Por Azeen Ghorayshi de The New York Times en exclusiva para AM.
Canadá.- Los tics de Aidan detonaron un día, a la salida del colegio, a principios de 2021, aproximadamente un mes después de que terminara el largo encierro de la pandemia. El joven de 16 años se convulsionó al entrar en casa, moviendo la cabeza y los brazos y a veces emitía silbidos y chillidos agudos.
Los padres de Aidan levantaron la vista alarmados del sofá de la sala. Estaban preocupados por la creciente ansiedad del adolescente, relacionada con COVID, la disforia de género, las solicitudes universitarias e incluso las salidas con los amigos. Pero no estaban preparados para este despliegue dramático.
“Vimos lo que ocurría delante de nuestros ojos”, recordó hace poco Rhonda, la madre de Aidan. “Parecía que Aidan se estaba volviendo loco”.
Llevaron a Aidan a urgencias, pero los médicos no encontraron nada malo. Tras llamar a un neurólogo, la familia se enteró de que más de una decena de adolescentes de Calgary habían sufrido espasmos similares en días recientes.
Los videos de TikTok
Durante el año siguiente, médicos de todo el mundo trataron a miles de jóvenes con tics repentinos y explosivos. Muchos de los pacientes habían visto videos populares en TikTok de adolescentes que decían padecer el síndrome de Tourette. Siguió una ola de titulares alarmantes sobre los “tics de TikTok”.
No obstante, se han producido brotes similares durante siglos. Los síntomas misteriosos pueden propagarse con velocidad en una comunidad muy unida, sobre todo en una que ha sufrido estrés común. Los tics de TikTok son uno de los mayores ejemplos modernos de ese fenómeno. Se produjeron en un momento único de la historia, cuando una pandemia que ocurre una vez en un siglo provocó ansiedad y aislamiento generalizados, y las redes sociales a veces fueron la única forma de conectarse y compadecerse.
Ahora, los expertos intentan desentrañar los factores posibles, internos y externos, que hicieron que esos adolescentes fueran tan sensibles a lo que veían en Internet.
Según un estudio de la Universidad de Calgary en el que se analizaron casi 300 casos de ocho países, a cuatro de cada cinco adolescentes les diagnosticaron un trastorno psiquiátrico y un tercio declaró haber sufrido experiencias traumáticas en el pasado. En una nueva investigación aún no publicada, el equipo de Calgary también halló una relación con el sexo. Los adolescentes eran en su inmensa mayoría chicas, trans o no binarios, aunque nadie sabe por qué.
Quizá tan sorprendente como la ola de tics de TikTok es lo rápido que ha dado marcha atrás. A medida que los adolescentes han retomado su vida social anterior a la pandemia, los nuevos casos de tics han ido desapareciendo. Y los médicos afirman que la mayoría de sus pacientes de tics se han recuperado, lo que ilustra el potencial expansivo de la resiliencia adolescente.
“La adolescencia es un periodo de rápido desarrollo social y emocional”, explicó Tamara Pringsheim, neuróloga que codirigió los estudios en Calgary. “Son como esponjas, que absorben nuevas habilidades para hacer frente a la vida”.
La crisis pandémica
Aidan siempre había sido un niño sensible. A los 6 años, durante un periodo turbulento para la familia en el que su madre estaba enferma, Aidan empezó a tener tics de vez en cuando, carraspeando o poniendo los ojos en blanco. (La familia pidió ser identificada solo por sus nombres de pila para mantener su privacidad).
Aidan fue criado como niño. En la adolescencia, Aidan se inclinó por las amistades femeninas, se declaró bisexual y cambió los deportes por el ballet y el teatro. A veces, Aidan sufría acoso escolar. En una ocasión, Aidan se fracturó el cráneo después de que lo arrastraron por los tobillos hasta la ducha del vestuario de chicos.
En la preparatoria, Aidan se declaró no binario y empezó a utilizar el pronombre “elle”. Se dejó crecer el pelo y de vez en cuando llevaba falda a la escuela, intentando averiguar qué era lo que le sentaba bien. Sus padres, aunque le daban apoyo, estaban preocupados por los cambios, lo que hizo que Aidan sintiera enfado e inquietud.
Aidan se refugió en la clase de teatro, donde se animaba a ser diferente. Pero en retrospectiva, Aidan se dio cuenta de que el grupo presentaba como algo glamuroso las enfermedades mentales, a veces haciendo alarde de los diagnósticos psiquiátricos.
Era como una extraña fetichización de la tristeza”, comentó Aidan, ahora de 18 años.
Cuando se anunció el confinamiento por COVID, Aidan sintió cierto alivio. La escuela por Internet le permitía pasar de largo, dibujando o viendo videos en su teléfono.
En TikTok, encontró a decenas de adolescentes que compartían sus experiencias con todo tipo de problemas de salud, como el trastorno de personalidad múltiple y el síndrome de Tourette.
Pero cuando el colegio volvió a abrir en enero de 2021, el estrés de Aidan volvió a inundarlo todo.
Una tarde, tomando asiento en clase, envió a sus padres un largo mensaje de texto con una petición urgente.
