Callada, casi imperceptible al paso de los años, la labor de los Jesuitas en Celaya fue una de las más importantes y entregadas que hubo en la época de la Colonia, pero poco se sabe de ello.
En los 47 años que permanecieron en la ciudad, los Jesuitas hicieron un gran esfuerzo por ayudar al prójimo y por enseñarles artes, cátedras e idiomas a los habitantes de la villa.
Aunque poca información se ha difundido sobre ellos tras haber sido exclaustrados de Celaya a mediados del Siglo XVIII y su templo demolido a mediados de 1960, los Jesuitas tuvieron una importante presencia en la ciudad y dejaron su huella como todas las órdenes religiosas.
Con la llegada del Papa Francisco, de la orden de los Jesuitas, surgió el interés por esta orden religiosa y lo que hizo en Celaya.
La historia de los Jesuitas en Celaya se remonta al año de 1720 cuando, tras dos intentos fallidos, por fin el Virrey de la Nueva España concedió al Obispado de Michoacán permitir la instalación de la orden en la Villa Zalaya.
Para entonces, los Jesuitas ya contaban con una dotación de terrenos, caballerizas, haciendas, casas, animales y hasta semillas, valuados en 40 mil pesos de ese entonces, que les fueron donados por Manuel de la Cruz Saravia y su hijo Francisco.
Con un templo improvisado en una de las casas donadas, que le fue dedicado a la Virgen de los Dolores, llegó como superior el Padre Nicolás de Azoca.
Fue el 5 de marzo de 1721 cuando les donaron el terreno donde construyeron su templo en Celaya, en donde hoy es el cruce del bulevar con la calle Ignacio Zaragoza, según lo indica el libro de la historia de los Jesuitas que escribió Isauro Rionda (f), ex cronista de Guanajuato.
“Francisco de la Cruz Saravia, hijo del fundador, hizo donación de una labor de temporal, cercana al fundo de la ciudad de Celaya, que se componía de casi dos caballerías de tierra, donde los Jesuitas, específicamente el Padre Valtierra, sembró una huerta de olivos, que mucho les produjo”, dice el libro.
Con el paso del tiempo, el terreno fue creciendo al comprar las tierras que colindaban; ahí, en 1723, fundaron formalmente el Colegio de los Jesuitas, donde un año más tarde se inició la Escuela de Primeras Letras y Cátedras de Gramática (latín).
La Virgen de los Dolores era la Patrona de su pequeña iglesia, en la que comulgaban anualmente entre 12 mil y 14 mil personas.
Su labor de amor se demostró en 1727, cuando hubo en Celaya una epidemia de sarampión. Los Jesuitas corrían a prestar ayuda, a asistir antes de la muerte y a rezar por sanidad para otros.
Lo mismo en mayo de 1737, cuando hubo epidemia de matlazáhuatl, los Jesuitas se integraron a procesiones, rezos y súplicas por la sanidad de los habitantes de la ciudad.
En los años siguientes, hasta 1767, los Jesuitas gozaron de una fortaleza económica envidiable; contaban con varios terrenos y haciendas, y las producciones de éstas eran fructíferas.
Incluso enviaban parte de la producción a los estados de Zacatecas, San Luis Potosí y a otros municipios de Guanajuato.
En contraste, la orden religiosa nunca llegó a construir un colegio y un templo de acuerdo a sus necesidades. Usaron siempre el colegio y la casa que su fundador les donó, en la calle de Zaragoza, por donde ahora pasa el bulevar Adolfo López Mateos.
“Sin embargo sí adquirieron, al costo que fuese, las siguientes reliquias: un pedazo de hueso de  Santa Rosalía Virgen, otro pedazo de hueso de San Luis Gonzaga y un trozo de la Cruz de Cristo”, escribió don Isauro Rionda.
Los Jesuitas salieron, no sólo de Celaya, sino de la Nueva España en 1767, cuando fueron expulsados por orden del rey Carlos III, quien mandó que se fueran sin más pertenencias que su ropa.

Demolieron su templo para construir el bulevar

Tras haber sido exclaustrados a mediados del Siglo XVIII, la información sobre el paso de los Jesuitas por Celaya quedó dispersa en el tiempo.
El historiador y coordinador del Museo de Celaya, Historia Regional, Rafael Soldara Luna, dijo que se desconoce con certeza qué fue de sus propiedades, por ejemplo.
A esto se le sumó la demolición de su templo, ocurrida a mediados de 1960, con motivo de la construcción del bulevar Adolfo López Mateos.
El templo se ubicaba en el cruce de la calle Ignacio Zaragoza con el bulevar. Justo por donde pasaría la vialidad.
Tuvo que ser demolido aunque los creyentes se negaran, al nombrarlo un sacrilegio.
“Se dice que la gente no permitía que lo demolieran, pero finalmente un día, sin que nadie lo sospechara, comenzaron los trabajos y lo echaron abajo.
“Cuentan que destruyeron todo y hubo quien hizo lo posible por rescatar algunas cosas”, explicó Rafael Soldara.
Se sabe que algunas imágenes religiosas se enviaron a otros templos y que las campanas de su torre, por ejemplo, están en la Catedral.
Como prueba fehaciente quedan también fotografías en donde se observa el templo.

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