Dullow, Somalia.- Un individuo en un carrito tirado por un burro avanza por un camino de tierra, llevando dos niños. El cielo está nublado. Pareciera que podría llover en cualquier momento. Pero no lloverá. Desde hace mucho tiempo que no llueve.

Mohamed Ahmed Diriye, de 60 años, está a punto de completar el recorrido más atroz de su vida. Hace dos semanas que partió de una localidad costera del norte de Somalia en la que la gente se moría. El ganado se moría. Decidió dejar de trabajar como jornalero y trasladarse al otro extremo del país, cruzando una tierra llena de esqueletos y regiones controladas por extremistas islámicos.

Tras recorrer 1.125 kilómetros, está agotado. Se quedó sin comida. En una mano tiene un palo, la otra se aferra al carrito, que está casi vacío, excepto por los niños, de cuatro y cinco años.

Querían escaparle a la sequía. “Pero vemos que todo está igual aquí”.

Más de un millón de somalíes se fueron de sus tierras y se llevaron la misma sorpresa.

Los somalíes dicen que la actual sequía es la peor de que se tenga memoria. Empezó hace dos años y no fue aplacada por cuatro temporadas de lluvia. Una nueva temporada de lluvias en curso tampoco está ayudando.

Es posible que se declare una hambruna en cualquier momento, la primera que hay en el mundo desde otra que afectó a Somalia hace una década. Miles de personas fallecieron, incluidos 900 niños de menos de cinco años, de acuerdo con las Naciones Unidas. La ONU afirma que medio millón de niños corren peligro de morir.

En momentos en que el mundo es estremecido por la inseguridad alimenticia, Somalia enfrenta una situación extrema, soportando el impacto de varias crisis mundiales.

Una de ellas es al cambio climático, que golpea con mayor dureza al continente africano. También están la invasión rusa de Ucrania, que interrumpió el suministro de granos, y una merma en las donaciones humanitarias, que ahora van dirigidas en buena medida a Ucrania. Por otro lado, una de las organizaciones extremistas islámicas más letales del mundo obstruye la llegada de asistencia.

La Associated Press habló con decenas de personas en campamentos para desplazados durante una visita al sur de Somalia a fines de septiembre. Todas dicen que la ayuda recibida fue escasa o nula. A menudo comen un poco de arroz o tan solo toman té durante un día.

Muchos de los residentes en el campamento, donde hay mayormente mujeres y niños, imploran a sus vecinos que compartan la poca comida que tienen o se van a dormir hambrientos.

Las madres caminan durante días o semanas por tierras en las que no hay nada en busca de ayuda. A veces descubren que el niño que cargan falleció en el camino.

“Lo lloramos, nos detenemos por un momento y rezamos”, dijo Adego Abdinur. “Lo enterramos al costado del camino”.

La mujer sostiene un niño de un año desnudo frente a su nueva vivienda, una frágil choza hecha con bolsas de plástico atadas a unas ramas. Hay cientos de ellas en esta tierra seca.

Abdinur y sus seis hijos caminaron 300 kilómetros (186 millas) tras escuchar rumores de que por aquí ofrecían ayuda.

“Vimos morir muchos niños de hambre”, dijo Abdinur.

Una de los principales causantes de la hambruna es una agrupación extremista islámica asociada con al-Qaida. Se calcula que 740.000 personas que sufren los peores efectos de la sequía viven en regiones controladas por al-Shabab. Para sobrevivir, deben escapar de allí.

El control de al-Shabab de amplios sectores del sur y el centro de Somalia contribuyó a la hambruna y las muertes del 2011.

Al-Shabab dijo hace poco que la sequía era una prueba dispuesta por Alá “como consecuencia de nuestros pecados”. La agrupación afirmó que había ofrecido comida, agua y tratamiento médico gratis a más de 47.000 personas desde el año pasado.

Muchas de las personas con las que habló la AP, sin embargo, dicen que nunca recibieron esa ayuda. Por el contrario, sostienen, los extremistas les exigen la entrega de parte de sus cosechas y ganado a pesar de que se están muriendo de hambre. Estas personas hablaron a condición de no ser identificadas por temor a represalias.

Algunas se escaparon de noche. Los hombres y los muchachos jóvenes rara vez pueden hacerlo porque tienen prohibido irse. Hace pocas semanas, dijo la mujer, al-Shabab mató a un pariente suyo que había conseguido llevar a un padre enfermo a una ciudad controlada por el gobierno y después había regresado.

Quienes logran irse, llevan una existencia muy dura. En el único centro de tratamiento de niños desnutridos de la región, Hamdi Yusuf, de un año, alberga algunas esperanzas.

La niña era piel y huesos cuando su madre la encontró inconsciente, dos meses después de llegar al campamento. “No parecía viva”, recuerda Abdikadir Ali Abdi, nutricionista del grupo de ayuda Trocaire.

La pequeña se recuperó. Pero los alimentos que necesita para continuar su tratamiento podrían acabarse en las próximas semanas, según Abdi.

La madre de la niña, Muslima Ibrahim, de 18 años, le frota ansiosamente sus deditos. Su supervivencia dependerá de un tipo de apoyo que ella jamás vio.

“Ayer distribuyeron comida”, relató Ibrahim. “Fue la primera vez que lo hicieron desde que llegamos”.

Cientos de familias siguen asomando por el horizonte, provenientes de todos los rincones de Somalia, cargadas de dolor.

Un día de mediados de septiembre, Fartum Issack, de 29 años, y su esposo, llevaron a su hija de un año a un cementerio. Había llegado al campamento hambriente y enferma. Los médicos no pudieron salvarla.

El cementerio comenzó a funcionar en abril y ya tiene 13 tumbas. Puede recibir cientos más.

Issack y su marido enterraron a su hijita en el medio de un terreno vacío.

“Queríamos que fuese fácil reconocer la tumba”, dijo Issack.

En el campamento la esperan otras ocho hijas hambrientas.

(Con información de Cara Anna de la AP, y con el apoyo del Pulitzer Center on Crisis Reporting). 

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HEP

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