Comienza con antojitos mexicanos, como una kermés, y termina con un nutrido aplauso, como un espectáculo. Pero ciertamente no se pretende que sea lo uno ni lo otro.
Es la representación del Viacrucis de Chapalita, tradición con casi medio siglo de existencia que este Viernes Santo revivió en el esfuerzo y empeño de cerca de 50 “actores” y cientos, tal vez unos dos mil o tres mil espectadores, que acompañaron al Nazareno hasta la representación de El Calvario que fue la colina sur del parque de la colonia.
La explanada del templo de Fátima fue el punto de inicio. Desde antes de las 10 de la mañana, más de 150 personas apartaban el mejor lugar frente a los escenarios del sanedrín y el palacio del Poncio Pilato. Una cantidad similar o mayor rompía el ayuno entre las tentadoras humaredas de enchiladas, tamales y tacos al vapor.
Un sol inclemente que hacía obligatorias las mismas sombrillas que tanto molestaban a la gente de atrás para ver (“¡bájenlas!”, gritaban), caía cuando media hora antes del mediodía, un pequeño batallón de “centuriones romanos” -algunos, niños de 8 ó 10 años, y otros curtidos veteranos como don José Ramírez, uno de los líderes- hicieron valla para controlar a las casi mil personas que para entonces formaban el público.
Las dos primeras horas transcurren parsimoniosamente frente a Fátima. Mientras Jesús es llevado de Pilato a Herodes, con azotes a pasto de por medio, la gente vive un día de romería.
Algunos actores se toman fotos con el público en el “backstage” en que se convierte la calle Chiapas, mientras otros terminan de prepararse detrás de la tela negra que envuelve unos árboles a manera de camerino. De vez en cuando surge el grito de “¡ábrelos!” para que la valla haga retroceder a curiosos y espectadores, que no saben qué es más temible: el estruendo de los látigos mojados (y su salpicada) o la mirada de la actriz que encarna a la muerte.
Coronado de espinas y con la espalda rozada por un centenar de azotes, Jesús, interpretado por primera vez por el joven Carlos Alberto Galindo, emprende el camino a su ejecución hacia la 1:30 de la tarde.
Comienza así la fase más dinámica y caótica de la representación: cientos de personas se convierten en un río humano donde poco importa la voluntad individual de cambiar de dirección o quedarse quieto. Uno es arrastrado por la pequeña muchedumbre que sigue a Jesús.
Por el bulevar Palmas y luego por la calle Campeche, con sus subidas y bajadas, camina el Nazareno, entre gritos de ¡abran paso a Jesús! miradas fascinadas de niños, ancianas en silla de ruedas y rudos muchachos de antebrazo musculoso y tatuado.
No son pocas las manos empuñando cámaras y celulares para captar su primera caída, su encuentro con la Verónica o esa gran licencia narrativa que se toman en Chapalita para hacer que Jesús dialogue con la samaritana del pozo en su camino a El Calvario, pasaje que San Juan pinta 10 capítulos antes en su Evangelio.
“¡Qué pues, todavía que le hace el paro, se lo suenan!” reaccionan unos muchachos ante el azote de despedida al Cirineo. El Viacrucis está a sólo unos metros de llegar a la concurrida loma donde, entre puestos y gente, cuesta ver las cruces que esperan en el suelo.

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