Con palas, cubetas y una lancha de remos la familia Castillo luchó contra los dos metros de altura que alcanzó el agua desbordada del río durante la madrugada del martes 7 de septiembre, el día en que Tula amaneció sumergida en la desgracia.
A pesar de los daños irreparables causados por el agua en la casa del padre de Raúl y Vannia Castillo, ubicada en la calle 16 de Septiembre en el centro de Tula, han hecho un esfuerzo sobresaliente por ayudar a sus vecinos que conocen de toda la vida.
Tras días sin dormir, equipado con una pala, carretilla, botas y toda la empatía del mundo, Raúl, de 30 años, mecánico de profesión y amante de las motocicletas, continúa con los trabajos de limpieza en la casa de su papá y de paso en las viviendas aledañas.
“Ver a los vecinos, a quienes considero amigos por tantos años de conocerlos, en esta situación, es triste, pero a la vez te obliga a ayudarlos, porque nos tenemos que levantar todos. Pronto saldremos adelante, como cualquier desgracia viene a sacar lo mejor y hasta lo peor de todos”, comentó el joven en entrevista telefónica con AM Hidalgo.
DÍA TRÁGICO
Lunes 6 de septiembre. Una lluvia torrencial cubría el cielo de Tula, Raúl se encontraba en su casa la cual está retirada del cauce del río, por lo que no imaginó lo que sucedería.
La noche seguía su curso, el joven decidió visitar a su padre, quien vive en la calle 16 de Septiembre en el centro de Tula, muy cerca del paso del río, para cerciorarse de que todo estuviera bajo control.
Al pasar por la zona se percató de que el cauce del río que atraviesa el municipio ya estaba a punto de desbordarse, por lo que permaneció con su padre toda la noche.
“Como a las 11 de la noche salí con mi papá a tratar de advertirle a los vecinos porque era un hecho el desbordamiento, algunos nos hacían caso y comenzaban a tomar precauciones, otros estaban dormidos o simplemente dudaron de nosotros y no salieron a escucharnos”, comentó Raúl.
Posteriormente, casi a la una de la mañana del martes 7 de septiembre comenzó a llegar el agua a las calles y poco a poco a las casas donde habitaban personas con discapacidad, adultos mayores y niños, que como pudieron se resguardaron en la azotea de sus hogares u optaron por salir con rumbo desconocido, narró Raúl con voz triste.
Un caso en particular fue el que exigió la intervención de todos los vecinos. Una mujer de la tercera edad que estaba sin compañía en su domicilio en la misma calle. Al percatarse de ello Raúl y su padre sacaron un pequeño bote de remos que tienen para los ratos libres y acudieron al rescate de la señora para ponerla a salvo en el segundo piso de su domicilio.
Pasaron una, dos, tres y cuatro horas. Los habitantes del centro observaban con desesperación cómo el agua alcanzaba los dos metros de altura y se llevaba todo su patrimonio. Desesperados pedían ayuda, pero hasta ese momento ninguna autoridad acudía al rescate.
“Mientras subía el agua nosotros como podíamos rescatábamos a personas de las casas con nuestro bote, sin mentirte yo creo que ayudamos como a 20 o 25, las llevábamos a lugares altos, por la zona está una vía de tren y un paso elevado, ahí las dejábamos porque no teníamos de otra”.
Fue hasta las 5:00 o 6:00 horas, calculó Raúl, cuando acudió el Ejército con lanchas de motor a resguardar a las personas restantes y llevarlas a una zona segura. A esas alturas del desastre él y su padre consideraron “ganancia” estar con vida.
La casa de su padre ya se encontraba con la primera planta completamente sumergida bajo el agua, a lo lejos los dos observaban cómo flotaban sus pertenencias. Las cosas que compraron con mucho esfuerzo y trabajo, en cuestión de horas se encontraban inservibles.
