Mientras la Fiscalía federal acelera los preparativos para presentar ante el juez al único detenido por el atentado de Boston, Dzhokhar Tsarnaev, todavía gravemente herido, el Gobierno de Barack Obama es objeto de fuertes presiones para que el sospechoso sea tratado como un “combatiente enemigo” y sometido a la justicia militar, incluso enviado a Guantánamo.
Al mismo tiempo, los responsables de la acusación tratan de juntar las piezas que les permitan solicitar una condena de pena de muerte, lo que exigiría, entre otras muchas demandas de carácter jurídico, trasladar el caso fuera de la circunscripción actual, puesto que en el estado de Massachusetts no es legal la pena de muerte.
Esa y otras limitaciones de la justicia civil ha llevado a algunos destacados miembros del Congreso a solicitar a Barack Obama que el juicio sea trasladado al ámbito castrense y que Tsarnaev sea procesado por una comisión militar similar a las que han juzgado en el pasado a los presos de Guantánamo.
Los senadores republicanos John McCain y Lindsay Graham han reclamado que no se conceda al detenido los derechos que le corresponde a cualquier acusado en EU y que sea tratado como los capturados tras los ataques del 11 de septiembre. “Bajo la ley de la guerra, podemos retener a este sospechoso como un potencial combatiente enemigo, sin que haya que leerle sus derechos o nombrarle a un abogado. Nuestro objetivo en esta coyuntura crítica debería de ser el de recabar información para proteger a nuestra nación de futuros ataques”, han manifestado los dos congresistas en un comunicado.
El fiscal general, Eric Holder, no se ha pronunciado aún sobre esta polémica, pero sus movimientos indican que la voluntad del Gobierno es la de conducir el caso a través de la justicia ordinaria. Se espera en cualquier momento la comparecencia del detenido ante el juez para presentar formalmente los cargos en su contra, lo que ocurrirá, seguramente, en el hospital debido al estado en que se encuentra. Eso deberá de ir acompañado del nombramiento de un abogado y del establecimiento de los plazos para que, primero, se decida sobre la libertad provisional del sospechoso, que, por supuesto, está descartada, y de la creación del gran jurado -la primera instancia de un proceso criminal- que decida sobre su situación en, aproximadamente, 30 días.
Hasta ahora, sin embargo, el caso de Tsarnaev ha sido tratado con la excepcionalidad que la Administración otorga a las circunstancias específicas de terrorismo. No se le leyeron en el momento de su arresto lo que en este país se conoce como “derechos Miranda” -tiene derecho a guardar silencio y cualquier cosa que diga puede ser utilizada en su contra- ni se le ha facilitado en las primeras horas la asistencia de un letrado.
Algunas organizaciones de derechos humanos han protestado por ese tratamiento, que el Gobierno justifica en una normativa especial que fue dictada en 2009 tras la detención en Detroit del sospechoso de llevar una bomba en su ropa interior en un avión. En aquella ocasión, al detenido se le interrogó sin que estuviera presente un abogado.
En esta oportunidad, el interrogatorio, al parecer, no ha sido posible porque Tsarnaev continúa en estado grave, después de su detención en la noche del viernes, y, según algunos medios de comunicación, afectado por algunas heridas que le impiden hablar. El alcalde de Boston, Tom Menino, ha admitido este domingo que quizá no pueda hablar nunca.
El riesgo de que Tsarnaev no llegue nunca a prestar declaración es la justificación expuesta por los senadores McCain y Graham para que no se le conceda la protección de la ley. Expertos jurídicos han advertido, sin embargo, que sería muy difícil para el Gobierno justificar el traslado a la justicia militar de un joven con nacionalidad norteamericana y que ha sido detenido en territorio de EU.
Si Tsarnaev no se declara culpable, no va a ser tan fácil para la Fiscalía montar un caso lo suficientemente consistente como para reclamar la pena de muerte, que requiere, no sólo pruebas circunstanciales, sino testimonios directos y testigos. Los abogados pueden argumentar, además, sobre la juventud del acusado y su posible papel secundario en el atentado, que podría haber sido exclusivamente obra de su hermano mayor, Tamerlan. Un primer paso tendrá que ser el de llevar el juicio fuera de Massachusetts, lo que es posible al tratarse claramente de un delito federal.
Todos estos aspectos son muy importantes para establecer un nuevo enfoque por parte de esta Administración en el tratamiento legal del terrorismo. Pero pueden ser también una traba a la hora de establecer todas las conexiones del caso, si las hubiera. Por ejemplo, si, como ahora se especula, fue Tamerlan quien viajó a Rusia e hizo los contactos para sus planes terroristas, Dzhokhar podría declarar que desconocía todo al respecto y que únicamente siguió las instrucciones de su hermano.

