Por Max Bearak para The New York Times en exclusiva para AM 

Goma, República Democrática del Congo.- El mundo avanza a toda velocidad con enormes inversiones en energías renovables: este año, por primera vez se ha invertido más dinero en energía solar que en petróleo.

Sin embargo, hay un sistema mundial de préstamos que en esencia excluye a los países más pobres del mundo, en su mayoría africanos, pues los considera demasiado riesgosos para invertir. Tan solo el dos por ciento de la inversión mundial en energías renovables se ha realizado en África, donde casi mil millones de personas tienen poco o ningún acceso a la electricidad.

Según los líderes africanos, es una paradoja. Aseguran que los proyectos de energía limpia ayudarían a estabilizar sus países y economías, al reducir el riesgo que aseveran temer los inversionistas. Es un tema inminente esta semana en una cumbre sobre el clima celebrada en Kenia, como lo será en las pláticas sobre el clima que promueven las Naciones Unidas para finales de este año en Dubái, Emiratos Árabes Unidos.

También le preocupa a Archip Lobo, cuya empresa, contra todo pronóstico, este año recaudó 70 millones de dólares en fondos internacionales —lo cual le pone fin a media década de esfuerzos— para construir microrredes alimentadas con energía solar en la República Democrática del Congo.

“Hace un año, estábamos a medio camino de perder la esperanza”, admitió Lobo. “Pensábamos: todos estos prestamistas quieren que les aseguremos que no hay ningún riesgo político ni de seguridad. ¿Cómo se puede hacer eso en la República Democrática del Congo?”.

Lobo ha vivido ese riesgo. A los 8 años, se convirtió en refugiado. El Ejército reclutó a la fuerza a sus hermanos y otros familiares fueron violados.

Sin embargo, también encarna un espíritu emprendedor que prospera en la República Democrática del Congo. Lobo, quien ahora tiene 31 años, se tituló de la universidad y cofundó una empresa que tuesta parte del delicioso café que crece al este de la República Democrática del Congo.

Aunque su segunda empresa, Nuru —la palabra significa “luz” en suajili—, es pequeña para los estándares del mundo; Según los expertos, este tipo de inversiones son importantes porque, si no cambia el patrón de inversión en las energías limpias, a mediados de siglo más de tres cuartas partes de las emisiones de dióxido de carbono podrían provenir de los países menos desarrollados, cuyas poblaciones y las economías crecen más rápido que en ningún otro lugar.

Al igual que muchos empresarios en toda África, Lobo se encontró con el obstáculo del precio y la escasez de electricidad. Su empresa cafetera dependía de apenas una o dos horas de energía de un generador impulsado con diésel que tenía que transportarse en camión millas de kilómetros desde puertos de Kenia y Tanzania.

Lobo cofundó a Nuru para intentar resolver ese problema. Negoció una sociedad con un consorcio de fondos filantrópicos —con respaldo del Fondo de la Tierra de Bezos y las fundaciones Rockefeller e IKEA— que accedieron a poner la mayoría del financiamiento reciente, lo cual busca darle a Nuru la oportunidad de demostrar que, en vez de ser una inversión arriesgada, es una empresa que puede ganar dinero y transformar la economía local.

“Intentamos utilizar dinero filantrópico para crear demostraciones que pongan en marcha el mercado y comprueben que es menos arriesgado de lo que creen las instituciones de crédito y los bancos privados a nivel internacional”, declaró Simon Harford, director ejecutivo del consorcio, conocido como Alianza Mundial de Energía para las Personas y el Planeta.

Con el dinero, Nuru aumentará de una a cuatro sus microrredes urbanas en la República Democrática del Congo y podrá producir tres veces más electricidad. Con el tiempo, la empresa espera darles a millones de congoleños la electricidad más barata y confiable de la que producen los generadores de diésel que utilizan la mayoría en este momento.

Más de 70 millones de los 100 millones de congoleños no pueden pagar ni tener acceso a la electricidad. En la actualidad, su población crece más rápido que la cantidad de nuevos clientes comienzan a tener acceso a la electricidad.

“Le pago tres veces menos a Nuru de lo que pagaba por el diésel, así que puedes imaginar lo que significa para mi negocio”, comentó Ezekia Rubona, de 27 años, quien se encarga de una tienda donde la gente puede sacar fotocopias, imprimir Sube vídeos y navega por Internet. “Además, ese generador siempre se sobrecargaba. Por eso se descomponían las máquinas”.

Aunque el financiamiento es un gran avance para Nuru, la empresa lo recibe una tasa de interés superior al 15 por ciento, cinco veces más alto que las tasas de interés de muchos proyectos de energías renovables en países más ricos donde las empresas tienen un acceso. más fácil al crédito. Nuru tampoco puede permitirse contratar a un director financiero experimentado. A lo largo de los años, apenas le ha podido pagar a su pequeño equipo por intentar conseguir una inversión que en cualquier otro lugar del mundo de las energías renovables podría parecer insignificante.

Según Lobo, el factor decisivo fue lograr que los inversionistas en verdad vinieran a la República Democrática del Congo. Una epidemia de ébola en la región y, luego, la COVID-19, así como los disturbios que son tan persistentes que rara vez llegan a los titulares mundiales, dificultaron la tarea. El día que un reportero de The New York Times llegó a la ciudad de Goma para visitar la microrred de Nuru, las fuerzas de seguridad del Estado mataron a más de 40 personas que se habían reunido para protestar contra la presencia de una fuerza de paz de la ONU que ha estado apostada durante años ya la cual en general se le considera ineficaz y una fuente de corrupción.

Un día después, Goma volvió a su ajetreo habitual.

“Los inversionistas también son seres humanos”, comentó Lobo. “Una vez que vienen aquí y ven el hambre de energía, el potencial de crecimiento, por fin pueden ver más allá de los riesgos y observar cuán transformadora será esta inversión, una oportunidad de negocio real y genuina”.

Los líderes africanos reunidos esta semana en Nairobi, Kenia, para la primera Cumbre Africana sobre el Clima esperan convencer a los inversionistas mundiales y a los bancos multinacionales de desarrollo, como el Fondo Monetario Internacional, de que las empresas africanas no solo necesitan más acuerdos como el de Nuru, sino también mejores.

Hay un término, “concesional”, para ciertos tipos de préstamos internacionales que están diseñados para ayudar a los prestatarios internacionales menos ricos. La idea es que los préstamos puedan tener tasas de interés inferiores a las del mercado o períodos de gracia para su reembolso.

El préstamo de Nuru es todo menos concesional.

Sin embargo, la idea es encender la mecha para mayores inversiones. “Los bancos multinacionales deben ser los principales movilizadores”, opinó Chavi Meattle, experta en financiamiento climático en África de Climate Policy Initiative, un grupo de investigación sin fines de lucro. “Han hecho promesas de reforma, pero no las están cumpliendo con la rapidez suficiente”.

c.2023 The New York Times Company

JFF 

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