El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llegará mañana al Distrito Federal. En ese contexto dos periódicos estadounidenses de gran prestigio han “calentado” la llegada del Mandatario a suelo mexicano.
El pasado domingo la primera plana del Washington Post, en un reportaje con varias fuentes anónimas de ambos países, destacó que el Gobierno de Estados Unidos ve con sospecha la nueva estrategia de seguridad del Gobierno de Enrique Peña Nieto.
El cambio de estrategia del Gobierno mexicano ahora busca enfocarse en la prevención y eso podría poner en peligro la cooperación que el Gobierno de Felipe Calderón forjó con el de Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico, indica la publicación.
Y el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, ha destacado que la cooperación y colaboración que ambos países tienen en materia de seguridad tendrá límites, así como la presencia de agentes de Inteligencia estadounidenses en territorio mexicano, a diferencia de lo ocurrido durante el Gobierno de Felipe Calderón.
“Algunos oficiales de Estados Unidos temen una tregua extraoficial con los líderes de los cárteles”, advierte un texto de la periodista Dana Priest.
Las acusaciones de que el Gobierno peñista pudiera pactar con cárteles provienen de fuentes anónimas.
“El Gobierno ha modificado y distanciado las prioridades de la estrategia de apoyo de Estados Unidos de arrestar capos, que generó un nivel de violencia sin precedentes entre los cárteles”, dice otra parte del reportaje.
El reportaje del Washington Post señala también que habrá un distanciamiento en la relación entre la CIA y el Cisen, que, asegura, prácticamente operaba bajo indicaciones de la agencia estadounidense. La relación seguirá, indica, pero en operaciones específicas.
En tanto, el New York Times publicó este lunes un reportaje que ejemplifica con el caso de un testigo protegido “la dinámica sombría que socava la alianza entre los Estados Unidos y México en la guerra contra el narcotráfico”.
“Una pelea que se siente más a menudo como el boxeo de sombra. Aunque los gobiernos están unidos por la geografía, ninguno de los dos cree que el otro pueda ser confiado a plenitud”, indica el reportaje.
The New York Times reconstruyó con informes clasificados de Inteligencia de la DEA la experiencia de Luis Octavio López Vega, un ex jefe de la Policía Municipal de Zapopan que trabajaba para el Gobierno mexicano, fue un asesor del director del Instituto Nacional para el Combate a las Drogas (INCD) de México y un informante de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos. Tras el arresto del general Jesús Gutiérrez Rebollo, zar antidrogas, de quien fue un colaborador cercano, México buscó también a López. Con la ayuda de la DEA, él y su familia huyeron a Estados Unidos, pero, más tarde, la agencia rompió sus lazos con él para evitar un conflicto de intereses con el Gobierno mexicano.
El reportaje, con entrevistas a Luis Octavio López Vega, su familia y amigos, y con más de 12 agentes y ex agentes de diversos organismos del orden en los Estados Unidos, demuestra por qué la desconfianza mutua de los gobierno es justificada.
“La cooperación en temas de seguridad entre Estados Unidos y México ha estado bajo presión desde el pasado mes de diciembre cuando el presidente Enrique Peña Nieto tomó posesión. Su Gobierno considera que su predecesor Felipe Calderón permitió que los Estados Unidos jugara un papel demasiado importante en trazar la agenda de seguridad de México y también en la dirección de los operativos antinarcóticos según funcionarios de ambos países”, indica el reportaje.
Una guerra pérdida entre dos naciones
El pronostico del tiempo habia advertido sobre tormentas record de nieve, y Luis Octavio Lopez Vega no tenia forma de calentar su pequeño escondite.
Le habían robado los tanques de gas a la casita rodante que habia estacionado a la sombra de una torre elevadora de granos, cerca de una zona industrial abandonada. El óxido había desgastado el piso de su camioneta pickup, aunque casi no se atrevía a manejar porque no tenía una licencia para conducir ni un seguro. Y ademas, su colitis había empeorado tanto que casi no podía sentarse bien, y eso era la consecuencia del burrito y la soda de dieta que se había convertido en su dieta diaria. No había trabajado desde hace meses y le quedaban apena 250 dólares.