“Bajo la ley de la guerra, podemos retener a este sospechoso como un potencial combatiente enemigo, sin que haya que leerle sus derechos o nombrarle a un abogado. Nuestro objetivo en esta coyuntura crítica debería de ser el de recabar información para proteger a nuestra nación de futuros ataques”

John McCain y Lindsay Graham a través de un comunicado

Cinco días de terror

Dos bombas, tres muertos y más de 72 horas sin respuestas. Los minutos pasaban mientras los investigadores demoraron dos veces la conferencia de prensa. Finalmente, el jueves a las 5:10 de la tarde, dos agentes del FBI instalaron dos caballetes con láminas rígidas vueltas al revés para no divulgar de inmediato los resultados de sus pesquisas.
Había llegado la hora de hacer el crítico pero peligroso anuncio: presentar a Boston a los dos hombres que se creía eran responsables del mortal atentado contra el Maratón de Boston.
“Alguien por ahí conoce a estos individuos, como amigos, vecinos, colegas de trabajo o familiares de los sospechosos”, dijo Richard DesLauriers, jefe del FBI en Boston. Mientras hablaba, los investigadores le dieron la vuelta a las láminas para revelar imágenes tomadas de cámaras de vigilancia.
Tantas personas de todo Estados Unidos se apresuraron a visitar la página de internet del FBI para estudiar la cara de los sospechosos, que los servidores de la entidad policial quedaron abrumados al instante.
Y el temor que atenazó a la ciudad desde el lunes a las 2:50 de la tarde se reavivó. Si todos habían visto las fotos, eso tenía que significar que los sospechosos también las habían visto.
La maratonista Meredith Saillant se preguntó qué harían los sospechosos al conocer que se les acababa el anonimato.
La mañana siguiente al maratón, Saillant huyó de la ciudad, tratando de escapar de la pesadilla de las bombas que habían explotado en la acera, exactamente debajo de la habitación donde ella celebraba haber terminado la carrera. Entones echó mano a un teléfono multiusos para estudiar la imágenes de vigilancia.
“Yo esperaba sentir alivio. (Me dije) ‘OK, ahora puedo verles la cara’ y comenzar a dejar esto atrás”, dijo Saillant. “Pero creo que sentí más pesimismo. Me sentí, no sé, helada. Como conozco la era en que vivimos, yo sabía que tan pronto como se dieran a conocer esas fotos todo terminaría, que algo iba a suceder… como si fuera el principio del fin”.
Pero ni ella ni ninguna otra persona podrían saber cuándo terminaría todo, o cómo.
En la línea de meta
El lunes, cerca de la línea de meta, Brighid Wall estaba mirando la carrera con su esposo e hijos.
Después de la carrera, Tracy Eaves fue a buscar orgullosa su medalla. Pero la primera de las dos explosiones echó por tierra cualquier festejo.
“Todos quedaron como paralizados”, dijo Wall. “La primera explosión ocurrió bastante lejos, sólo vimos el humo”. Entonces sonó el otro bombazo, esta vez a sólo tres metros de distancia.“Mi esposo lanzó los niños al suelo y se les colocó encima”, dijo Wall. “Un hombre se nos encimó y nos dijo: ‘¡No se paren! ¡No se paren!’”.
Desde el lugar donde ella estaba más allá de la línea de meta, “(la onda expansiva de) una enorme explosión” le pegó a Eaves.
“Me di la vuelta y vi mucho humo”, dijo. Al principio pensó que pudiera ser parte de las festividades, hasta que ocurrió la segunda explosión y los voluntarios comenzaron a sacar a los corredores del lugar. “Entonces comienza a darte pánico”, dijo.
Cerca de la línea de meta, Diane Jones-Bolton, de 51 años, vio que los corredores se daban la vuelta y corrían hacia ella. De repente la carrera se detuvo, pero nadie sabía por qué.
En la llegada, Wall, su esposo y los niños levantaron la cabeza tras un par de minutos de silencio. Al lado, un hombre estaba arrodillado, parecía aturdido y la cabeza le sangraba. Muy cerca había un cadáver.
“Nos agarramos los unos a los otros y corrimos” hasta una cafetería, salieron por la puerta trasera hacia un callejón y siguieron corriendo.
Mientras tanto, los instintos del doctor Martin Levine, que estaba de voluntario para atender a los corredores de elite en la línea de meta, le dijeron que hiciera exactamente lo contrario.
“¡Hagan espacio para las víctimas, unas 40!”, gritó a los que estaban en la tienda de campaña de los maratonistas. En eso explotó la segunda bomba. Levine llegó al lugar del estallido y se encontró con un panorama que parecía un campo de batalla, lleno de miembros cercenados.
“Todavía estaban humeantes, con las ropas y la piel quemadas”, dijo el médico.
72 horas sin respuestas
Tres días después de los atentados, los investigadores habían avanzado mucho.
Ejércitos de agentes con ropas blancas habían revisado los restos, lo que reveló que los autores habían armado bombas caseras usando instrucciones que se hallan fácilmente en internet, como ollas de presión, cables y baterías. Pero los investigadores todavía no sabían las razones ni conocían la identidad de los autores.
A final de cuentas, todo dependió de las fotos, sacadas de cientos de horas de video y fotografías recopiladas de cámaras de vigilancia y entregadas por espectadores.

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