Solo un pequeño pirul verde que mueve sus ramas es lo que adorna aquella tumba, no hay flores pero sí tierra y suciedad alrededor. Fechada con mil 900 y algo (porque el número apenas se distingue) la cripta luce solitaria, como muchas más en el panteón municipal de Pachuca, aun cuando es 10 de mayo.

El canto de los tríos huastecos y la música de las bandas de viento se escuchan dispersas, “ya casi no nos contratan en estas fechas”, dice un integrante de música regional mexicana que, sentado al ras de la banqueta y con guitarra en mano, busca la sombra de un árbol.

Lanza las primeras notas musicales y espera que una de las tantas personas que suben al panteón caminando y con sombrillas en la mano para cubrirse del sol, requiera de sus servicios; pero no, ya permaneció más de 20 minutos a lado de sus compañeros y nada, no hay tumbas a las que dedicar canciones.
Claro que en el panteón hay más personas de lo habitual que en cualquier otro jueves del año, es Día de la Madres y prueba de ello son las personas que, sin prisa, caminan entre el polvo, con escobas, cubetas y, lo más importante, flores naturales o artificiales.

En la avenida principal dice una señora “¡de veras qué triste!”, mientras ve la entrada de una carroza platinada, elegante; poco antes de las 13:00 horas todo queda en silencio como muestra de respeto al féretro que en hombros cargan cuatro familiares, seguidos de unas 40 personas quienes celebran así, el 10 de mayo.