Buscar un alberguelo hubiera expuesto a preguntas sobre su identidad que no quería responder, y tratar de que su familia lo ayudara podría exponerlos a enfrentamientos con la ley.
“No puedo seguir así, viviendo de día en día, sin rumbo”, dijo el Sr. Lopez, de 64 años, una noche durante el invierno pasado. ‘’Me parece que estoy corriendo sin poder llegar a alguna parte. Y luego de tantos años, es agotador’’.
El Sr. López, oriundo de México, dijo en español que ha vivido, sin hacerse notar, en la zona oeste de Estados Unidos durante más de una década, camuflado entre las olas de inmigrantes que entraron por la frontera en esa epoca. Como muchos de sus compatriotas, se ha dedicado a los mismos trabajos mal pagados que consiguen las personas que no tienen permiso de residencia. Sin embargo, y a pesar de que el Sr. López logra confundirse entre los indocumentados gracias a sus manos callosas y su ropa de segunda mano, su problema va más allá de no tener una greencard.
El Sr. López jugo un papel protagónico en lo que es considerado el caso de tráfico de drogas más grande en la historia de México. El suceso -que sirvió de inspiracion para la película “Traffic”, estrenada en el año 2000-, enfrentó al Ejercito Mexicano y a la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en ingles) durante la decada de los 90. Sr. López trabajó con ambos entes. Se desempeñó como un asesor de confianza del poderoso general que fue nombrado como el zar antidrogas de México, y, al mismo tiempo, fue un informante de la DEA.
Sus dos mundos chocaron estrepitosamente en 1997, cuando México arrestó al general, Jesús Gutiérrez Rebollo, bajo cargos de colaborar con traficantes de drogas. Mientras Washington trataba de entender el sentido de las acusaciones, ambos gobiernos fueron tras la pista de López. México lo consideró un cómplice en el caso. Y la DEA lo vio como una potencial mina de oro de información.
Estados Unidos lo encontró primero. La DEA ayudó al Sr.López y a su familia, sin que el gobierno de México se diera cuenta, a escapar a través de la frontera a cambio de su cooperación en la investigación.
Tras decenas de horas de testimonio del Sr.López, sus revelaciones sobre los nexos entre el Ejército y los narcotraficantes resultaron ser explosivas, desatando una vertiginosa reacción en cadena en la que México le pidió ayuda a los Estados Unidos para lograr la captura del Sr. López. Sin embargo, Washington negó tener conocimiento de su paradero, y la DEA, repentinamente, rompió sus lazos con él.
Discreto y sin pretensiones, el esposo y padre de tres hijos, ha sido un fugitivo desde entonces, huyendo de su pais de origen y abandonado en su hogar adoptivo. Durante más de una década ha llevado consigo información sobre por menores íntimos de la guerra contra el narcotráfico, secretos que ambos gobiernos han guardado celosamente.
Cuando funcionarios mexicanos presionaron para que Washington los ayudara en la busqueda para encontrarlo, los Estados Unidos fingieron ignorar su paradero, según dijo un agente federal.
El encubrimiento fue realizado inicialmente por la DEA, cuyos agentes no creyeron que las autoridades mexicanas tuvieran argumentos legítimos en contra de su informante. Otras agencias del orden se sumaron después, por miedo a que la relación de la DEA con el Sr. López pudiera afectar la cooperación entre los dos países en temas más urgentes.
“No podíamos decirle a México que estabamos protegiendo a ese hombre, porque eso hubiera afectado su cooperación con nosotros en otros programas”, dijo un ex agente de la DEA que estuvo involucrado en el caso y quien no fue autorizado hablar sobre un caso que involucra a una fuente confidencial. “Así que cortamos nuestros lazos con él, con la esperanza de que él solo encontrará una manera de sobrevivir”.
