Por: Franz Lidz para The New York Times en exclusiva para AM
De todas las prolongadas controversias en el campo de la arqueología, pocas hacen enfurecer a los investigadores más que la pregunta de cuándo llegaron los seres humanos al continente americano. Durante gran parte del siglo pasado, la teoría predominante era que hace unos 11.500 años, cazadores de caza mayor originarios de Asia, tras una fatigosa caminata, llegaron a América del Norte por un puente terrestre a lo largo del estrecho de Bering, tomaron una desviación a la derecha por un corredor entre glaciares y, en menos de un milenio, llegaron a la punta de América del Sur.
Sin embargo, en las tres décadas pasadas, varias investigaciones arqueológicas han dejado cada vez más claro que, antes que los cazadores, culturas mucho más tempranas colonizaron América hace unos 16.000 o 24.500 años.
Esta semana, un nuevo estudio académico le dio un drástico giro incluso a esas fechas de migración cuando propuso que en la zona que ahora conocemos como el centro-occidente de Brasil había asentamientos ya hace 27.000 años, hallazgo que reafirma la teoría de que nuestros ancestros habitaron el continente durante el Pleistoceno, concluido hace unos 11.700 años. A este periodo también se le denomina la edad de hielo debido a sus numerosos ciclos de formación y fusión de glaciares.
Las conclusiones del artículo, publicado en la revista científica Proceedings of the Royal Society B, se basan en el análisis de una fuente inesperada: tres huesos de un perezoso terrestre gigante extinto. Excavados hace 28 años en el abrigo rocoso de Santa Elina, los fósiles (parecidos a las placas rígidas y con escamas llamadas osteodermos que protegen la piel de los armadillos actuales) tenían señales de haber sido modificados para hacer unos dijes primitivos, con muescas y orificios que, en opinión de los investigadores, solo podían haber creado personas.
“Se trata de un estudio muy significativo porque se suma a un creciente conjunto de datos sobre la antigüedad de las ocupaciones humanas en América”, comentó April Nowell, arqueóloga paleolítica de la Universidad de Victoria que no participó en el proyecto. “También demuestra la importancia de los ornamentos personales”.
El perezoso terrestre gigante apareció en América del Sur por primera vez hace 35 millones de años. Algunas especies eran igual de robustas que los elefantes modernos y, cuando se alzaban en sus patas traseras, superaban los 3 metros de altura. El enorme herbívoro, pariente lejano del actual perezoso arbóreo, mucho más pequeño, tenía mandíbulas descomunales y poderosas extremidades con garras, y quizá sirvió de inspiración para el mapinguarí, criatura mítica propia de las leyendas amazónicas, que tenía el desagradable hábito de arrancarle la cabeza a los humanos y devorarla. El perezoso gigante desapareció del continente hace unos 11.000 años, pero abundan restos fósiles.
Tres métodos de datación, aplicados a tres capas de partículas de sedimento, osteodermos y carbón en Santa Elina, indicaron que los seres humanos dejaron marca por primera vez en la capa más antigua y profunda hace unos 27.000 o 23.000 años. Desde entonces, ha habido asentamientos humanos en el abrigo en distintos momentos: hace unos 17.000 a 13.000 años en la capa de en medio y luego, hace 6000 años, en la capa superior, según los investigadores. “La pregunta que debemos responder es si los seres humanos hicieron esos artefactos durante la época en que coexistieron con los perezosos”, señaló Mirian Liza Alves Forancelli Pacheco, coautora del estudio, arqueóloga de la Universidad Federal de São Carlos en Brasil.
En forma de triángulos y lágrimas, en la capa más profunda, los tres peculiares huesos de perezoso parecen haber sido limados y perforados. “Se ve con claridad que se hicieron orificios completos o parciales cerca de las orillas, como si se hubieran diseñado para colgarse de una cuerda”, indicó Pacheco.
Algunas marcas microscópicas sugieren que manos humanas lustraron los osteodermos e incluso sus orificios. Su textura y forma no pueden ser el resultado del desgaste natural ni de mordidas de animales, explicó Thais Rabito Pansani, paleontóloga de la Universidad Federal de São Carlos y primera autora del artículo. Un análisis más minucioso reveló raspones en distintas direcciones y ranuras de herramientas de piedra hechas unos días o unos años después de la muerte de los perezosos, pero antes de que se fosilizaran los huesos.
“En nuestra opinión, los primeros humanos que vivieron en el abrigo hicieron ornamentos personales con los huesos, quizá dijes, que sufrieron gran desgaste con el paso del tiempo por el gran uso que se les dio”, afirmó Pansani. En ese caso, serían el ejemplo más antiguo conocido de joyería descubierta en el continente americano y los únicos objetos del registro arqueológico elaborados a partir de hueso de perezoso gigante.
“Los autores presentan pruebas muy convincentes de una modificación antropogénica de los huesos de perezoso”, indicó Mercedes Okumura, arqueóloga de la Universidad de São Paulo. “Este estudio puede ayudar a comprender cómo utilizaban los ornamentos los primeros americanos, así como la interacción entre los humanos antiguos y la megafauna de América”.
Nowell resaltó que, desde hace miles de años, el cuerpo humano ha sido un espacio de creación y expresión de la identidad individual y de grupo, y antigüedades como adornos hechos de perezoso gigante desempeñan un papel vital en ese proceso. “Me encanta que estas cuentas estén tan desgastadas por haber estado colgadas o por el roce con la piel, con tela o con otras cuentas”, dijo. “Eso habla del valor de estos objetos; sugiere que se usaron mucho tiempo”.
c.2023 The New York Times Company
JFF