Por Ruth Maclean, de The New York Times en exclusiva para AM en Guanajuato.
Uadane, Mauritania.- La artista de henna se inclinó sobre la mano de su clienta, echando un vistazo al celular para copiar los detalles precisos del diseño que eligió la joven que vive en una antigua ciudad desértica de la nación africana occidental de Mauritania.
Bajo el resplandor de la Luna, la joven Iselekhe Jeilaniy se sentaba cautelosa en una estera, con cuidado de que la henna húmeda de su piel no se manchara, igual que lo hizo en la víspera de su boda.
Pero no se iba a casar. Se divorciaba. Al día siguiente sería su fiesta de divorcio.
“Atención, señoras casadas: mi hija Iselekhe ya está divorciada”, gritó la madre de Jeilaniy a la gente del pueblo, ululando tres veces y tamborileando sobre una bandeja de plástico puesta boca abajo. Luego añadió la tradicional confirmación de que el matrimonio había terminado de manera más o menos amistosa: “Está viva, y su ex también”.
Jeilaniy soltó una risita, mirando su teléfono. Estaba ocupada subiendo fotos de henna en Snapchat, la versión moderna de un anuncio de divorcio.
En este país casi cien por ciento musulmán, el divorcio es frecuente; muchas personas han pasado por entre cinco y diez matrimonios, y algunas hasta veinte.
Algunos estudiosos dicen que el país tiene la tasa de divorcios más alta del mundo, aunque hay pocos datos fiables de Mauritania, en parte porque allí los acuerdos de divorcio suelen ser verbales, no documentados.
El divorcio en el país es tan común, según Nejwa El Kettab, socióloga que estudia a la mujer en la sociedad mauritana, en parte porque la comunidad mayoritaria maure heredó fuertes “tendencias matriarcales” de sus antepasados bereberes. Las fiestas de divorcio eran una manera de que las comunidades nómadas del país difundieran el estatus de la mujer. En comparación con otros países musulmanes, las mujeres de Mauritania son bastante libres, aseguró, e incluso pueden seguir lo que llamó una “carrera matrimonial”.
Mientras Jeilaniy se recolocaba con cuidado su “melfa” —una larga tela que le envuelve el pelo y el cuerpo, de un blanco brillante elegido para resaltar la henna oscura—, su madre, Salka Bilale, atravesaba el patio familiar y se cruzaba de brazos, posando para las fotos destinadas a los carteles de la campaña.
Bilale también se había divorciado joven, se había hecho farmacéutica y nunca se volvió a casar. Ahora se postulaba para convertirse en la primera mujer diputada nacional por Uadane, su pueblo, situado en lo alto de una colina y habitado por unos pocos miles de personas que viven en sencillas casas de piedra contiguas a una ciudad en ruinas de 900 años de antigüedad.
El divorcio fue la razón por la que Bilale pudo hacer todo esto. Se había casado joven, antes de poder perseguir su sueño de ser médico, y se divorció cuando se dio cuenta de que su marido se veía con otras mujeres. Su exmarido, ya fallecido, quiso que volviera, pero ella se negó, así que este le cortó el grifo económicamente, al principio sin darle nada, y luego solo 30 dólares al mes para criar a sus cinco hijos, relató.
En su desesperada necesidad de dinero, Bilale abrió una tienda y acabó ganando lo suficiente para pagarse los estudios. El año pasado se abrió un nuevo hospital en Uadane y, a sus 60 años, consiguió por fin un trabajo en el campo de la medicina.
La experiencia de sus hijas fue muy diferente. Jeilaniy se casó mucho más tarde, a los 29 años, y Zaidouba, de 28 años, había rechazado hasta entonces todas las ofertas de matrimonio que le habían hecho, y dio preferencia al estudio y a una serie de pasantías.
Muchas mujeres descubren que el divorcio les proporciona libertades con las que nunca soñaron antes o durante el matrimonio, sobre todo en el primer matrimonio. La apertura de los mauritanos al divorcio, que parece tan moderna, convive con prácticas muy tradicionales en torno al primer matrimonio. Es habitual que los padres elijan ellos mismos al novio y casen a las hijas cuando aún son jóvenes —más de un tercio de las niñas se casan antes de cumplir los 18 años—, lo que deja a las mujeres muy pocas posibilidades de elegir a sus parejas.
Las mujeres suelen tener prioridad sobre los hombres en la custodia de los hijos tras el divorcio. Aunque los hombres son legalmente responsables de pagar la manutención de sus hijos, apenas se hace cumplir la ley y es habitual que las mujeres terminen soportando la carga financiera.
Aunque muchas mujeres nunca planean divorciarse, si ocurre, les resulta más fácil seguir adelante que en muchos otros países, afirmó El Kettab, porque la sociedad las apoya, en lugar de condenarlas. “Lo hacen tan sencillo que es más fácil pasar página”, comentó.
El día de su fiesta de divorcio, Jeilaniy se aplicó base de maquillaje en las mejillas y resaltó sus cejas oscuras en dorado, como había aprendido en YouTube.
Envuelta en una “melfa” de color añil oscuro, salió por la puerta principal y se dirigió a la fiesta, organizada por una amiga de su madre en el salón de su modesta casa de piedra.
Las mujeres mojaban dátiles en crema enlatada. Se sirvieron carne de camello y cebollas con trozos de pan. Luego comían puñados de arroz de un plato común, haciéndolos bolas en sus palmas mientras hablaban. Unos niños pequeños se agachaban y miraban la fiesta cada vez más estridente a través de las ventanas abiertas, que en Uadane están al nivel de la calle arenosa.
La madre de las hermanas llegó y se dejó caer en la alfombra cerca de Jeilaniy, que había pasado gran parte de la fiesta con el teléfono, enviando mensajes y publicando selfis. La fiesta estaba llegando a su fin.
Bilale miró a su hija mayor. “Solo le interesan el matrimonio y los hombres”, dijo. “Cuando yo tenía su edad, ya me interesaba la política”.
Bilale se levantó de la alfombra. Si Jeilaniy no utilizaba su condición de divorciada para avanzar en su carrera y construir su independencia, entonces Bilale se concentraría en utilizar la suya. Salió por la puerta en dirección a la cocina, donde había visto a algunos votantes potenciales para las próximas elecciones.
“Me dirijo a los jóvenes para conseguir votos”, explicó.
c.2023 The New York Times Company
HEP