Esta es la dinamica sombría que socava la alianza entre los Estados Unidos y México en la guerra contra el narcotráfico, una pelea que se siente más a menudo como el boxeo de sombra. Aunque los gobiernos están unidos por la geografía, ninguno de los dos cree que el otro pueda ser confiado a plenitud. La experiencia del Sr.López – que The New York Times logró reconstruir con informes clasificados de inteligencia de laDEA, entrevistas con él, su familia y amigos, y con más de doce agentes y ex agentes de diversos organismos del orden en los Estados Unidos – demuestra por qué la desconfianza mutua es justificada.
La falta notoria de hechos concretos para condenar al Sr. López o exonerarlo de corrupción ha causado estragos en la vida del ex informante; ademas de que su existencia como profugo ha sido un grillete para su familia, a quienes solo ve durante esporádicas reuniones. Todos ellos presentan síntomas de trauma emocional, viviendo entre destellos de rabia, largos periodos de depresión, episodios de beber en exceso y paranoia persistente.
Durante varias y largas entrevistas, el Sr. López reiteró que no es culpable de ningún delito alguno. Dijo que no se ha entregado a las autoridades mexicanas porque piensa que sería asesinado sin recibir un juicio justo. Sin embargo, los muchos años de llevar una vida anónima y restringida han sido casi tan sofocantes como una celda.
Su vida empieza en la mayoría de las mañanas en McDonald’s, donde el desayuno cuesta menos de dos dólares para los adultos mayores, y la conexion inalambrica es gratis al Wi-Fi. Esto le permite leer los periodicos mexicanos en su aporreada computadora portatil. Durante esas horas de soledad, la mente del Sr. López repasa las opciones y disyuntivas que ha elegido en su vida y que lo llevaron a terminar así.
“Arriesgue mi vida en México porque creí que las cosas podían cambiar. Me equivoqué. Nada ha cambiado”, dijo el Sr. López. “Ayude a los Estados Unidos porque creí que si todo lo demas fallaba, este gobierno me apoyaría. Pero me equivoqué otra vez. Y ahora, he perdido todo”.
El Ejército interviene
Actualmente, el Sr. López se pregunta si tambien está perdiendo sus facultades mentales. El pasado mes de septiembre consultó a una psiquiatra en una clínica comunitaria. En consulta, le dijo que sus emociones funcionaban de manera errática, pasando, sin previo aviso, del frío al calor, y le habló también de su dificultad para conciliar el sueño y poder dormir. Una hora después, salió del consultorio con un diagnóstico de desorden bipolar y una botellita de pastillas que decidió no tomar.
Dando sorbitos a una lata de Diet Coke en una soleada habitación de hotel, el Sr. López explicó que hubiera sido más peligroso empezar a depender de un medicamento que pudiera ser confiscado si él caía en manos de la policía. Pero algo más importante, dijo, fue que el diagnóstico estuvo basado en una mentira _una más de las que tiene qué decir cada día para poder sobrevivir. Cuando la doctora le preguntó la razón que podría causar su estres, el Sr. López dijo que su familia se había vuelto contra él.
“Imagine usted decirle lo que realmente ocurre en mi vida”, dijo Lopez. “¿Por dónde podría empezar? ¿Diciéndole que ayudé a capturar al “Guero” Palma y que ahora me están tratando como si fuera un delincuente?”
Canciones y corridos se compusieron en México sobre el día, de 1995, en que las autoridades capturaron a Héctor Luis Palma Salazar, conocido como “El Guero”, el hombre clave y el más temido del cartel de Sinaloa. Palma se topó con su destino a las afueras de la ciudad mexicana de Guadalajara, en el suburbio de Zapopan, lugar de enlaces y conexiones para todos los que eran alguien en el mundo de la guerra contra el narcotráfico.
El Sr. López trabajó casi durante dos décadas en el departamento de la policía municipal de Zapopan, casi siempre como el jefe del agrupamiento. Políticamente astuto y con la experiencia que da la calle, llamó pronto la atención de la DEA, que comenzó a aprovecharlo, a mediados de la decada de los 90, como una fuente confidencial y muy valorada por la confiabilidad de su información.
