¿Teníamos derecho moral a conquistar las Indias? Ningún imperio anterior se había planteado nada semejante, pero en España la pregunta no era nueva: se venía formulando desde el principio, en particular por la presión de los misioneros. Las sucesivas leyes de Indias tenían por objeto garantizar el buen trato a los nativos. Evidentemente, esas leyes unas veces se cumplieron y otras no. El hecho es que Carlos I, influido por las reflexiones de Francisco de Vitoria, quiso tener la seguridad de que su poder era irreprochable. Por eso ordenó detener las conquistas en América hasta que una junta de sabios dictaminara sobre la forma más justa de llevarlas a cabo. Esa junta se reunirá en Valladolid. Aquí se va a entablar uno de los debates intelectuales más trascendentales de todos los tiempos. De la polémica surgirá algo inédito: la idea moderna de los derechos humanos.

Teólogos y juristas, en efecto, comienzan a llegar a la capital del reino. Están los mejores espíritus del Imperio: Domingo de Soto, Bartolomé de Carranza, Melchor Cano, y también Pedro de la Gasca, el primer pacificador del Perú, junto a los jurisconsultos del Consejo de Indias. Francisco de Vitoria ha muerto cuatro años antes, pero muchos de sus argumentos los recogerá Bartolomé de las Casas, que va a defender que la guerra de conquista es injusta. Y enfrente estará Juan Ginés de Sepúlveda, que va defender lo contrario. La Junta tuvo dos fases: en el verano de 1550 y en la primavera de 1551.

El tribunal votó y empató. No hubo sentencia oficial, pero sí varios informes vinculantes. España no abandonó las Indias. Aquí se tuvo en cuenta lo que ya había dicho Vitoria: “Después de que se han convertido allí muchos bárbaros, ni sería conveniente ni lícito al príncipe abandonar la administración de aquellas provincias”. Se mantuvo el dominio español como Sepúlveda reclamaba. Pero se reconoció que los indios eran personas con derechos propios (hoy nos parece obvio, pero entonces no lo era) y se suspendió la penetración en el continente hasta 1556, cuando se ampliaron los asentamientos en el Perú, y con instrucciones específicas para evitar daño a los indios. Ya no se hablaba de conquista, sino de pacificación.

A partir de la Controversia de Valladolid amanecieron los derechos humanos. Fue la primera vez que los reyes y los teólogos se plantearon que los hombres tienen derechos fundamentales por el mero hecho de ser hombres, derechos anteriores a cualquier ley positiva. Nunca antes un pueblo se había preguntado con tal profundidad dónde acaban los derechos propios, los derechos del vencedor, y dónde empiezan los derechos ajenos, los del vencido. Nunca el poder se había sometido de tal manera a la filosofía moral.

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