Mujeres palestinas lloran durante un funeral.

Por Luis de la Vega, de El País, en exclusiva para AM Guanajuato

La violencia trae más violencia. Y en el conflicto árabe-israelí, más todavía. Las calles de Tulkarem (en la Cisjordania ocupada), escenario de un multitudinario entierro entre salvas de fusiles al aire, han clamado venganza este martes tras la muerte, el día anterior, de cuatro palestinos acribillados dentro de un coche por las fuerzas israelíes a plena luz del día y delante de los vecinos.

Los uniformados habían llegado a bordo de una furgoneta de manera encubierta a esa localidad, de unos 80,000 habitantes. Un puñado de flores de plástico rojas, restos de sangre, cristales y una farola abollada, donde chocó el vehículo que los transportaba frenado a balazos, marcan en la calle Mohammad Ibn Al Qassem, el lugar exacto de su muerte.

 “Vinieron a asesinarlos, no a arrestarlos”, afirma Mehdi, de 33 años y uno de los testigos de lo ocurrido consultados por El País. Reside en la casa delante de la que tuvieron lugar los hechos. Desde una de sus ventanas se grabó el video, que corrió como la pólvora en redes sociales, donde aparecen los agentes rematando a corta distancia a los cuatro hombres que iban dentro del coche, que acabó con decenas de impactos. Calculan que la operación no duró más de cinco minutos. Después, los atacantes desaparecieron y a los 10 minutos llegaron las ambulancias, cuentan.

Objetivo: Cisjordania

Las Fuerzas de Seguridad de Israel han multiplicado las operaciones en Cisjordania en paralelo a la guerra con Hamás en Gaza. Desde que esta comenzó hace un mes, han muerto en ese territorio más de 150 palestinos, según el Ministerio de Sanidad de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Además, más de 2,200 han sido detenidos, según la Sociedad Palestina de Prisioneros. Los cuatro muertos en Tulkarem formaban parte de una célula “terrorista” dirigida por Hamás desde la Franja y desde el exterior, y responsable de llevar a cabo “decenas de ataques con armas de fuego y planificar ataques adicionales”, según un comunicado del ejército, la policía y el Shin Bet (servicio de seguridad interior).
 
Aunque se miran entre sonrisas, ninguno de los habitantes de la casa delante de la que se llevó a cabo el mortal ataque reconoce ser el autor de la famosa grabación. “Venga, vamos. Trabaja, trabaja”, se escucha en el vídeo gritar en hebreo a la media docena de uniformados que se acercan al vehículo y abren las puertas mientras se animan a seguir disparando para asegurarse de que estén todos muertos.

Sus nombres son Jihad Shihada, Ezzeddine Awad, Qasim Rajab y Momen Bal’awi, según la agencia oficial palestina Wafa. Para la prensa palestina son “mártires” de la causa. Las autoridades israelíes señalan a Shihada y Awad como los de más alto rango. Horas después de la operación, el ejército israelí llevó a cabo una incursión en el campo de refugiados de Tulkarem, donde tenía su sede el grupo, según las autoridades israelíes. Los vecinos cuentan que las tropas permanecieron entre las dos y las seis de la madrugada del martes. A primera hora de la mañana, hay calles totalmente levantadas por la acción de las excavadoras, vehículos destrozados y algunas casas atacadas, como la de Islam Banna, de 25 años, que recibió el impacto de un proyectil a la altura del tercer piso.

Otra de las casas afectadas por la operación militar es la de Ezzedinne Awad, de 27 años, uno de los cuatro muertos el lunes. Su padre, Riad Awad, de 52 años, recibe condolencias, sentado junto a otros familiares en sillas de plástico alineadas delante de la vivienda. Mientras, varios vecinos van cargando escombros que sacan de un camión. “Las fuerzas de ocupación que asesinaron a mi hijo vinieron por la noche”, relata el padre, al tiempo que añade que su mujer resultó herida en el rostro. “Derribaron las puertas y subieron a nuestra habitación. Nos sacaron a todos a la calle”, añade. Al ser preguntado por su hijo, Riad Awad comenta que formaba parte de la “resistencia” y que “había sido miembro de las Brigadas Qassam”, brazo armado de Hamás.

“Vamos a asesinar a su hijo”, afirma Awad que le dijeron las autoridades de Israel el pasado agosto. Desde entonces, los servicios secretos habían llamado varias veces amenazándole y asegurando que iban a acabar con él, detalla. Este lunes, “vinieron a asesinarlo, no a arrestarlo”, concluye. “Creo que era de Hamás”, apunta su tío, Nabil Awad, de 49 años, que ocupa otra de las sillas en la calle, que presenta enormes destrozos tras la operación militar.

“Religioso, tranquilo y adorable”

En medio de tanta premonición, nadie derrama ni una lágrima. Ezzedinne Awad nunca había pasado por la cárcel, según su padre, y era “muy religioso, tranquilo y adorable”. “Su sueño era forjarse una vida, pero le era imposible por la ocupación”, defiende el progenitor. Delante de la casa de los Awad y a lo largo de toda la calle, varios camiones y excavadoras tratan de adecentar el campo de refugiados para que se pueda celebrar el multitudinario entierro.
 
A las diez de la mañana, un cortejo dominado por la rabia de varios miles de hombres, decenas de ellos armados y disparando al cielo, parten con los cuatro cadáveres en camillas a hombros desde el hospital. Se dirigen al campo de refugiados a paso ligero sin dejar de lanzar proclamas a voces y entonando el omnipresente “no hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta”.
 

 

Por el camino, bajo un sol que aprieta, algunos jóvenes van sacudiendo las moscas de los rostros de los finados, que presentan heridas, hematomas y orificios de balazos. Hay vecinos que portan capas, cintas en la frente o banderas verdes de Hamás, el movimiento islamista que gobierna Gaza y cuyo brazo armado dejó 1,400 muertos en un ataque nunca visto hasta ahora contra Israel el 7 de octubre y detonante de la actual guerra. También hay algunas enseñas amarillas de Fatah, el partido laico que domina la Autoridad Nacional Palestina, que lleva las riendas de Cisjordania. Algunas de las consignas giran en torno a la necesidad de unión de las diferentes facciones palestinas.

Una procesión fúnebre tan multitudinaria como la de este martes en Tulkarem convierte a un campo de refugiados palestinos en un auténtico santuario de la causa, el caldo de cultivo perfecto para que surjan nuevos combatientes frente a la asfixiante ocupación israelí. Decenas de niños de todas las edades acompañan a sus mayores y vociferan con ellos en medio de un baño de rifles, hombres encapuchados, lágrimas, odio, violencia y dolor.

Desfilan por unas calles repletas de pintadas reivindicativas y con los rostros de los muertos de todos estos años visibles por todos sitios. Los cuerpos son llevados a sus casas, donde las mujeres, casi ausentes del cortejo, se despiden de ellos. Tras la oración del mediodía en la mezquita, continúan hacia el cementerio. Allí son depositados en una misma fosa, separados por ladrillos grises. Como manda la tradición, sin féretro. Un hombre alienta a las masas a través de la megafonía. Es el padre de uno de los cuatro ajusticiados por Israel. “¡Pronto habrá venganza!”, asegura.

RSV

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