En esos años, la violencia relacionada al tráfico de drogas aumentaba con rapidez. Cuando los hechos de sangre comenzaron a salirse de control, El Sr. López le pidió ayuda al general Gutiérrez, un poderoso aliado cuyo territorio abarcaba cinco estados mexicanos. El ex jefe de policía dijo que fue un arreglo secreto en el que Sr. López compartía información sobre los cárteles con el Ejército, y el General suministraba fuerza y músculo adicional a la policía de Zapopan.
Mientras tanto, la esposa y los hijos de López vivían rodeados de guardaespaldas y francotiradores. Dado que el marido estaba ausente casi siempre, Soledad López tenía que encargarse de los niños. El hijo mayor, David, embarazó a su novia de la escuela secundaria. Luis Octavio reprobó tres veces el segundo año de la secundaria. Cecilia, la menor, no podía comprender el alboroto a su alrededor, y la Sra. López trataba intensamente de protegerla de ese tumulto.
En la época en que el Sr. Palma se le cruzó en el camino, el Sr. López ya estaba jubilado y había iniciado una empresa de seguridad particular. El Sr. Palma iba camino a una boda cuando su avión privado se estrelló en las montanas, cerca de Zapopan. Policias federales que estaban en la nómina del cártel de Sinaloa lo rescataron con vida y lo escondieron en una casa propiedad de un supervisor.
Cuando los guardias de seguridad del Sr. López empezaron a recibir informes sobre actividades sospechosas en esa casa, alertaron tanto al ex jefe policial como al Ejército. Nadie sabía en ese momento que se habían topado con uno de los traficantes más conocidos del mundo, hasta que el Sr. López descubrió una Colt .45 con una palmera dibujada con diamantes, rubíes y zafiros incrustados en la cacha de la pistola.
“Solo podía pertenecer a una persona”, dijo el Sr. Lopez.
El arresto fue aclamado en ambos lados de la frontera para acreditar el papel sin precedentes que el Ejército mexicano estaba empezando a tener bajo la administración del ex presidente Ernesto Zedillo. La DEA había estado presionando a México para que desplegara al Ejército en esa lucha, en lugar de la Policia Federal, que a menudo trabajaba con los traficantes y no en contra de ellos.
La Agencia Antidrogas de los Estados Unidos ya estaba colaborando en secreto con el General Gutiérrez. Ralph Villarruel, un veterano agente de la DEA que había estado trabajando con el Sr. López, dijo que persiguió a sospechosos que el general creía estaban escondidos en los Estados Unidos y logró confiscar cargas de cocaína producto del trasiego de la droga a través de la frontera. A cambio, dijo, el general le otorgó “un increible libre acceso” a escenas de crimenes, a sospechosos, pruebas y evidencias.
Tras el arresto del Sr.Palma, López y el General Gutiérrez dejaron que el Sr. Villarruel hiciera copias de los nombres y los numeros que había en el teléfono celular del detenido. En agradecimiento, el Sr. Villarruel dijo que habló con sus jefes en la Ciudad de México para que le concedieran una mención de honor al general.
“Estabamos haciendo cosas que nunca antes habiamos podido hacer, y yo quería reconocer eso”, dijo el Sr. Villarruel, quien sacó una fotografía que mostraba la ocasión del acto que fue realizado a puertas cerradas.
En diciembre de 1996, el Sr. Zedillo promovió al General Gutiérrez. Lo nombró director del Instituto Nacional parael Combate a las Drogas (INCD). El ascenso del militar fue una victoria para el gobierno del presidente Bill Clinton, quien recientemente había puesto en marcha el Tratado de Libre Comercio de America del Norte (TLCAN) y había organizado un rescate financiero de 50 mil millones de dólares para la economía mexicana. En ese ambiente una muestra de su compromiso con la lucha contra el narcotrafico no parecía mucho pedir a su vecino del sur por parte de los Estados Unidos.
En el general Gutiérrez, que tenía las facciones y el comportamiento de un pitbull, los Estados Unidos vieron al socio sensato que habían estado buscando. El gobierno lo invitó a Washington para empezar a coordinar esfuerzos, y el zar antidrogas de los Estados Unidos, el General Barry R McCaffrey, lo elogió como un soldado “de una integridad absoluta, incuestionable”.