“Creo que debería ver a un terapeuta”, escribió Aidan. Había empezado a tener ataques de pánico, decía, y a veces se maltrataba la piel mientras se le dificultaba la respiración. Sus intereses sociales se estaban reduciendo a medida que pasaba más y más tiempo usando su celular.
Aidan empezó terapia poco después. Pero al cabo de un mes, tuvo convulsiones en la sala.
Los influentes de los tics
Más o menos cuando Aidan empezó a tener tics, Pringsheim y Davide Martino, especialistas en movimiento de la Universidad de Calgary, vieron un mensaje en un foro en línea de la Academia Estadounidense de Neurología.
“En mi consulta se ha producido un aumento sin precedentes de mujeres adolescentes jóvenes con lo que parecen ser tics motores y vocales explosivos agudos”, escribió un médico de Kansas City, Misuri.
Los neurólogos canadienses habían observado lo mismo. La mayoría de estos nuevos pacientes no encajaban en el molde de un caso típico de síndrome de Tourette, que suele afectar a varones y comenzar en la primera infancia. Los tics de Tourette suelen ser movimientos simples, como parpadear o toser, y aparecen y desaparecen con el tiempo.
En cambio, los nuevos pacientes solían acudir a urgencias con tics que al parecer habían comenzado de la noche a la mañana. Eran movimientos implacables y complejos, a menudo acompañados de insultos con carga emocional o frases graciosas.
Los relatos coincidentes de médicos de todo el mundo hicieron sospechar a los neurólogos de una fuente compartida. Buscaron en YouTube, pero no encontraron gran cosa. La hija adolescente de Pringsheim les sugirió que buscaran en TikTok, una aplicación que utilizan más de dos tercios de los adolescentes estadounidenses.
Cuando buscaron la palabra “tic” y aparecieron cientos de videos, Pringsheim se quedó pasmado.
“Así es la persona que vi hoy en mi consulta”, recuerda que pensó.
Aprendiendo a soltar
En los meses posteriores al aterrador viaje a urgencias, Rhonda se puso en contacto con decenas de pediatras, neurólogos y psiquiatras. Aidan empezó a tomar varios medicamentos psiquiátricos, incluyendo antipsicóticos, pero los fármacos tenían efectos secundarios y parecían empeorar los tics.
En agosto de 2021, después de faltar seis meses al colegio, a Aidan le ofrecieron una codiciada plaza en una pequeña clínica de rehabilitación para trastornos funcionales del Hospital Infantil de Alberta. Aidan se tambaleaba de manera constante, se golpeaba y gritaba obscenidades. “¡Te odio!”, gritaba a menudo a su madre. “¡Págame!”, “¡Betabel!”, “¡Soy un ganso manso!”.
El núcleo del programa de rehabilitación era un enfoque cognitivo-conductual que abordaba la raíz psicológica del problema y ayudaba a los niños a desarrollar mejores formas de afrontarlo.
Los pacientes tenían que aceptar dos cosas: que no tenían síndrome de Tourette y que sus tics en parte estaban bajo su control. Tenían que querer mejorar.
Durante seis meses, Aidan se reunió entre ocho y diez horas a la semana con diversos especialistas, como un logopeda, un dietista y un psiquiatra. En la terapia, habló del acoso que sufría en el colegio, del creciente estrés por su género y del aislamiento que vivió durante la pandemia. Borró TikTok y empezó a tomar antidepresivos.
En la terapia de grupo con otros padres, animaron a Rhonda y Norm a desviar su atención de los síntomas de su hijo adolescente.
“Se trataba de dar permiso a los padres para no responder”, comentó Rachel Hnatowich, psiquiatra del Hospital Infantil de Alberta que ayudó a tratar a Aidan. Hacerlo, aclaró, ayudaría a quitarle “significado y poder” a la enfermedad.
Nuevos logros
Poco después de terminar el programa de rehabilitación, Aidan volvió a la escuela. Escribió y dirigió su primera obra de teatro y se graduó a tiempo con honores.
Aidan no ha tenido un tic en un año. Ya no usa TikTok, no porque tema enfermar, sino porque le parece aburrido. Sigue en Instagram.
Aidan ha aprendido a identificar y gestionar mejor su ansiedad. Con el apoyo de su psiquiatra, planea dejar los antidepresivos a principios del año que viene. Su estrés por el género también desapareció. Ahora cree que los tics eran un subproducto desafortunado de la búsqueda afanosa, aunque inútil, de respuestas definitivas sobre su salud mental y su identidad.
“Después de un año de terapia, llegué a la conclusión de que las etiquetas son estúpidas”, señaló Aidan. “Simplemente, estoy aquí fuera”.
Los neurólogos afirman que la mayoría de los adolescentes que desarrollaron tics durante la pandemia —incluso los que no recibieron tratamiento intensivo como Aidan— han dejado de tenerlos.
Aunque la enfermedad de Aidan descarriló sus vidas durante un año, Norm, Rhonda y Aidan dijeron que la experiencia los obligó a lidiar con dolorosas dinámicas familiares que precedieron a la pandemia. “Estamos más unidos que antes”, concluyó Rhonda.
c.2023 The New York Times Company
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