Con un elegante traje negro, moño rojo y el rostro pintado de blanco, Cristian vive sus sueños del rojo al verde en un semáforo del bulevar Nuevo Hidalgo. No terminó la primaria pero a cambio viaja por todo el país y hace lo que más le gusta.
“Afuera de mi escuela había un mimo, me gustaba lo que hacía, cómo trabajaba, y desde ahí me llamó la atención. Lo hice, me latió y le seguí. Desde ahí hago dinero para sobrevivir. Una vez le dije a mi mamá: ya me voy a la playa, ella solo me dijo que tuviera cuidado y me dejó ir, así de chiquito”.
Desde los diez años decidió abandonar la escuela para comenzar a repartir sonrisas a la gente, se convirtió en mimo. A esa edad, originario de la Ciudad de México, tomó lo poco que tenía, le avisó a su mamá y emprendió un viaje por varios estados de la República.
MAZATLÁN, EN ACAPULCO, QUERÉTARO, GUADALAJARA…
“He vivido en Mazatlán, Acapulco, Querétaro, Guadalajara y aquí. Yo llego, me pinto, busco una plaza comercial y ahí me pongo. En algunas plazas no te dejan y por eso buscas cruceros”.
Ahora, a sus 30 años, su hogar son los semáforos donde aprovecha que los autos se detienen para hacer lo que más disfruta. A las mujeres les coquetea y a los hombres se dirige un poco más intimidante.
“Me gusta lo que hago, la rutina surge en el momento, como se me ocurre. A las mujeres les pido su número, les mando besos y así, todo de cotorreo. Con los hombres saco un humor más pesado, más llevado”.
Es inevitable no recompensar su acto, y aunque él lo hace porque le apasiona, actualmente es su principal fuente de ingresos.
“Aproximadamente saco 300 o 400 pesos al día, es de estar desde muy temprano aquí pero es lo que siempre quise, me gusta y lo disfruto”.
Cuando hace su rutina suele sacarle una sonrisa a la gente, aunque con algunos es muy difícil y a veces imposible. De todos modos él lo intenta, es su motivación, recibir sonrisas y bendiciones de los conductores.
“Lo más fuerte que me han dicho es “ponte a trabajar huevón”. Esa ocasión me dio bajón, me desanimé un poco y hasta me puse a pensar si lo que hacía estaba mal. Me quedé con la duda y al siguiente semáforo le pregunté a un señor si lo que hacía era malo, él me dijo que no porque nadie tiene esa gracia para sacarle una sonrisa a la gente”.
“Ese señor me contó que días antes venía enojado con su esposa, que había tenido un mal día y que después de mi acto se contentó con ella. ‘Me hiciste el día’, me dijo. Ahí me sentí bien, de aquí soy”.
Cristian tiene 30 años, y a pesar de llevar una vida cómoda de viajero, asegura que quiere superarse y por ello está estudiando la secundaria abierta.
“A veces sí digo: no tengo casa o tengo carro, pero es porque no he querido. Me la paso viajando. Ya me siento grande, estoy acabando la secundaria porque se me hizo fácil hacer dinero así, me gusta siempre traer algo en el bolsillo. No sé que haré después, vivo al día y lo mejor que se puede, pero no tengo la meta aún, me va muy bien así”.
Su próxima parada será en las paradisíacas playas de Cancún, donde seguramente menos de un minuto le tomará para alegrar el día de decenas de personas.
“Ahorita quiero irme a Cancún, pero hay que juntarle. A ver qué pasa, pero de que me voy, me voy. Tengo que ir a conocer. Desde chico le hice así, me daba miedo lo desconocido pero me aventaba”.
“Siento que esto ya es lo mío, estoy en el punto donde o lo dejo y me busco un empleo, o le sigo ya toda mi vida, no hay más que seguir, así me tocó, lo acepto y lo disfruto, cada semáforo me encanta. Cada que me dicen que lo hago muy bien, que les gusta y les saco una sonrisa me motivan a seguir,”.
Con el semáforo en rojo, Cristian le echó el ojo a una chica dentro de un auto, se acercó y comenzó su acto. Primero le guiña el ojo, le pide su número y procede a coquetear hasta que su amor de ese momento se va con el color verde.
Siempre feliz, siempre disfrutando y contagiando alegría a los automovilistas de Pachuca.