Inglaterra.- El Palacio de Buckingham informó que la reina Isabel II, la monarca con el reinado más largo, ha muerto a los 96 años.
Sigue las transmisiones en vivo sobre la muerte de la reina Isabel y los protocolos que se efectuarán en las próximas horas.
Adiós, Majestad
La reina Isabel II, la monarca con más años de servicio del mundo, cuyo reinado de casi siete décadas sobrevivió a los cambios tectónicos de la sociedad posimperial británica y superó los sucesivos desafíos planteados por las elecciones románticas, los errores y los embrollos de sus descendientes, murió en el Castillo de Balmoral, su retiro de veraneo en Escocia. Tenía 96 años.
La familia real anunció el fallecimiento en línea, diciendo que había “muerto en paz”. El fallecimiento no indicaba una causa.
Más temprano, el Palacio de Buckingham anunció que estaba bajo supervisión médica y que sus doctores estaban “preocupados” por su salud.
La reina había permanecido en el Castillo de Balmoral durante gran parte del verano. El miércoles por la noche canceló abruptamente una reunión virtual con miembros de su Consejo Privado luego de que los médicos le aconsejaron descansar.
El martes se reunió con la primera ministra conservadora entrante, Liz Truss -la decimoquinta primera ministra con la que la reina trató durante su reinado- aunque al hacerlo, debido a su debilidad, rompió con una antigua tradición al recibirla en Balmoral en lugar del Palacio de Buckingham.
Sus años como soberana fueron una larga época de enorme agitación, en la que trató de proyectar y proteger a la familia real como un raro bastión de permanencia en un mundo de valores cambiantes.
En su coronación en 1953, un año después de acceder al trono, supervisaba un reino que emergía de un imperio de tal alcance geográfico que se decía que el sol nunca se ponía en sus confines. Pero en el nuevo siglo, mientras navegaba por su avanzada edad con creciente fragilidad, las fronteras se habían reducido.
Mientras el Reino Unido se preparaba para abandonar la Unión Europea en 2020, se reavivó el clamor por la independencia de Escocia, que amenazaba con reducir aún más sus horizontes.
Su coronación fue el primer acontecimiento real de este tipo que se transmitió por televisión en blanco y negro. Pero fue una muestra de los cambios -y de la fascinación mundial- que acompañaron a su tiempo como monarca el hecho de que su reinado se convirtiera en el tema de una película de Hollywood y de una serie de gran éxito en Netflix, mientras que los problemas de su familia ofrecían una gran cantidad de material para procesar en las agitadas redes sociales.
Igual de reveladoras que las crónicas de su reinado, la deferencia incuestionable de los británicos hacia la corona ha sido sustituida por una gama de emociones que van desde la tolerancia leal y a menudo afectuosa hasta la hostilidad desenfrenada.
La monarquía se vio obligada, más que nunca, a justificar su existencia ante la atención y el escrutinio públicos, a menudo escépticos.
Sin embargo, Isabel se mantuvo decididamente comprometida con el distanciamiento, la formalidad y la pompa característicos con los que la monarquía ha tratado de preservar durante mucho tiempo la mística que sustentaba su existencia y supervivencia. Sus modales cortesanos y reservados cambiaron poco.
Cuando la pandemia de coronavirus de 2020 se extendió por el Reino Unido y obligó a la gente a suspender su vida normal y sus costumbres sociales, la reina abandonó el Palacio de Buckingham, en el centro de Londres, para dirigirse al Castillo de Windsor, al oeste de la capital, un traslado que recordó el alcance histórico de las décadas que pasó inspirando un auténtico afecto entre muchos británicos.
El 5 de abril de 2020, en un discurso televisado que evocaba la transmisión de 1940, instó a sus súbditos a luchar contra el virus con la misma tenacidad que habían mostrado los británicos en tiempos de guerra. Fue solo la cuarta emisión especial de su monarquía fuera de sus apariciones en televisión programadas para la Navidad.
En 2017, celebró el aniversario número 70 de su matrimonio con el príncipe Felipe, al que había conocido cuando era una adolescente en los años 30. Hasta su muerte en abril de 2021, Felipe ocupó un papel inusual, generalmente dos pasos detrás de su esposa, brindando a Isabel un apoyo estoico, incluso si sus ocasionales comentarios sin tacto dañaban su imagen.
A pesar de los numerosos informes sobre los deslices iniciales de él —ocultos de la vista del público con la ayuda de magnates de la prensa que colaboraron—, sus vínculos perduraron, un retroceso a décadas anteriores de relaciones más duraderas. Y su muerte, dijo su segundo hijo, el príncipe Andrés, “dejó un enorme vacío en su vida”.
