Daniel Alonso Viña para El País en exclusiva para AM Guanajuato
Ciudad de México.- El dolor empieza en la parte derecha del vientre y se extiende lentamente al resto de su cuerpo, hasta dejarla casi paralizada. Nora Robles Villaseñor, de 66 años, tiene un cáncer terminal en el riñón derecho que los médicos intentaron combatir con tres tipos diferentes de quimioterapia. Ninguno de los tratamientos funcionó.
Para paliar el dolor, lo normal sería acudir regularmente a un hospital para recibir inyecciones de morfina líquida o cualquier otro opioide, pero en Guadalajara, Jalisco, como en muchas otras partes del país, apenas quedan existencias.
Guillermo Arechiga, su médico y presidente de la Asociación Jalisciense de Medicina Paliativa (AJMP), ha lanzado una alerta para advertir sobre la falta de estos medicamentos.
El Gobierno federal ha reducido, según la asociación, en un 40% desde 2017 la compra de opioides, necesarios para atender a los más de 600 mil pacientes que sufren dolor crónico en el país. El resultado es que, como dice Arechiga: “En este país se muere mal”.
Gastan en parches
Ante la ausencia de morfina en bolsa, Arechiga le recetó a Robles una de las alternativas: parches de morfina que cuestan alrededor de 1,770 pesos la caja con cuatro unidades. Ella, con una pensión de profesora de universidad jubilada, no podía pagarlos, y ha tenido que recibir la ayuda de su familia.
“En navidad le dije a mis hijos y a mis hermanos que no me regalaran nada, que mejor juntaran dinero para comprarme unos parches”, decía Robles, con voz cansada, al otro lado del teléfono.
Los parches funcionaron durante unos meses, pero el cuerpo de Robles ha generado tolerancia a la medicación y eso, unido al aumento de la masa cancerígena, ha provocado la vuelta del dolor, que empieza en el riñón y se extiende poco a poco al resto del cuerpo hasta dejarla casi paralizada.
Arechiga, especialista en cuidados paliativos, la atendía la semana pasada en el Hospital General Occidente, en Guadalajara, Jalisco.
Para aliviar un poco el dolor que la tiene agonizando, ahora le está suministrando oxicodona.
“Es lo que tenemos en estos momentos, de un donativo que nos hicieron y que caduca en agosto”, decía por teléfono.
Este caso, lejos de ser la excepción en México, revela las fallas que existen desde hace años en el sistema de salud, incapaz de aliviar el dolor crónico de sus enfermos.
La asociación de Arechiga denuncia que el desabasto de opioides afecta a todo el país.
Hemos estado en contacto con Sinaloa, Baja California y otros estados que confirmaban las mismas carencias”, lamentaba el médico.
La solución, hasta ahora, es una política no escrita que consiste en prescribir el medicamento que hay disponible en la farmacia, en vez de aquel que más puede beneficiar al paciente.
Al momento de publicar este artículo, la Secretaría de Salud no ha respondido a los intentos de contactar de este periódico.
El doctor Ángel Manuel Juárez, presidente de la Asociación Mexicana para el Estudio y Tratamiento del Dolor (AMETD) cuenta que, en muchas ocasiones, él receta un opioide a sus pacientes y, a las pocas horas, estos vuelven a la consulta porque en la farmacia no tenían existencias.
“Un mes no hay buprenorfina [un opioide muy utilizado] y les tengo que cambiar la receta a oxicodona o lo que haya ese mes en las farmacias”, cuenta el doctor.
—¿Cuál es el opioide que más prescribe?
—El que más prescribo es el que hay. Pero no debería ser así. Es un desastre, una medicina basada en la existencia, en vez de la evidencia.
Las dificultades en el acceso a opioides genera una epidemia del dolor en México que afecta en silencio a millones de personas. Hay 600 mil mexicanos que sufren dolores agudos y graves, y solo el 5% tiene acceso a cuidados paliativos, según las cifras recabadas por la AEMTD.
El Instituto de Estudios Avanzados de las Américas, en una investigación realizada junto con la Universidad de Miami, determinó que más de 500 mil mexicanos mueren cada año con sufrimiento derivado de sus problemas de salud.
‘No se hace nada’
Los expertos defienden que si no se hace algo para arreglar el desabasto, esta cifra seguirá aumentando, sobre todo si se toman en cuenta otros problemas estructurales.
Pero no se hace nada”, dice Arechiga, “porque el dolor ajeno es el mejor tolerado, hasta que te toca a ti”.
Juárez, que empezó en la especialidad de anestesiología antes de especializarse en cuidados paliativos, enumera hasta quedarse sin aire los problemas que existen.
En las escuelas de medicina no se enseña cuidados paliativos, la regulación del gobierno es demasiado estricta, la mayoría de hospitales no tienen clínicas del dolor —muchas cerraron con la pandemia y no han vuelto a abrir—, en las provincias, aparte de Guadalajara, Monterrey y Ciudad de México, no hay farmacias que suministren los medicamentos, así que los pacientes tienen que desplazarse a las capitales para conseguirlos, pero si tienen mucho dolor, esta simple tarea puede convertirse en una quimera… y un largo etcétera.
“La gente se muere con dolor y nosotros muchas veces no podemos hacer nada. Es como si yo me dedicara a escribir y no hubiera librerías en todo el país”, dice Juárez.
María Elizabeth de los Ríos Uriarte, doctora en filosofía y profesora en bioética en la Universidad Anáhuac, explica que el error fundamental está impreso en la ley.
El artículo 166 de la Ley General de Salud determina, en lo referente a cuidados paliativos, que el enfermo terminal es aquel que tiene un pronóstico de vida “inferior a los seis meses de vida”. “Pero los cuidados paliativos no son cuidados al final de la vida.
Cuando te diagnostican una enfermedad que no tiene cura, como puede ser un cáncer terminal, pero también una diabetes o un VIH, hay que intervenir desde el principio para que el paciente pueda tener una vida digna y sin dolor durante el mayor tiempo posible”, defiende la doctora. “En México hemos avanzado mucho, pero todavía queda mucho por hacer”, sentencia De los Ríos.
—¿Cómo reaccionan los pacientes cuando alivias su dolor?
—Es bonito—dice Arechiga—, los familiares siguen recordándote como alguien que acompañó al paciente, aunque este haya fallecido. Se trata de tener un acercamiento compasivo, me preocupo por ti y te escucho y te doy la mano y creamos juntos en Dios, si eso es lo que necesitas. Cuando la gente muere bien, con sus familiares, sin sufrimiento, arreglando los pendientes… es distinto. Y lo lamento si protestando y pidiendo medicamentos ofendemos a los poderosos, pero lo hacemos en el nombre de los que sufren.