León, Guanajuato.- Con unos 35 años el hombre caminaba a dos metros por hora. Como bebé que apenas empieza a caminar, una a una movía las piernas, tan separadas que parecía que nunca hubieran estado juntas. Su cara estaba desencajada. Llevaba un pantalón verde, flojo, una camisa a rayas y, aunque aparentemente estaba entero, algo pesaba en él. Yo lo observaba desde mi silla, casi era mi turno y repasaba en mi mente todo lo que me pedían: documento con foto, llenar la hoja médica y llevar puestos los calzones más apretados de mi vida.
La vasectomía me la realicé en 2022, en un centro de la Secretaría de Salud de Guanajuato que ya no existe gracias a la alta demanda de los servicios que ofrecían. La operación fue rápida, no más de treinta minutos. Y la verdad no fue tan dolorosa. El Caises, como también se les conoce a estos espacios, tenía dos plantas. Había que subir, caminar por un pasillo y ahí pedir los primeros informes. Una enfermera que brindaba todo lo necesario daba también el visto bueno para seguir con el proceso. Un poco más adentro estaba el quirófano.
“Pero sí está tomada la decisión… es que… ah… ¿qué necesito?”, le decía otro hombre, de unos 24 años, a la enfermera que custodiaba la entrada al inframundo. Ella, paciente, le enumeraba los requisitos y los cuidados para después. Él se secaba las manos, sudaba y repetía que la decisión estaba tomada. ¿Estaba tomada?
En Guanajuato, de enero a agosto del año en curso se han realizado tres mil 62 vasectomías en unidades del Sistema de Salud del Estado. Con 717, León registró en este periodo de 2023 el mayor número de estas cirugías, seguido de Irapuato con 328, Celaya con 262 y Salamanca con 183.
La vasectomía no afecta corporalmente en nada. Como método anticonceptivo y de planificación familiar es el mejor. El doctor Francisco Fernando Guerrero González, coordinador médico de León Caises y médico vasectomizador del sector 4, señala que se tiene un gran avance en la participación de los hombres en este método. “La mayoría dice: yo me opero porque mi mujer tuvo los hijos”, afirma el médico de unos 40 años, alto, con barba de unos días que viste una bata de Superman. Cada viernes, afirma, opera a al menos 5 hombres; 15 cuando hay jornadas y dos doctores.
Pero también se involucra el factor psicosocial, como menciona el psicólogo Víctor Portillo: “Mucho de lo que sucede es qué le representa a la persona una decisión como esta desde lo personal y desde las expectativas que se han depositado en cuestión de género”. El pene y los testículos representan mucho en lo social, en el arte y en las relaciones que establecemos con las otras personas. Nos han educado, siguiendo con Víctor, en una manera en la que basamos nuestra masculinidad en nuestros genitales, convirtiéndola en machismo. “No hemos aterrizado socialmente qué implica la masculinidad”, dice.
Es mi turno. Paso con otra enfermera que, fría, me pregunta: “¿sí traes calzones justos o suspensorios? Bien, desnúdate y ponte esta bata, solo déjate los calzones y los zapatos”. Me advierte los cuidados postoperatorios: tendré que ponerme hielo en el área por unas cuatro horas, reposar al menos ese día, no eyacular en una semana y en tres meses volver para un conteo de esperma.
“Hacemos con unas pinzas una pequeña incisión sin bisturí en el escroto”, dice el doctor Fernando, quien me habla del procedimiento. Pero olvida dos o tres cosas. Al entrar al quirófano, un cuarto pequeño en realidad, veo a una enfermera y al doctor. Me piden que me recueste y creo que tenemos una leve charla de si estoy seguro o no. Lo estoy. Me preguntan si estoy rasurado. Lo estoy. Me piden que me baje los calzones. Siento un gran alivio.
La enfermera pone mi pene sobre mi pubis. Me limpia el escroto con algo que parece alcohol y me inyecta la anestesia. Esperan un rato. Entra otra enfermera. Se ponen a hablar del RFC de algún irresponsable que lo ha olvidado. Al parecer yo no estoy ahí con los testículos de fuera. De pronto, el doctor recuerda que tiene un paciente. Tiene rock de ese al que neciamente le siguen llamando clásico: Nirvana, Queen, Guns N’ Roses y todo ese catálogo. Me pellizca un testículo y me pregunta si me duele. Así es. Entonces me vuelve a inyectar.