PREOCUPACIÓN DE LA FAMILIA
Mientras tanto, Vannia, hermana de Raúl, habitante de Pachuca, se enteraba en redes sociales sobre la inundación, por lo que inmediatamente trató de contactar a su padre o a su hermano, lo que resultó imposible entre el movimiento para salvaguardarse y el fallo en las vías de comunicación.
El martes en la madrugada se dio el primer contacto, por fin una llamada entró al teléfono de Raúl quien le platicó lo sucedido. Vannia no pudo evitar la desesperación y tristeza de tan solo imaginar lo que sufrían su hermano, padre y todos los habitantes del municipio.
Sin embargo, no prevaleció la sensación negativa, pues la joven pachuqueña, fundadora de un refugio para la protección de animales, decidió aportar su granito de arena a la distancia y comenzó a organizar una colecta de víveres para las personas afectadas por la inundación.
Junto a sus amigos y con la solidaridad de habitantes de la Bella Airosa lograron recaudar una gran cantidad de artículos de primera necesidad, los cuales llevó hasta Tula y aprovechó para ver a su padre y hermano.
Al encontrarse, un abrazo duradero, fuerte y lleno de sentimiento entrelazó a la familia en una escena de una película.
La situación en que se encontraba Tula rompió el corazón de Vannia, el lugar donde pasó tantos momentos de su infancia y que visitaba algunos fines de semana como remedio para liberar el estrés que genera su trabajo en la capital del estado.
Al caer la tarde del miércoles 8 de septiembre, la familia Castillo se dedicó a repartir víveres a las personas necesitadas, tarea que, a decir de Raúl, fue muy complicada.
“La repartición de víveres nos generó mucho conflicto. Venían muchas personas de lugares que no habían sido afectados por el río y nos exigían incluso con groserías que les diéramos despensas, golpearon a uno de nuestros amigos para quitarle algunas cosas, como pudimos con ayuda de los delegados vecinales ubicamos a las personas que realmente lo necesitaban y tratamos de darles cosas para sobrellevar la situación”.
La causa de la desesperación de las personas, comentó, fueron los constantes avisos de evacuación que emitían las autoridades estatales y municipales, al no tener certeza de que la situación estaba controlada y si había terminado.
COMENZARON TRABAJOS DE LIMPIEZA
Luego de tres días que fueron eternos para los Castillo en los que observaron a los helicópteros de rescate sobrevolar azoteas de las casas y del Hospital General del municipio, a gente abandonar sus hogares entre lágrimas, el agua comenzó a bajar poco a poco.
Entonces, sin dudarlo, comenzaron los trabajos de limpieza, durante los cuales regresó la tristeza y nostalgia a los ojos de Raúl al darse cuenta de todo el daño que ocasionó el agua en la casa de su padre.
La casa blanca por fuera, azul cielo por dentro, estaba totalmente cubierta de lodo, con los muebles pesados en el suelo, además de las manchas de humedad que quedaron marcadas por arriba de los dos metros tanto en el patio como en el interior.
No hubo más remedio que agradecer a la vida por contar aún con todos los miembros de la familia y comenzar a sacar todo lo inservible para un nuevo comienzo.
“No tuvimos nada de ayuda por parte del gobierno, con dinero propio y cooperación de los vecinos rentamos pipas de agua y maquinaria para retirar toda la suciedad de la calle y de las casas, la unión de los paisanos es inmensa”, resaltó Raúl.
Como un acto de solidaridad, los Castillo no solo se encargaron de limpiar su casa, pues salieron a las calles para ayudar a sus vecinos. A aquella mujer de edad avanzada que días antes lograron rescatar de su domicilio, la ayudaron a retirar la suciedad su hogar, y a muchos más que desesperados trataban de salvar algo de su patrimonio.
La tristeza e incertidumbre fueron sustituidas por la bondad, empatía y gratitud al ver cómo todos se unían en una sola causa, la recuperación de Tula. Palas y manos del Ejército, pobladores y de cualquier persona que se acercara levantaban el lodo que poco a poco desaparecerá de las calles.