La soledad deja más cicatrices que los golpes, en todo caso, una de las más crueles formas de maltrato es el abandono, una marca que muchos niños violentados llevan.
A veces Josué se despierta pensando que todo a su alrededor desapareció, a pesar de que a sus 45 años lleva una buena vida, tiene esposa e hijos, aún teme quedarse solo, hijo de un padre alcohólico que tuvo que escapar luego de que mató a un hombre en un pleito, aprendió a aislarse, temía ser señalado.
Josué no recuerda mucho de su familia, era un niño de 7 años cuando quedó a cargo de familiares que le dieron casa, pero siempre diferenciaron el trato entre él y demás primos, a causa de un delito que tuvo a su familia a salto de mata, él aún no recupera la paz.
“No sabía por qué yo no estaba con mis papás, sabía que no tenía que decir donde estaban, los veía en vacaciones y me acuerdo que mi abuelita sufría mucho porque no tenía para darme todo, algunas veces salían todos los primos y a mí me dejaban porque no tenía con qué ir, mi abuelita lloraba conmigo”, platicó.
La forma en que Josué se protegió fue aislándose, en la escuela era sociable, pero temía ser señalado por un delito del que él era inocente, aunque su abuela se preocupaba por su bien, los demás familiares se aprovechaban de su vulnerabilidad, tenía recuerdos de su padre golpeando a su madre, la que también había crecido en un entorno violento, por lo que era retraída y difícilmente demostraba cariño a sus hijos, esto le dejó secuelas que aún sufre, teme al abandono y por la seguridad de los que ama lo llevó a ser un padre sobreprotector.
Siempre estuvo alejado de los vicios, logró formar un matrimonio estable que le ha dado alegría y tranquilidad, sus hijos e hijas son personas trabajadoras y que llevan una buena relación entre ellos y con su familia, pero cree que pudieron ser más sanos si él no hubiera tenido tantos miedos.
“Fui muy celoso y eso me causó problemas con mi esposa, peleaba mucho con mis hijos en su adolescencia, todavía le temo mucho al rechazo, me costó mucho trabajo llevarme bien con personas que no son de mi familia, pero dentro de todo, me siento satisfecho porque veo mi infancia y veo mi actualidad y creo que subí varios escalones”, contó.
Según explicó Laura Guadalupe Ramírez González, psicóloga clínica en el Centro Multidisciplinario de Atención Integral a la Violencia (Cemaiv), el aislamiento es una de las formas que los pequeños utilizan para protegerse de la violencia.
Repetir patrones es lo más frecuente en los pequeños que han sido víctimas de abusos ya sea por parte de padres, maestros o desconocidos, esa es la forma en que  se reproduce la violencia, un niño violentado con frecuencia “se desquitará” con otros, será un niño agresivo ya sea con otros niños o con mayores.
“Los niños generalmente no dicen que se sienten mal, generalmente expresan su sentir ya sea con agresividad o con retraimiento, es como un círculo”, dijo la psicóloga.
La familia es la principal fuerza que tiene un pequeño, ésta debe ser capaz de procurarle cariño, bienestar, seguridad y confianza en sí mismo, no sólo es la que dará alimento y necesidades “básicas”, en caso de que ésta no exista debe buscarse su inserción en un núcleo que le proporcione condiciones de desarrollo integral, así tendrá más posibilidades de ser un agente que aporte para una sociedad más amable.
Las consecuencias sociales de la violencia
Suicidio, bullying, adicciones, robos, deserción escolar, desintegración familiar, migración infantil, enfermedades médicas, son las posibilidades que rodean a un niño violentado.
Si se toma en cuenta que la sociedad son individuos, entonces una sociedad enferma significa un cúmulo de individuos enfermos, la paz social será una utopía en tanto no comiencen a atenderse a estas personas y a intentar comprenderse, así comenzará un camino a su sanación y a un mejor espacio común.
Fabricia León León, procuradora auxiliar de asistencia social en Cemaiv, explicó que se busca la reinserción de pequeños violentados con terapias psicológicas, creándoles un ambiente de tranquilidad, ya sea en alguna institución como el albergue infantil o reintegrándolos a una familia vía adopción o luego de una terapia familiar.
“A los niños se les tiene que explicar lo que es la violencia, las consecuencias que tiene y cómo deben de superarlo, porque socialmente, aunque el niño no haya cometido algún acto de este tipo, será señalado como el hijo del delincuente y en las escuelas es muy común que los releguen”, explicó.
En Irapuato es la colonia Miguel Hidalgo y en la comunidad de Lo de Juárez son las zonas en que más comúnmente se dan casos de violencia, ahí se trabaja con prevención, ya que si se espera un cambio en México, deberá empezar desde las familias.

Crecer entre odio genera soledad

Lo mataron de tres balazos, murió en un charco de sangre, esa fue la última vez que su hijo lo vio.
El niño tenía 6 años, lloró desconsolado, abrazó a su madre y supo que de golpe todo había cambiado, el hombre no había sido un padre ejemplar, pero era un padre, el que le procuraba alimentos, aunque nunca le dio seguridad, el que le hizo ver la violencia desde pequeño y fue de manera violenta como murió, dejando una viuda y cuatro niños, esos fueron los primeros costos.
Desde que se acuerda, Jesús Torres Martínez vivió en un ambiente que le causaba temor, dolor, ansiedad, recuerda golpizas a su madre, muchas veces su papá la dejó tirada, llorando y sangrando, la última, la que hizo que su madre huyera con él y sus hermanos, también incluyó aventones en su contra, su padre quería impedir que pidiera ayuda, entonces lo golpeó, fue cuando se fueron a casa de su abuela.
“Mi mamá era la dejada, la que se fue, mi abuela la recibió, pero mi mamá pagaba renta, tuvo que hacerse un cuartito de lámina y ahí vivimos, entonces empezamos a recibir burlas y maltrato por parte de los tíos, los primos; pero una cosa que siempre le voy a admirar a mi mamá fue que pudo decir que ya estaba cansada de los golpes y los abusos y pudo irse”, platicó Jesús.
Un día su padre fue a buscar a su mamá, a pedirle que regresara con él, ella se negó, el hombre era ya un adicto a los solventes, muchas veces se ponía violento cuando no podía drogarse, tenía muchos problemas debido a su temperamento, eso fue lo que lo mató, saliendo de la casa de su suegra recibió los balazos, su hijo aún los recuerda como “cuetes” y luego vio la sangre, sintió la muerte y a los 6 años llevó a enterrar a un papá que apenas tenía 21. 
“Me acuerdo de la caja, de cuando caminamos en el panteón, de que la gente se desmayaba, de que lloraban y gritaban, pero yo no entendía lo que estaba pasando, nada más sabía que ahí íbamos a dejar a mi papá”, platicó Jesús.
Le siguió una infancia de no saber a donde ir, una madre que buscaba mantener a sus hijos, un tiempo en que tuvo su atención y cariño, luego la mamá se enamoró y volvió a entrar en una relación violenta, esta vez la llevó a la cárcel y desintegró a la familia.
Jesús aún llora al recordar a su madre en los separos, recuerda su impotencia por no pode sacarla y recuerda que se lo llevaron a resguardo, lo dejaron en la Villa Infantil y ahí comenzó una nueva vida, una que tuvo que procurarse él, pero que esta vez tuvo apoyo.
Ahí conoció a su madrina Mary, a Mamá Chuy, a Laura Martínez de la Mora, ahí estudió y creció, su esfuerzo rindió frutos, pero él es más bien la excepción y no la regla.

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