Una fotografía en blanco y negro muestra al presidente Lázaro Cárdenas del Río al frente de una movilización de ciudadanos. La imagen, localizada en los archivos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), fue tomada en 1935, el primer año del Gobierno cardenista.
Esa movilización encabezada por el presidente de México fue conocida como la Marcha del progreso. Un ideal –el del progreso– muy incrustado en la concepción de las naciones del siglo pasado. El sexenio de Cárdenas (1934-1940) marcó una ruptura con los gobiernos surgidos de la Revolución. Se acabaron los caudillos, pero en su lugar quedaron unos líderes carismáticos que ya no vestían uniformes.
Cárdenas persiguió la idea de un solo país y la unidad popular frente a las amenazas a la nación, entonces más exteriores que interiores. La figura del presidente fuerte dio origen a un partido único, el Revolucionario Institucional (PRI). Casi 90 años después, el presidente Andrés Manuel López Obrador, ferviente admirador de Cárdenas, se pondrá este domingo al frente de una marcha ciudadana a favor de su propio Gobierno.
Desde Cárdenas, ningún presidente en funciones había vuelto a salir a marchar, coinciden historiadores, politólogos y académicos entrevistados por El País. Hubo, sí, movilizaciones populares orquestadas por el aparato partidista, del que los presidentes mexicanos ya no lograron desmarcarse. No importaba tanto cuál fuese el nombre del mandatario en turno, era referido con el sobrenombre de “PPP”: Primer Priista del País.
Una mirada hacia el pasado, a los orígenes del PRI
El origen del PRI coincide con el origen del presidencialismo. Plutarco Elías Calles fundó en 1928 el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que en 1938 Cárdenas transformó en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), luego de que su Gobierno expropió a las empresas petroleras extranjeras.
En 1946 se creó el PRI, el partido que institucionalizó la revolución. Y no de manera metafórica. El PRI creó corporaciones para adherir a las disidencias al aparato partidista. Incorporó –y desmovilizó– a los campesinos (en la CNC), a los obreros (en la CROC), a los trabajadores y sus sindicatos (en la CTM), y a los jóvenes, las mujeres, los comerciantes, los jubilados y los transportistas (en la CNOP).
El PRI quiso que en él cupiesen todos los mexicanos. Soñaba con ser un partido –parafraseando a Borges– del tamaño del país. Sus colores han sido los de la bandera nacional. Los ensayistas han escrito que todo mexicano lleva un priista dentro. De ser cierto, el PRI sería más bien un partido biopolítico que ejerce su poder en el espíritu de las personas, según Foucault. La historia del partido y sus liderazgos explica la historia política del México reciente.
“El Gobierno de López Obrador, igual que el de Cárdenas, es un gobierno para el pueblo, pero no del pueblo. López Obrador llega a la presidencia por un movimiento social, pero es un movimiento donde él se conforma como un caudillo.
Estamos hablando de un grado de conciencia política muy atrasada, donde las personas siguen a un líder carismático”, explica Porfirio Toledo, profesor de Historia de México en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
Cárdenas tendió las bases para un régimen autoritario, el presidencialista, y es ahí donde se consolida el partido corporativo. Eso es populismo y es, por lo tanto, paternalismo. Y no tiene nada que ver con la democracia”, añade.
Después de Cárdenas, el partido se encargó de movilizar al pueblo –a través de sus corporaciones– para ungir al presidente. Para Adolfo López Mateos, una concentración en el Zócalo en apoyo a la nacionalización de la industria eléctrica (1960). Para Gustavo Díaz Ordaz, su Mitin del desagravio, semanas antes de la matanza de estudiantes en Tlatelolco (1968).
Para Luis Echeverría, las movilizaciones callejeras de las Fuerzas vivas del PRI para festejar sus informes de Gobierno. Para José López Portillo, una marcha al Zócalo a favor de la nacionalización de la banca (1982).
