Por: Beatriz Guillén de El País

Acapulco.- “Otis” arrancó las paredes de los grandes edificios. Hizo temblar las casas. Tumbó parotas y ceibas. Y eso fue en tierra, donde las personas que se refugiaron en armarios no pueden olvidar su sonido. Marlon Valdez tiene 24 años, es marinero y estaba en un barco en la bahía de Acapulco cuando llegó el huracán de categoría cinco, la máxima en la escala Saffir-Simpson.

Estaba cuidando el yate de su patrón. Como el suyo había cientos en el principal puerto de Guerrero. De todo lo que había ahí, no queda nada. No sabe el número exacto, quizás eran 200 o más, 400. Solo en su sector, en la llamada Aguada, había unas 40 embarcaciones. Dentro de cada una de ellas estaban, mínimo, dos personas. Después del huracán, son muchos de los que no se ha vuelto a saber nada.

La historia de Marlon es la historia de una ciudad que lo dejó todo para volcarse al turismo. Valdez hizo la carrera de Mercadotecnia en la universidad, pero no encontraba un trabajo que le permitiera vivir de sus estudios, así que gracias a un amigo entró al puerto. Allí trabajó cuatro meses gratis para aprender. Cuando consiguió su libreta de mar, el pasaporte que permite a los marineros encontrar trabajo en cualquier puerto del mundo, tenía 22 años.

El yate en el que trabajaba se alquilaba durante tres o cinco horas para una fiesta, un evento o un paseo. Daba vueltas por la bahía y se anclaba para que los turistas nadaran. Marlon es el encargado de mantener todo a salvo, pero también de preparar los tragos y las comidas, porque la propina es una parte clave de su sueldo. Encontrar una tortuga o un delfín se convirtió en una parte clave de su sueldo.

Desde que empezó como marinero, a Marlon le había tocado muchas veces velar embarcaciones. Cuenta que es una práctica habitual en el sector: “Es una tarea que es de cajón, o sea, no es de que sí quieres o no. Tú como marinero tienes la obligación y la responsabilidad de cuidar tu embarcación y de hundirte con ella”. Solo se vela cuando hay tormenta. Entonces los dueños encargan a su tripulación quedarse en los barcos para cuidarlos, evitar que se rompan, que choquen con otros. No suele haber un pago extra por esa noche en vela, protegiendo propiedades valiosas de otros.

La madrugada del 24 de octubre, Marlon y su compañero recibieron por cuidar un yate de 42 pies una cena: un kilo de carne al pastor fue el pago por sobrevivir a Otis.

Durante la entrevista, hace paréntesis para explicar los términos técnicos, reconoce que por el shock tiene algunos flashbacks y que todavía le faltan fragmentos de esa madrugada. Le vuelven en pesadillas por la noche. Está tranquilo y dice, que al menos, ya no llora al contarlo. Este es el increíble relato del marinero que consiguió sobrevivir y salvar a su compañero durante el huracán que ha arrasado una de las principales ciudades de México.

 

Vista de la Marina en el puerto de Acapulco, el viernes.MÓNICA GONZÁLEZ ISLAS

 

Las llamadas

Llovió durante todo el martes, por lo que el yate no tuvo turistas esa tarde. El propietario encargó a Marlon, que normalmente es marinero, que se convirtiera en capitán para cuidar una de sus embarcaciones. Iba acompañado de un muchacho de 19 años, para ayudarle. Llegaron al yate acompañados de algunas bolsas de papas, comida y agua para aguantar la noche. Todos en el puerto conocían las alertas. “Sabíamos que venía bastante fuerte, pero supuestamente estábamos ‘preparados’ para ese tipo de cosas”, dice irónico el marinero.

A las 11.30 de la noche empezó a arreciar el viento. Hizo todo lo que estaba pautado: colocó fenders —los globos que absorben los golpes de otros barcos— alrededor del yate, prendió las máquinas, empezó a dar avante —acelerones— para que no se reventaran los cabos que junto al ancla mantenían firme al yate, se pusieron los chalecos.

“A las 12 vi que todo ya está fuera de nuestras manos”, dice resignado. Los cabos empezaron a soltarse uno a uno. “Con ese barco en avante yo llegaba en 15 minutos al otro extremo de la bahía y con el huracán ni siquiera se movía”. El viento empezó a llevarse otras embarcaciones, una de ellas chocó con la suya. Le rompieron el casco y la fractura en el costado de estribor hizo que empezara a entrar agua.

Pidió primero auxilio: “Por radio no había quien te ayudará, radié a la marina, radié a capitanía de puerto, también ellos estaban igual. Tenían gente muerta también. El hecho de que el mar no perdona a nadie, ni embarcaciones así de grandes como los que tienen ellos. Entonces supongo también se están salvaguardando de todo el relajo que estaba haciendo el huracán”.

El yate se hundía con Marlon y su marinero a bordo. Hizo dos llamadas, la primera fue al dueño de la embarcación: “Le avisé de que no podía salvar su barco. Me dijo que aguantara, que cortara los cabos de los barcos que nos estaban golpeando. Me dijo ‘si ves que ya no puedes, brinca, pero aguanta, por favor’. Fue todo y le dije ‘ok, hecho”. Hizo lo que le pedía el patrón, no sirvió de nada. Entonces, llamó a su madre: “Le dije ‘no te preocupes, voy a estar bien, te marcó al rato’ y ya. Ya me estaba hundiendo”.

