Por Elda Cantú de The New York Times en exclusiva para Periódico AM.
Ciudad de México.- El presidente de México quería cerezos.
Era 1930, y el presidente Pascual Ortiz Rubio los había visto bordeando las calles de Washington y deseaba el mismo bello espectáculo para la capital de su país.
Para tratar de cumplir con el pedido del mandatario, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón acudió a Tatsugoro Matsumoto, un inmigrante japonés que cuidaba los jardines de Chapultepec, entonces la residencia presidencial en Ciudad de México. Pero los inviernos en la capital no eran lo suficientemente fríos para que los cerezos florecieran, dijo el experto jardinero. El presidente no conseguiría su hanami, el ritual de contemplación de flores que los japoneses celebran cada primavera.
Al menos no uno rosado.
Si los cerezos no eran adecuados para la capital mexicana, otro árbol con flores coloridas podía ser la solución: las jacarandas.
Matsumoto ya le había recomendado a otro presidente plantar jacarandas en la ciudad. Pero fue en los años posrevolucionarios, cuando había pocos recursos del gobierno para gastar en embellecer la capital mexicana, según Sergio Hernández, un investigador de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
El tiempo ha difuminado algunos detalles de la solicitud del presidente y su ejecución, pero hoy las jacarandas se alzan entre la vegetación de la ciudad como un frondoso dosel que anuncia la llegada de la primavera.
Durante casi cien años, los residentes de Ciudad de México han disfrutado de la temporada de jacarandas: una “fascinante brujería” que trae un poco de la selva amazónica a las puertas de quienes viven en la ciudad, como escribió Alberto Ruy Sánchez en su poemario del 2019, Dicen las jacarandas. Y cuando las flores caen, “florece el cielo en el suelo”: un estallido inesperado de color a los pies.
Cada primavera, millones de personas pasean por la capital del país bajo una explosión de flores moradas. Cada primavera, los árboles coloridos señalan que es hora de disfrutar de la estación cálida y caminar sobre una fina alfombra de pétalos lavanda. Sal a jugar, susurran las jacarandas con un tono que suena, a su vez, foráneo y familiar.
Me dijeron que este árbol siempre genera esperanza”, dijo Alma Basilio, una psicóloga que posaba para una selfie con una amiga bajo las flores. “La jacaranda es bondad”.
Las jacarandas en realidad no son originarias de México: el nombre viene del guaraní, una lengua indígena que se habla principalmente en Paraguay, y el árbol tiene su origen en la Amazonía.
Son árboles de hoja caduca, lo que significa que pierden su follaje cada año cuando el clima se vuelve lo suficientemente frío. Y cuando aumenta la temperatura, sus ramas tortuosas y desnudas se llenan de racimos de flores.
“¡Fum! Con inmediatez, no de forma progresiva, todo el árbol se llena de flores”, explica José Luis López Robledo, un arboricultor que tiene un vivero cerca de Ciudad de México.
Las flores crecen en racimos y tienen un atractivo color azul púrpura debido a las antocianinas, un pigmento que también se encuentra en las dalias, las bayas, los frijoles negros y los camotes. En 2021, cuando la mayor parte del planeta estaba enfocada en sobrevivir la pandemia, una agencia mexicana de tendencias nombró al jacaranda como el color del año.
“El color jacaranda es presagio de un renacimiento”, dijo la agencia Trendo.mx, describiendo el tono entre un lila y malva, comparable al lavanda.
El responsable de la primavera morada mexicana, Matsumoto, fue uno de los primeros inmigrantes japoneses en llegar a América Latina como un hombre libre, en un momento en que la mayoría de los inmigrantes asiáticos llegaban a la región en condiciones de servidumbre o con contratos para suministrar mano de obra barata a las plantaciones, minas y ferrocarriles.
Su tarjeta de inmigración mexicana dice que ingresó en 1896 y registra “jardinero” como su ocupación. Pero, en Japón, Matsumoto era arquitecto paisajista y había trabajado en el Palacio Imperial, explicó el investigador Hernández.
Matsumoto llegó al continente en 1888 a instancias de un empresario peruano que quería un jardín japonés, el primero en América del Sur, en su propiedad.
“De su lejana tierra natal el artista había traído por barco bellas plantas”, describe un libro sobre la residencia donde se construyó el jardín. Poco después de ver su trabajo en Lima, un empresario minero mexicano lo contrató para crear algo en su hacienda.
Matsumoto eventualmente se convertiría en un empresario adinerado que sirvió a varios presidentes mexicanos: desde el francófilo Porfirio Díaz hasta el revolucionario Álvaro Obregón y el nacionalista Lázaro Cárdenas. Con su florería, que abrió en 1898, Matsumoto presentó llamativos arreglos florales a la alta sociedad y creó ramos de flores para las estrellas de la era dorada del cine mexicano.
En los últimos años, el talento de Matsumoto con las flores lo ha convertido en una especie de ícono de la cultura popular local, un héroe silencioso: el jardinero que trajo las jacarandas a México. Pero Hernández, quien ha documentado extensamente la trayectoria de Matsumoto, señala que fue mucho más que eso.
Más que introducir las jacarandas a México —algunas ya crecían en estado salvaje—, las domesticó. No solo sugirió un árbol más apropiado para el clima de la capital: otorgó a sus calles una visión estética que resurge cada primavera.
“Matsumoto fue un vendedor de paisajes”, dijo Hernández.
c. 2023 The New York Times Company
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