Por Katherine Rosman, de The New York Times, en exclusiva para AM en Guanajuato. 

A la mitad de una jornada laboral, Sasha Solomon, una ingeniera de software de 34 años que vive en Portland, Oregón, le puso la correa a su bulldog francés, Bosworth, y salió a caminar por una calle repleta de hojas hacia su cafetería favorita.

Parecía una tarde normal de noviembre, al menos tan normal como podía ser para alguien que trabajaba en Twitter a las órdenes de su temperamental propietario nuevo, Elon Musk. Solomon pidió un latte para ella y un café americano con crema para su esposo. Después, ella y Bosworth se dirigieron de regreso a casa.

Sentada con su computadora en el sillón de la sala, intentó revisar los mensajes más recientes en Slack, solo para descubrir que no podía acceder a su cuenta. Entonces, abrió su cuenta de correo electrónico de trabajo, o al menos lo intentó. Tampoco podía entrar. Inició sesión en su cuenta de correo electrónico personal y vio algo en su bandeja de entrada enviado por un ejecutivo de recursos humanos de Twitter.

Según Solomon, en el correo electrónico se leía: “Tu comportamiento reciente ha violado las políticas de la compañía”. Como ella recordó en una entrevista reciente, volteó a ver a su esposo y le dijo: “Creo que ya no trabajo ahí”.

De esa forma, Solomon pasó a formar parte de un grupo pequeño de empleados de la industria de los medios que perdieron su empleo este año tras usar Twitter para hablar en contra de las instituciones donde trabajaban. En el caso de Solomon, desafió de manera directa a su jefe en una serie de tuits. Mencionó que no está segura de si esos tuits causaron que perdiera su trabajo o si es tan solo una de los casi tres 700 empleados de Twitter sacrificados durante los despidos que iniciaron poco después de que Musk asumió la propiedad de la empresa en octubre.

Solomon afirmó que, cuando crecía en las afueras de Coeur d’Alene, Idaho, nunca imaginó que terminaría trabajando en una compañía tan prominente y establecida, y mucho menos que se tendría diferencias con un multimillonario. Agregó que, incluso cuando estudiaba Informática y Matemáticas en la Universidad de Idaho, pensó que se quedaría en su estado natal para siempre. Sin embargo, una amistad consiguió un trabajo en una compañía tecnológica en San Francisco y le sugirió que buscara empleo ahí. A Solomon la contrató una empresa emergente del área de la bahía y pronto consiguió un puesto como ingeniera de software en Medium. En diciembre de 2018, empezó a trabajar en Twitter.

Se unió al grupo de servicios principales, el cual supervisa la infraestructura digital de la plataforma. Su especialidad era GraphQL, un lenguaje de consulta en el que se basa la interfaz de programación de la aplicación de Twitter. Solomon asegura que, después de un tiempo, comenzó a representar a Twitter en eventos y conferencias. Mencionó: “Empecé a hablar mucho en público”.

En octubre de 2020, a ella y a su esposo, Mike Solomon, quien también trabajó en Twitter, les dieron permiso de trabajar de manera remota y se mudaron de San Francisco a Portland. Ella asevera que hace unos meses la ascendieron a gerenta, un puesto en el que estaba a cargo de alrededor de diez ingenieros. Solomon expresó: “Tuve muchas oportunidades de crecer”.

En abril, Musk anunció que deseaba comprar Twitter. Solomon dio indicios de su descontento sobre el posible cambio de propietario en un tuit. Tenía una fotografía de su cafetería habitual, con un letrero en la ventana en el que se leía que estaba cerrada por una junta del personal. Solomon escribió: “Más le vale no comprar también mi cafetería favorita”.

Semanas después, Musk llegó a un acuerdo con el consejo de administración de la compañía. En uno de sus primeros comentarios públicos sobre el acuerdo, anunció que “revertiría el veto permanente” en Twitter al expresidente Donald Trump. Musk, quien se autodescribió como un “absolutista de la libertad de expresión”, también manifestó que esperaba que sus críticos permanecieran en Twitter porque “eso es lo que libertad de expresión significa”.

Solomon casi no hizo comentarios sobre el trato durante el verano, cuando Musk trató de zafarse de la venta y lanzó insultos al consejo de administración de Twitter. El 27 de octubre, la adquisición por fin se finalizó. Solomon respondió con un tuit: “Ufffffffffff”.

Al día siguiente, su vida laboral empezó a cambiar. Asegura que escuchó rumores de terceros sobre tareas que Musk quería priorizar, pero ella y sus colegas tenían poca o nula interacción con el nuevo equipo de liderazgo. Solomon indicó: “Había cero comunicación y yo no tenía visibilidad”.

A principios de noviembre, los más o menos siete mil 500 empleados de Twitter recibieron un correo electrónico conciso de una dirección genérica en el que se leía: “Como parte de un esfuerzo para poner a Twitter en un camino saludable, atravesaremos un proceso difícil de reducción de nuestra fuerza laboral global”. La nota estaba firmada por “Twitter”. El 3 de noviembre, algunas personas en la compañía recibieron correos electrónicos que les anunciaban que serían despedidos al día siguiente.

