Los familiares de las víctimas de meningitis aséptica se manifiestan para exigir justicia el 25 de noviembre de 2022 en Durango.

Por Alejandro Santos Cid.

Laura Verónica Rosales está en la antesala de la muerte. El cuerpo sigue vivo, pero su cerebro se apagó el miércoles. La joven, de apenas 30 años, está en un limbo existencial, legal y estadístico: hasta que no se pueda certificar oficialmente como una defunción, Rosales no integrará la lista de decesos por el brote de meningitis aséptica que tiene en vilo a Durango desde mediados de octubre.

Si nadie se le adelanta, será la persona número 24 en fallecer por la enfermedad, —hasta el momento van 22 mujeres y un hombre—, que se originó en cuatro clínicas privadas de la ciudad. “Mi hija duró dos semanas bien, platicábamos, comía, le daban tratamiento… Pero hace 14 días tuvo un derrame. Antier le diagnosticaron muerte cerebral. Ya solo tiene un ventilador y un medicamento para controlar la presión”, cuenta Enrique Rosales (49 años), su padre, entre dos tráileres que ofrecen alimentos, ropa y apoyo psicológico a las puertas del Hospital General 450, el centro público que se ha convertido en el epicentro de la lucha contra la meningitis.

El causante de la enfermedad es un asesino invisible con nombre en latín: Fusarium solani, un hongo que normalmente se encuentra en plantas, aunque esta vez apareció en cuatro lotes de bupivacaína, un anestésico local utilizado en cesáreas y otras operaciones cortas, lo que explica que la inmensa mayoría de afectadas sean mujeres jóvenes. Es un caso atípico: la enfermedad, que inflama los tejidos que cubren el cerebro y la médula espinal, normalmente se presenta por contacto directo con otro infectado, y en su forma más común se transmite por un virus.

Es un proceso demoledor el de la muerte cerebral. En México, la eutanasia no es legal, así que lo único que le queda a la familia de Rosales es esperar hasta que las constantes vitales se esfumen de a poco, en un proceso irreversible pero que puede extenderse varios días, posponiendo una realidad inevitable: Laura Verónica Rosales está muerta. Lo está desde el 15 de septiembre, aunque entonces ella no podía saberlo. Aquel día la operaron de la vesícula en el Hospital del Parque, uno de los cuatro centros con contagios. Al poco tiempo comenzó a dolerle la cabeza, a sentir que se le dormía un pie. En las noticias empezaron a hablar de la meningitis. Fallecieron las primeras víctimas. El 13 de noviembre la joven fue a hacerse las pruebas al Hospital 450. A los dos días le dijeron que tenía que ser ingresada. Ya no volvió a pisar la calle.

El misterio, lo que todos se preguntan estos días por aquí y todavía nadie consigue entender, es cómo el hongo dio el salto de los vegetales al líquido cefalorraquídeo de los más de 70 contagios que la Secretaría de Salud (SSD) ha confirmado hasta el momento. Las hipótesis van desde la reutilización de jeringuillas a la mala conservación y manejo de los medicamentos. La compañía que produce el fármaco, Pisa, distribuye internacionalmente. Solo ha habido casos en Durango.

Enrique Rosales no suelta una lágrima: es de esa generación a la que le enseñaron que los hombres no lloran ni ante la muerte de una hija. Pero hay otras manifestaciones de la tristeza: la voz arrastrada, los hombros encogidos, la mirada perdida. “Estoy bien jodido, la neta. Tengo tres semanas que no trabajo, me han echado por estar aquí, pero no me importa. Mis hermanos me han estado ayudando económicamente. [Laura Verónica] tiene dos hijos, uno de 11 años y el otro de uno. El mayor ya pregunta, le vamos a llevar a un psicólogo para que lo vaya preparando porque piensa que ya va a salir su mamá”.

“Así es en Durango. Aquí todos tienen un precio”

Los expertos coinciden en que este es un brote de meningitis histórico: apenas hay literatura científica sobre el hongo, no hay casi referentes que seguir. La mortalidad puede superar el 50% de pacientes, lo que significa que, como Rosales, muchas de las contagiadas empezaron una cuenta atrás el día en que fueron infectadas. Según un estudio, si las afectadas son atendidas antes de presentar síntomas, el riesgo de muerte podría descender hasta un 40%. El principal objetivo de las autoridades ahora es identificar y encontrar a todo aquel que pudo estar expuesto. La lista que manejan es de más de 1.800 personas.

Entre ellas está María Eugenia Fernández (61 años), que se sometió a una cirugía el 22 de octubre en el Hospital San Carlos, otro de los centros médicos implicados, y este viernes ha venido al 450 a hacerse los análisis, aunque de momento no tiene síntomas. “Siento miedo, estrés, angustia, impotencia… Estoy bien estresada, necesito apoyo psicológico, creo que todas. Estoy tomando medicamentos para la ansiedad. Confío en los servicios médicos, pero esto supera límites”, denuncia la mujer.

El problema de Fusarium solani es simple: si inyectas un anestésico portador de un hongo en la médula espinal, las defensas, por muy joven y sana que sea la persona, poco pueden hacer. Es como si una ciudad se protege de un asedio con murallas fuertes y robustas, pero el enemigo aterriza en la plaza central. El neurólogo Luis Ángel Ruano Calderón, la mente detrás de la estrategia médica que se ha seguido contra la enfermedad, lo explica así: “Nuestras pacientes son inmunocompetentes [capaces de producir una respuesta inmunitaria normal], no inmunocomprometidas [con las defensas debilitadas], como habitualmente sucede en estos casos. Ese es el problema principal: son mujeres sanas con una infección del sistema nervioso central por un hongo. Todavía lo agrava más”.