Algunos predijeron que Isabel se retiraría a la sombra tras la muerte de Felipe, como hizo la reina Victoria luego de la muerte de su esposo, el príncipe Alberto. Pero sorprendió a muchos al resurgir como una presencia ágil en la vida pública, recibiendo a los líderes mundiales en una cumbre en Cornualles en junio de 2021 y haciendo de anfitriona de Bill Gates y otros empresarios en el Castillo de Windsor después de una conferencia de inversión sobre el cambio climático.
Un arcoíris acompañó la tristeza en el palacio de Buckingham
Desde que se informó sobre el estado de salud de la reina Isabel II hoy por la mañana, medio día en Reino Unido, algunas personas y medios de comunicación se comenzaron a dar cita fuera del castillo de Balmoral, residencia de Escocia donde se encontraba la monarca británica.
Sin embargo, fueron miles las personas que sin importar la lluvia acudieron al palacio de Buckingham, residencia oficial de la Reina y fue ahí donde se enteraron que su Majestad falleció a los 96 años de edad.
Inmediatamente los asistentes se mostraron afectados y entre lágrimas comenzaron a dejar flores en la puerta del Palacio, mismo que bajó la bandera del Reino Unido a media asta.
Pero, de forma sorpresiva y en un acto de la naturaleza, en el cielo nublado de Londres apareció un arcoíris, el cual se podía ver sobre la estatua memorial de la reina Victoria.
“Mirror UK” pudo obtener algunas declaraciones de las personas presentes “Se ha ido, la Reina ha muerto, eso es una señal de transformación”, expresó una señora de 69 años.
Antes del arcoíris, diferentes medios reportaron un ambiente sombrío y triste.
Diferentes personalidades en el mundo de la política y el entretenimiento han expresado sus condolencias a la familia de la Reina y al Reino Unido, país que en este momento inicia un lapso de 10 días de duelo, mismos en los que se hacen los preparativos para el funeral de Estado y en los que también inicia la “Operación Primavera” que es la que efectuará la ascensión al trono del príncipe Carlos, hijo mayor de la reina Isabel II.
Mantiene popularidad
La salud de Isabel II, la reina más longeva y popular del Reino Unido comenzó a declinar desde que muriera, en abril de 2021, su esposo, Felipe de Edimburgo.
La monarca pudo presenciar en primera persona las celebraciones en todo el país en julio por sus 70 años de reinado -el Jubileo de Platino-.
E incluso estuvo en condiciones, esta misma semana, de recibir en su residencia escocesa al primer ministro saliente, Boris Johnson, y de encargar a su sucesora, Liz Truss, la formación de un nuevo Gobierno en su nombre.
Era el decimoquinto primer ministro que recibía una monarca que ha sido parte fundamental de la historia británica de la segunda mitad del siglo XX y de las dos primeras décadas del XXI.
A pesar de las tormentas y contratiempos vividos por la Casa de los Windsor durante este tiempo, la popularidad de Isabel II se mantuvo robusta hasta el final de lo que los historiadores definen ya como la “segunda era isabelina”.
Fueron necesarias décadas de templanza, moderación, aprendizaje, torpezas corregidas y un anacrónico pero necesario sentido del deber para que Isabel II fuera la parte indispensable del paisaje de la que ningún británico estaba dispuesto a prescindir.
Isabel II, el símbolo universal de lo que representa una casa real europea, fue la demostración más evidente de que la supervivencia de la institución monárquica depende siempre de la personalidad de quien ostenta la corona.
Y la suya fue una combinación perfecta de tradicionalismo, invisibilidad, liturgia, modernidad en pequeños sorbos y una delicada neutralidad constitucional que logró el respeto de los 15 primeros ministros, conservadores y laboristas, que gobernaron en su nombre.
Setenta años de reinado proporcionaron a Isabel Alejandra María, la primogénita de Jorge VI e Isabel Bowes-Lyon, nacida en Londres el 21 de abril de 1926, la experiencia suficiente para seducir y granjearse el respeto de egos descomunales como Winston Churchill, Margaret Thatcher, Tony Blair o Boris Johnson.
El tiempo jugó a favor de Isabel II, porque a medida que fueron pasando las décadas de su reinado, la monarquía británica fue perdiendo sus poderes discrecionales para convertirse en una institución más reglada y limitada.