El 10 de noviembre, durante una semana de reuniones frecuentes sobre cambios en la compañía, Solomon tuiteó: “Programaremos múltiples reuniones todos los días en las que todos participarán hasta que el estado de ánimo mejore”.

Su propio estado de ánimo no mejoró el 13 de noviembre, cuando Musk criticó la infraestructura de programación de Twitter en un tuit, en el cual escribió: “Quiero disculparme porque Twitter está superlento en muchos países. ¡La aplicación está haciendo más de mil RPC mal procesadas tan solo para que se pueda ver la cronología de inicio!”.

El procesamiento de las RPC (sigla en inglés de llamadas a procedimiento remoto, un término de comunicación de datos) estaba directamente relacionado con el trabajo de Solomon y su equipo. En una entrevista, señaló que el tuit de Musk era impreciso, según su punto de vista. Aseguró que si la aplicación de Twitter estaba lenta en algunos países, “no era debido a las razones que él indicó. Si hubiera venido conmigo o mi equipo y nos hubiera preguntado: ‘¿Cómo funciona esto?’, le habríamos explicado”.

Solomon añadió que interpretó la declaración de su jefe como “una indirecta” a los empleados que mantienen la infraestructura digital de Twitter (conocida de manera interna como “infra”). Dijo: “Estaba tan enojada que no podía dejarlo pasar”.

Retuiteó el mensaje de Musk sobre las “RPC mal procesadas” y añadió un comentario propio, en el que se dirigió a él de forma directa: “No solo despediste a casi todos en infra y después hiciste un comentario cínico sobre cómo hacemos el procesamiento. Como si te hubieras molestado siquiera por aprender cómo funciona GraphQL”.

Tres minutos más tarde, escribió un segundo tuit que contenía dos palabras malsonantes. En él, le dijo a Musk que no tenía derecho a criticar a las personas a cargo de la infraestructura de Twitter “mientras estás haciendo malabares para recontratar a las personas que despediste”.

Solomon comentó: “Fue un poco impulsivo”.

Los tuits recibieron mucha atención, con miles de me gusta y retuits, lo que puso a Solomon en peligro de convertirse en el personaje principal del día en Twitter. Al día siguiente, después de pasear a Bosworth e ir a la cafetería, descubrió que no podía entrar a sus cuentas de correo electrónico del trabajo ni a la de Slack.

El regreso del ‘caciquismo’

Hubo una época en un pasado no tan distante en que los trabajadores de empresas de medios de alto perfil podían quejarse públicamente en Twitter de lo que consideraban prácticas sexistas, racistas o injustas en algún otro sentido por parte de los empleadores y aun así mantener sus puestos. Esa época parece haber terminado. En 2022, la tolerancia relativa que alguna vez tuvieron algunos empleadores con los denunciantes en Twitter se desvaneció.

Antes de que Solomon desafiara a Musk en un foro público, dos personas que trabajaban en medios (Erin Overbey, archivista de la revista The New Yorker, y Felicia Sonmez, reportera de The Washington Post) ganaron muchos seguidores en Twitter por varias publicaciones sobre la cultura del lugar de trabajo de sus empleadores.

Overbey publicó hilos sobre la falta de paridad salarial y problemas de diversidad en la revista, así como otras inquietudes relativas al lugar de trabajo. En julio de 2022, anunció en un tuit que había sido despedida. Overbey no respondió a nuestras solicitudes de comentarios para este artículo. The New Yorker se negó a hacer declaraciones.

Sonmez usó Twitter para criticar la política de redes sociales del Post y otros aspectos de su cultura del lugar de trabajo. En junio, la despidieron mediante un correo electrónico que citaba “insubordinación” y “violación de los estándares del Post sobre compañerismo e inclusión en el lugar de trabajo”. Sonmez y el Post se rehusaron a hacer comentarios.

Linda Ong, directora ejecutiva de Cultique, una firma de consultoría en Los Ángeles que asesora empresas sobre las normas culturales cambiantes, indicó que Sonmez y Overbey compartieron sus inquietudes con el público de las redes sociales en medio de un cambio en el equilibrio de poder en algunas compañías mediáticas.

Ong manifestó: “Hubo un movimiento de empoderamiento de los empleados que ganó mucho impulso en la era del MeToo, los primeros días de la COVID y tras el asesinato de George Floyd. Pero ahora la inflación está alta, hay una posible recesión en el horizonte y presión en las corporaciones. Elon Musk representa eso, el redoblamiento del capitalismo a la antigua”.

Concluyó: “La ‘concienciación social’ están cediendo ante el ‘caciquismo’: es la ascensión de los directivos que recobran su poder ante los empleados”.

c.2022 The New York Times Company.

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