Esas respuestas presidenciales suceden en una coyuntura muy particular, pero casi todas son movilizaciones que se convocan ante una crisis o ante múltiples crisis”, explica Rodolfo Gamiño, historiador y docente de la Universidad Iberoamericana.
La politóloga y académica de El Colegio de México (Colmex) Soledad Loaeza señala que esos desfiles sirvieron para legitimar políticas del Gobierno. “Son muestras de apoyo a una decisión presidencial y de afirmación nacionalista. No son movilizaciones de enfrentamiento”, expone.
Esa fue la era en que se institucionalizó el acarreo como cultura política: traslado de personas de los Estados a la capital en camiones; reparto de comida –tortas, refrescos, fruta–; reparto de dinero; reparto de gorras, playeras, matracas y banderas; promesas de pavimentar calles o repellar las paredes de las casas. En resumen, administración de la pobreza. Acarreo de voluntades más que de los cuerpos que las contienen.
Durante esas décadas, las movilizaciones populares al margen del partido, las auténticas disidencias, fueron reprimidas por el régimen, como sucedió en el 2 de octubre de 1968, en el Halconazo de 1971 y a lo largo del periodo conocido como la Guerra sucia (entre la década de 1960 y la de 1980).
López Obrador, que también militó en el PRI, convocó el domingo a su marcha luego de una manifestación ciudadana en contra de su iniciativa de reforma electoral. Fue la movilización más numerosa en sus cuatro años de Gobierno.
Aunque el presidente sostiene que su Administración representa una ruptura con el pasado –priista y neoliberal–, lo viejo no ha acabado de morir ni lo nuevo de nacer, como él mismo ha dicho. En el Metro de la Ciudad de México, en puentes peatonales y bardas proliferan anuncios que convocan a la marcha y cuyo financiamiento se desconoce.
Gobernadores, diputados, senadores, alcaldes y dirigentes de Morena han anunciado sin rubores que van a transportar a cientos de personas de los Estados a la capital. Como el viaje es largo y dura la caminata, será necesario alimentar a las bases. Playeras, banderas, matracas y pancartas, quizá, para mostrar al presidente que no está solo.
Pero de alguna manera sí lo está. El hecho de que él encabece su marcha demuestra que el partido que fundó en 2015 ha sido incapaz de movilizar a la base social, señalan los especialistas. El presidente suple así la ausencia del partido. “Si él tuviera detrás de sí una estructura orgánica que se hubiera movilizado en cada momento, día a día, para crear organización, ese es el partido que se movilizaría, no el domingo, sino siempre, en todos los lugares y en todos los aspectos de la vida.
Los estudiantes en sus escuelas, los campesinos en el campo, los trabajadores en sus sindicatos. La gente estaría movilizada allí donde se da la vida diaria. Pero esa estructura orgánica no existe. Y, como no existe, él tiene que sustituirla”, explica Toledo, de la UNAM.
Las interpretaciones académicas de la marcha de AMLO
Para Gamiño, de la Ibero, López Obrador ha reinstaurado el presidencialismo como instrumento de unificación. “Lo que ha caracterizado su presidencia es el mensaje de: ‘Ante las crisis, estoy yo; yo soy el centro’. Es la respuesta al hecho de que no ha logrado concretar un consenso social en México”, explica.
Para Loaeza, del Colmex, López Obrador transitó de los desfiles de afirmación priista a la movilización de las diferencias. “Ningún presidente había convocado a la división como lo ha hecho él”, sostiene.
López Obrador, que ha dicho que él gobierna para todos y no para un partido, se convertirá este domingo en el primer presidente que en los últimos noventa años sale a manifestarse a favor de su proyecto, que él encabeza, poniéndose él mismo al frente de la marcha, en la que los asistentes llevarán carteles con su rostro y su nombre, y gritarán vivas y hurras a él, el presidente, que viva él, viva.
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