaso haya tenido como consecuencia la gran reforma de Deng Xiaoping que resultaría en las cuatro modernizaciones de la sociedad.

La enormidad oscurantista de la tentativa maoísta por cambiar la esencia del ser humano convenció a los chinos de transformar más modestamente su paradigma de la prosperidad y abrir su economía a la iniciativa individual. El resultado ha sido espectacular y hoy China compite con Estados Unidos por la hegemonía mundial. Pero la transición de China hacia la salud política, económica y social no será completa sin lo que Octavio Paz denominó la quinta modernización: la democrática.

Conviene detenernos en el examen de uno de los momentos más irracionales de la historia moderna, ahora que en México algunos buscan una versión regional de la Revolución Cultural. A ellos habría que decirles que la rebelión irracional contra la razón no engendra sino monstruos.

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