Por fin después de meses de espera de chicos y grandes otra vez se contará con eventos multifacéticos que traerán la alegría y por un tiempo el tratar de olvidar la desgracia vivida por la pandemia.
Existen dos ferias en tiempo simultaneo para los pachuqueños, la feria “antigua” situada en los rededores del convento de San Francisco y la feria “nueva” en la colonia Juan C. Doria que se ha convertido en más comercial. La tradicional tiene anécdotas por demás interesantes y justo una de ellas es la que acontece con un personaje hidalguense de renombre y que es prácticamente imposible olvidar.
No había cumplido aún los 12 años, cuando terminada la etapa de su educación elemental —primaria— fue enviado a Pachuca para estudiar en el afamado Instituto Literario del Estado, en el que se matriculó en 1981, cuando era director el licenciado Miguel Mancera.
En su expediente constan las elevadas notas obtenidas en las clases de “aritmética, álgebra, geometría plana francés, química orgánica, geografía, historia general, latín, historia natural, lógica, ideología y literatura”, todas con calificativos de excelente.
Años más tarde, Felipe Ángeles recordaría con cariño y respeto a profesores como los ingenieros José María Cesar, Joaquín González y Jesús P. Manzano, los abogados, Ignacio Durán, Germán Navarro y Francisco Hernández y desde luego al venerado maestro Amado Peredo, quienes firmaron muchas de las notas laudatorias obtenidas en aquel plantel.
Durante su estancia en Pachuca, Ángeles adquirió gran afición por las peleas de gallos, vicio que se acrecentó en la celebración de la Feria anual de San Francisco, celebrada alrededor del 4 de octubre, en la que se instalaba un gran palenque al que asistía noche tras noche el general Rafael Cravioto.
Cuenta el general Federico Cervantes que, durante la feria alrededor efectuada en octubre de 1883, a unos meses de terminar sus estudios en el Instituto, Felipe andaba de malas pues había perdido prácticamente todo el dinero de su mesada en apuestas y quedándole solamente dos pesos que enseñaba en la mano, se puso de pie y gritó enérgicamente: “Señores: ¿no hay quién le pare a estos dos pesos?”
El gobernador Cravioto se los tomó sin preguntarle a qué gallo apostaba y terminada la pelea le dijo: “Tenga usted, se ha ganado diez pesos, por el garbo con que sabe hablar en público”.
Sabido lo anterior por su padre en Molango, el joven estudiante fue llamado al hogar paterno un fin de semana, Ángeles llegó a la casa en Molango con su gallo predilecto en los brazos, al que llevó hasta un apartado gallinero para que no hiciera estropicios entre los animales del gallinero de su padre.
El domingo por la mañana antes de regresar a Pachuca, se sentó a invitación de su padre a degustar el almuerzo preparado en el que figuraba un suculento mole rojo aderezado con pollo y papas.
Al terminar, Felipe, elogió el platillo, pero grande fue su sorpresa cuando fue informado que aquel sabroso mole había sido aderezado con su gallo favorito, sacrificado por orden de su padre, Felipe se sorprendió y luego con gran pesadumbre juró que no volvería jugar a los gallos.