 

El marinero Marlon Valdez y su madre Ivonne Villagómez, el sábado en Acapulco.MÓNICA GONZÁLEZ ISLAS

 

En estos momentos, el compañero de Marlon empezó a llorar. “Tenía que tranquilizarlo a él, porque si no, no me servía, me estorbaba. Primero fue calmarle a él, después pensé que había que esperar hasta cierto punto para poder brincar. Porque cuando el barco se hunde te jala, te succiona, entonces brincamos cuando ya quedaba un cachito de nada”. Saltaron y el huracán seguía. “Todavía eran las 12.30, me hundí muy temprano”.

Los 10 metros

“Se veía todo blanco, no había manera de ver hacia dónde iba. Se veían escombros, se veía diesel, el diesel brilla de colores en el agua. Entonces estábamos nadando entre escombros diésel, bueno, flotando, porque no podíamos ni siquiera nadar. No te da el cuerpo para ir a contracorriente”. El objetivo era aguantar. Durante los 40 minutos que estuvieron a merced del huracán, vieron pasar hasta una parte de muelle. Una madera perforó el brazo de su compañero. “Lo único que le decía a él era cúbrete la nuca y respira lo más que puedas aire, porque las olas nos hundían, nos iban revolcando. Le dije agárrate de algo que flote”.

Entonces, Marlon escuchó como estaban prendidos los motores de una embarcación. Abajo del agua se escucha mejor el sonido, explica. Estaba a unos 10 metros, tenían que nadar. ¿Cómo se nadan 10 metros durante un huracán? Marlon llegó cargando a su compañero, quien se estaba desangrando y no podía avanzar más. “Mi objetivo era llegar con él, siempre fue llegar con él, porque cuando nos tiramos yo le dije ‘si tú te quieres morir, yo no, cuídame porque yo te voy a cuidar”. Lo alcanzó y se agarró a un cabo roto de la embarcación. Empezó a gritar.

“En ese momento lo que pensé fue que no fueran embragar —embragar es mover las máquinas porque si embragan la propela que es como un ventilador te puede agarrar—. Entonces yo no lo soltaba a él, pero tampoco soltaba el cabo. Traté de subir y vi que había alguien y lo único que grité fue: ‘¡No embrague! ¡Ayuda!’, hasta que salió el señor y me ayudó a subir a mi marinero”.

El hombre no era tripulante de ese barco, pero pudo brincar a él cuando su velero se empezó a hundir. Los tres aguantaron ahí refugiados las siguientes horas, ya estaban más cerca del club, y otras embarcaciones les paraban el viento. Cuando todo terminó buscó un botiquín para ayudar a su compañero, agua y comida. También con una linterna vio todo lo que se había desplazado. Nadie entendía cómo habían llegado hasta ahí.

A primera hora de la mañana, salió por el club de yates y vio cómo todo estaba destrozado. Tenía que buscar a su mejor amigo, quien estaba también cuidando a otra embarcación. Lo mandaron a reconocer los primeros siete cuerpos que habían recuperado. “Eran personas que yo conocía que había saludado horas antes, pero no era mi amigo, entonces traté de seguir”.

El regreso

Marlon hizo el primer tramo de camino a su casa descalzo. El Acapulco después de Otis solo tenía edificios arrasados, árboles, postes y carteles tumbados. Un panorama apocalíptico, que se complementaba con los saqueos. “Yo agarré unas chanclas, no me daba para saquear un lugar después de casi morir”. Y siguió.

Durante ese tiempo, su madre, Ivonne Villagómez había hecho el mismo camino pero al revés, para ir a encontrarlo a él. “Solo quería que pasara el huracán para irlo a buscar Pasé toda la noche agarrada a la ventana, le pedía a Dios que no me salvara a mí, que lo salvara a él”, cuenta la mujer emocionada. “Cuando me llamó, yo noté en su voz que él estaba asustado, no me lo dijo, pero es mi hijo yo lo conozco. Somos como muégano, estamos los dos solos”, apunta.

En la mañana, mientras Marlon andaba entre los escombros de una ciudad destruida, su amigo llegó a casa de su madre. “Vino en una moto y me dijo que Marlon estaba bien, que había sobrevivido, le dije ‘hijo no me mientas”. Mientras lo llevaba a él a casa de su madre, Marlon llegó a este edificio de la colonia del centro de Acapulco. “Todos me estaban esperando”, cuenta el muchacho emocionado.

 

Vista aérea que muestra los daños en el club de yates, tres días después del huracán ‘Otis’.MÓNICA GONZÁLEZ ISLAS

 

El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha reconocido 45 fallecidos y 47 desaparecidos tras el paso del huracán. Todo lo que había en la costa de Acapulco quedó destrozado. “En este punto, no hay nada. Todo el club de yates, toda la Marina, la Marina Santa Lucía, la Marina de Puerto Marqués, el Performance —que es donde pueden llegar los barcos—, la Aguada —que es donde se anclan—… No hay nada”, apunta Marlon Valdez. Los barcos fiesta desaparecieron, el Acarey se hundió y el Bonanza se varó hasta la tierra aplastando a las demás embarcaciones.

“Hasta cierto punto siento impotencia de no poder haber ayudado a los demás, porque ese era mi trabajo, ser marinero es salvar vidas, es ayudar a la gente dentro del mar”, dice el joven y recuerda: “El hecho de que al lado de mí había, por ejemplo, un velero y los chavos que lo estaban cuidando tenían 17 o 18 años y me gritaban que los ayudara. Siento impotencia, por decirles que no, que no podía ayudarles, porque eran ellos o yo. Hay mucha gente que no sé si está viva o no”.

JRL

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