Una vez hecha la incisión, sacan los conductos deferentes. Cada testículo tiene uno. Tienen un color amarillento. “La anestesia hace que no te duela, pero al pinchar el conducto vas a sentir que te sofocas, como cuando te dan una patada”, dice. El primer pinchazo me sofocó, sí, pero una patada hubiera sido mejor. Levanto la cabeza un poco para ver el procedimiento: cortan el conducto, lo ligan, hacen otro corte y cauterizan los bordes. Repiten con el segundo la operación.
Ese día sigo las indicaciones a la perfección, pero a la semana próxima y según la recomendación del médico, intento masturbarme. Fracaso. No logro ni la erección y mi cabeza se asalta: ¿habré hecho bien?
Yo, que me sentía tan seguro aun viendo a aquel hombre caminar como si le hubieran arrancado un riñón; yo, que me reí de ese otro que sudaba y temblaba. Pues yo, una semana después de mi operación, estaba dudando. Me dice Víctor que la idea de la fantasía confunde. Se refiere a pensar la vasectomía como una castración, a perder algo, a no “rendir” igual, a no volver a ser el mismo. También se pone el juego el narcisismo, afirma, al lidiar con esa idea de que si eres hombre tienes que reproducirte lo más que puedas.
Tardé en volver a mi vida sexual activa más de una semana, lo que era más tiempo del que me había indicado el doctor. Muchas veces fue frustrante, desesperante. Pregunto a Víctor si el Estado, así como ofrece la operación, debería ofrecer un acompañamiento psicológico para antes y después de la operación. Pero mata mi pregunta con una respuesta desvelada y contundente: “Vámonos a lo más básico, información sobre el proceso”. Y sí, no hay suficiente información. Y si la hay, no llega a todos los sectores.
Parte de la ignorancia de lo que es una vasectomía se debe la falta de difusión del método, aunque el doctor Fernando no lo piensa así: “Una o dos veces por año alguno de nosotros sale en la tele, radio, hay folletería, propaganda, reuniones, ferias de salud, hay llamadas telefónicas”, además, por supuesto, de las redes sociales. “También vamos a las escuelas a hablar no solo de la vasectomía, sino de los anticonceptivos en general”. No en la misma reunión, Víctor me cuenta sobre las ventajas de una operación de este tipo, como un vínculo más estrecho con la familia, no gastar en anticonceptivos y, claro, evitar un embarazo no deseado.
Cuando le pregunto a Fernando sobre el tratamiento psicológico me dice que sí hay, pero a mí nunca me dijeron que eso existía. Al parecer, este tratamiento se da a hombres que no han tenido hijos, que quieren hacerse la operación, y son muy jóvenes, dubitativos, o ambas cosas. Le pregunto si está de acuerdo con que un hombre sin hijos se opere, y me dice que es decisión de cada quién. Concuerdo, y aunque él no comparte del todo, lo comprende.
“Con más información, proximidad o sensibilidad por parte de los miembros de la Secretaría de Salud podemos ayudar a redimensionar la masculinidad”, dice Víctor seguro de sus palabras. “Algo que nos ayude más a decidir, a pensar en la calidad de vida que quiero para mí o para mis hijos, si es el caso”. Le pregunto sobre métodos para sanar la mente luego de la operación, y sin pensarlo me responde una red de apoyo es esencial. La red que se da con la pareja, con compartir los males, las lesiones, lo que duele. La ansiedad trae consigo otras cosas, afirma. Si la vasectomía no provoca impotencia, la ansiedad sí.
Tuve un dolor leve en un testículo por meses, pero cada cuerpo es diferente, dice Fernando, que me tranquiliza. Esa es una posibilidad, a fin de cuentas, hubo un corte. Y también me dice que hay quienes revierten la vasectomía, aunque bajan las posibilidades de poder embarazar a alguien, “del 100 % al 70 %”. Le pregunto por curiosidad si tiene algún tipo de ritual antes de operar y me dice que solo pone música, rock, de ese al que neciamente le siguen llamando clásico, y metal. We are the champions, my friends.
CA