Heredó un imperio y se convirtió a los 25 años en la clave de bóveda de su arquitectura constitucional. Acabó siendo la representación visible y el anhelo de estabilidad y unidad de un país fragmentado.
Con sus poderes ampliamente reducidos, pero con una influencia sobre el devenir de los británicos difícilmente alcanzable por cualquier figura política.
En 1956, con la dimisión del primer ministro Anthony Eden; o en 1963, con la dimisión de Harold Mcmillan, la Reina pudo ejercer su poder de designar un sucesor. En 1965, al imponer el Partido Conservador su propio método de elección interna de líder, quitó a la Monarca esa prerrogativa.
El 6 de febrero de 1952, Jorge VI murió en la cama, a los 56 años. El hombre cuya tartamudez y ataques de ira le prefiguraban como un rey imposible; el joven que lloró en los hombros de su madre cuando el destino le impuso una responsabilidad inesperada; el monarca que se granjeó el respeto de los británicos al sufrir junto a ellos, en Londres, el bombardeo alemán de la II Guerra Mundial, había dispuesto que su primogénita, Isabel, tuviera la preparación constitucional para ser la reina que él nunca pudo tener.
No solo aprendió de tutores particulares como el rector del prestigioso y elitista colegio de Eton, Henry Marten, los usos y costumbres parlamentarios de Gran Bretaña -como comprobaron con asombro varios de los primeros ministros con quienes despachó-, sino que memorizó de principio a fin la biblia a la que también se aferraron su abuelo, Jorge V, y su padre, para entender el difuso pero trascendental papel de la corona británica.
Isabel II accedió al trono lejos del Reino Unido. Se enteró en Kenia de la muerte de su padre. Realizaba la primera etapa de una larga gira junto a su esposo, el duque de Edimburgo, por varios países de la Commonwealth.
En la noche anterior, dormían ambos sobre la copa de una gigantesca higuera en el Parque Nacional de Aberdare.
La noticia cambió su vida, pero, a diferencia de Jorge VI, ella ya estaba preparada para su destino.
“Ante todos ustedes declaro que mi vida entera, sea larga o corta, estará dedicada a su servicio, y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”, había dicho la princesa por radio desde Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, un 21 de abril de 1947, al cumplir 21 años.
Esa “familia imperial” se ha ido disolviendo durante los años más en una comunidad cultural y sentimental de naciones que en una organización internacional con voz y peso propio. Pero ha sido sobre todo la figura de Isabel II la razón última para que países como Canadá o Australia, de naturaleza republicana, mantuvieran a la reina como su jefa de Estado.
El peso de la familia
La Casa de los Windsor ha tenido sus abundantes raciones de drama. Y entraba dentro de lo normal que el drama familiar se convirtiera en nacional. Como la abdicación de Eduardo VIII, más tarde el duque de Windsor, por su amor a la divorciada estadounidense Wallis Simpson.
O el romance imposible de la princesa Margarita, hermana de la reina, con el capitán Peter Towsend, héroe de guerra. En ambos casos, Isabel II pudo poner orden de acuerdo con las rígidas reglas heredadas de la institución monárquica.
El terremoto de Lady Di empujó a la reina y al Palacio de Buckingham a una dimensión desconocida: el drama ya era global, y la monarca se vio obligada a lidiar con un concepto hasta entonces desconocido para ella: la cultura popular.
Fue el 24 de noviembre de 1992, en un discurso en el que celebraba los 40 años de su ascensión al trono, cuando Isabel II definió aquel año como annus horribilis. Vistas en perspectiva, las desgracias de aquellos meses casi despiertan un sentimiento de ternura, comparadas con lo que vendría años después.
En 1992, se divorció el príncipe Andrés de su esposa, Sarah Ferguson. Treinta años después, su madre se vería obligada a pagar de su bolsillo parte de los más de 14 millones de euros que el duque de York tuvo que desembolsar para poner fin al oprobio de una acusación de abusar sexualmente de una menor.
En 1992 también se airearon a través de libros o filtraciones a la prensa las infidelidades de Diana de Gales y de Carlos de Inglaterra. Cinco años después, la muerte de Lady Di puso en jaque todo el mundo construido alrededor de Isabel II.
La isla de Mauricio eligió en 1992 abandonar la Commonwealth y convertirse en República. Veintidós años después, Escocia llevó hasta el precipicio, con un referéndum de independencia, al Reino Unido. Y dos años más tarde, el Brexit hundió al país en una crisis de identidad de la que apenas ha comenzado a recuperarse.
(Con información de Agencia El Universal y El País)
HEP