Los anestesiólogos de los cuatro hospitales implicados están siendo investigados. Este diario ha intentado contactar con ellos, pero por el momento han declinado responder. El 5 de diciembre la Fiscalía estatal emitió siete órdenes de aprehensión para los “administradores y dueños de los hospitales privados [el del Parque, el Santé, el Dikcava y el San Carlos]” donde se generó el brote, pero era demasiado tarde y para cuando la policía quiso detenerlos, ya habían huido. Siguen prófugos. “Pusimos una denuncia, aunque no ha hecho nada. Así es en Durango. Aquí todos tienen un precio”, dice Rosales con rabia contenida.

“El dolor es increíble, no me permite ni levantarme”

Marta Esmeralda León (33 años) lleva una sonda en la nariz y unas gafas de sol para protegerse de la luz. Ni siquiera puede mirar directamente su teléfono, porque el brillo aumenta su dolor de cabeza. Es una de las pacientes de meningitis ingresadas en el 450. “No es uno de mis mejores días, me duele mucho un ojo. Es un proceso doloroso y desesperante estar aquí. Sin estar en casa con mis hijos, trabajar, hacer vida normal… Es injusto. El dolor es increíble, no te puedo explicar en qué magnitudes, no me permite ni levantarme”, explica por videollamada. “Todo es difícil: estar en la cama del hospital por tanto tiempo, estar separada de tus hijos…”. La conversación se interrumpe porque las lágrimas le impiden seguir hablando. “Ya no puede seguir, le ganaron sus seguimientos”, dice en la pantalla Diego León, su padre, con gesto roto.

Un rato antes, en el parking, León padre narra que el 1 de agosto la joven se sometió a una cirugía por un quiste ovárico en el Hospital del Parque. El dolor comenzó pocos días después. Le siguió una peregrinación por doctores y neurólogos, preocupados porque pudiera tratarse de un tumor. “Solo veíamos su dolor. Cuando salió la primera noticia de que había pacientes con los mismos síntomas, vinimos [al 450] y de volada la internaron. Ha sido un mes muy difícil. Está uno en el cuarto tan tranquilo cuando sale el rumor de que se murió una paciente. Las otras se quedan tristes, se desaniman, piensan que se van a morir. Es muy duro para ellas cuando otra muere. Uno como padre tiene que ser paciente, pero sentimos coraje, impotencia, incertidumbre. Las muchachas se están muriendo y uno ya no piensa cuál se va a salvar, sino cuál se va a morir mañana”.

Parece que el tratamiento de León, que trabaja en la Secretaría de Educación y estudia magisterio, funciona, aunque el daño persiste. “A veces no se mueve, no habla, no hace nada, se queda muy seria soportando su dolor. La vemos y nos desesperamos”, continúa el padre, campesino de un pueblo de la sierra. Su hija tiene dos críos de ocho y 13 años. “Los niños están ya desesperados, tienen un mes que no ven a su mamá. Es muy duro para ellos, es su madre y les hace falta. Como abuelos hacemos lo que podemos, pero no es lo mismo”, lamenta el hombre, protegido del sol por un sombrero vaquero.

Irasema Kondo, secretaria de Salud de Durango, explica en entrevista con El País: “Es el hongo más difícil de tratar de los que podían haber causado la infección. Los médicos han investigado todo, pero una vez [que los pacientes] presentan hemorragia intracraneal es muy difícil que puedan sobrevivir”. A los familiares esta explicación no les sirve: critican que no haya detenidos, que todavía no esté claro cómo comenzó el brote. “No hubo contaminación de origen en los medicamentos, pero todavía no sabemos qué es lo que se contaminó. Entiendo que piensen que ha pasado tiempo sin resultados, pero este tipo de pruebas tardan y no podemos hacer señalamientos a la ligera. Si hubiera responsabilidad por parte de la SSD por supuesto la vamos a señalar, pero a día de hoy estamos tranquilos porque hemos hecho todo lo que nos corresponde y un poco más”, defiende.

Cuando todo empezó, Christian Herrera (33 años), especialista en ginecología, fue uno de los médicos que atendió a las primeras cuatro pacientes en el Hospital Materno-Infantil: “A lo mejor estoy paranoico, pero si sigue el ritmo, el 450 puede colapsar. Terapia intensiva está llena de pacientes con meningitis, ¿y los demás diagnósticos? Los pacientes tienen miedo, los familiares tienen miedo. Hoy tuvimos que hacer un procedimiento y la paciente prefirió que la durmieran completa a que le pusieran el bloqueo [la anestesia local]. Los mismos anestesiólogos han cambiado sus técnicas”. El hospital del IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social) y el ISSSTE (Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado) ya han recibido también casos.

Por el momento, el tratamiento continúa, pero las familias se enfrentan a la incertidumbre: unas a una cuenta atrás desquiciante; otras se aferran a la esperanza de los milagros médicos. Nadie ha asumido la responsabilidad política de cargar con 23 muertes a las espaldas. “Los doctores nos hacen dudar de todo, hoy declararon que puede que no sea el hongo. Están protegiendo a alguien, están dándole otro rumbo a la verdad. ¿Qué está pasando? Pusimos una demanda y no tenemos respuesta. Los doctores dicen que las pacientes que salgan van a tener secuelas irreversibles. Más de 20 niños se han quedado sin su mamá. Tiene que haber responsables. Que hagan lo imposible, que les den una garantía de vida”, reclama Diego León. El hombre está cansado, quiere volver a la sierra, pero le aterra despegarse de su hija y que cualquier noche ocurra lo peor: que Marta, como antes Laura Rosales, se convierta en la siguiente cifra de la lista.

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