Miles de mujeres avanzan por las calles de Pachuca: una marea sonora y morada y verde con la consigna de ninguna asesinada o desaparecida más.
“Con falda o pantalón, respétame cabrón”, dicen.
Son pasos y voces. Consignas de justicia y una ola de miles de sonidos que han tomado las calles como un río, un mar desaforado y embravecido que se lleva todo a su paso.
“Mujer escucha, esta es tu lucha”, agregan.
Son mujeres que se reconocen en el grito de inconformidad, en la ausencia del ser querido, en una tarde de un 8 de marzo cualquiera que las ha reunido en esta marcha.
“Mujer consciente se une al contingente”, dicen.
El intenso calor da un respiro mientras mujeres vestidas de negro, el bloque separatista, corre para pintar una estación del Tuzobús. O la fachada de la Villita. Cualquier pared de la ciudad. Golpes con martillos como un trás y púm y trás contra la madera de una puerta, el metal de una cortina. Y así, el ruido avanza, invadiendo la ciudad. El sol se oculta y ellas gritan “fuimos todas”.
“Somos malas, podemos ser peores”, agregan.
Hay mujeres hasta donde alcanza la vista, por aquí y por allá, puños en alto, voces que se difuminan con otras y el resultado es una nueva voz, más potente, formada por todas y por ninguna.
“Vivas se las llevaron y vivas las queremos”, gritan.
A su paso se detiene todo. Lo cotidiano de la vida les cede, los autos cambian de rumbo, algunos comercios bajan las cortinas, pero la mayoría prefiere aplaudir a las mujeres.
“No fue suicidio, fue feminicidio”, agregan.
Así, cayeron las letras de Pachuca en la plaza Independencia, subieron las pancartas al pie del Reloj Monumental y cuando bajaron aparecieron líneas negras, más peticiones de justicia y huellas rojas de manos furtivas gravadas en la cantera.
“Verga voladora a la licuadora”, cantan.
Ahora, el contingente avanza hacia palacio de gobierno, la calle Guerrero repleta, en tanto otra ciudad emerge de la noche, quizá más humana y la leyenda “no estás sola”.