Parecia un giro subito e inesperado del destino para un jefe militar poco conocido que podía contar sus trajes con una mano y que nunca había viajado fuera de México. Cuando el General le pidió al Sr. López que fuera su jefe de Estado Mayor, el ex policía de Zapopan se mostró aprensivo por tener que mudarse a la capital. Pero el General insistió.
“Sentía que ir a trabajar a la Ciudad de México era como caer en un nido de víboras”, dijo López. “Tuve un mal presentimiento acerca de todo esto.”
‘Hay un problema’
Menos de tres meses después, cuando el Sr. López estaba en Guadalajara para el nacimiento de un nieto, empezó a sospechar que algo le había ocurrido a su jefe. Había estado intentando llamar a Gutiérrez durante días, sin éxito. Finalmente logró hablar por teléfono con el chofer del General.
“No sé donde está”, dijo el chofer, segun explicó el Sr. López. “Usted no debe llamar más a este número. No puedo hablar por este teléfono. Quizas ya nos estén escuchando ¡Que carajos! Usted tiene qué saberlo. Hay un problema”.
“¿Es un problema grave?”, preguntó el Sr. López.
“Es mundial”, exclamó el chofer.
Cuando el Sr. López cortó la comunicación y llamó a la base militar en Guadalajara, el comandante lo convocó al cuartel para “una operacion antinarcóticos”.
“No sabía exactamente qué es lo que estaba pasando,” dijo el Sr. López. “Pero sabía que me esperaba una trampa.”
Le dijo a su familia que salieran de Zapopan y advirtió a sus asistentes que no se presentaran en la base. Durante varios días, no se dejó ver por nadie. Se escondió en establos abandonados y debajo de puentes mientras grupos de soldados tomaban su casa y registraban sus pertenencias.
El 19 de febrero de 1997, el ministro mexicano de Defensa, general Enrique Cervantes Aguirre, dijo en una dramatica y televisada conferencia de prensa que el General Gutiérrez había utilizado su autoridad para ayudar a proteger a Amado Carrillo Fuentes, un barón de la droga apodado “El Señor de los Cielos”, por su utilización de aviones comerciales que había transformado para el trasiego de toneladas de remesas de cocaína.
El ministro dijo que cuando las autoridades presentaron al General Gutiérrez las evidencias de estos lazos, este se desplomó en lo que pareció ser un paro cardíaco.
Con retenes militares alrededor de Guadalajara, parecía imposible que el Sr. López escapara, y como era tan conocido, temía no poder esconderse por mucho tiempo. Usando un recurso muy común entre los traficantes de drogas, el Sr. López acudió con un cirujano plástico para modificar su aspecto físico. Utilizando un nombre falso, le pagó dos mil dólares en efectivo al médico y consiguió un rostro renovado.
En Washington, el gobierno de Clinton convocó a diplomáticos mexicanos, exigiendo saber la razón por la que su gobierno no había compartido sus sospechas sobre el General Gutiérrez antes de su viaje a los Estados Unidos. El Congreso le pidió a la Casa Blanca anular el aval de México como aliado confiable en la guerra del narcotráfico, medida que podía llevar a sanciones contra un país que era un mercado importante de productos estadounidensesde exportación. El episodio ponía en jaque la cooperación en temas de seguridad entre ambos países.
El Departamento de Justicia le pidió a la DEA que explicara cómo había podido pasar por alto evidencias de que el General Gutiérrez había sido corrompido. La DEA recurrió al Sr.Villarruel, quien empezó a buscar al Sr.López.
La mayoría del personal de la agencia de seguridad del Sr. López había desaparecido, dijo el Sr.Villarruel, quien supo que el Ejército mexicano los había detenido para interrogarlos, y que muchos habían sido torturados “o peor”, dijo. “Mis fuentes estaban cayendo como moscas”, agregó el Sr. Villarruel, un agente veterano, oriundo de la ciudad East Chicago, del estado de Indiana, y quien tiene raíces familiares en Guadalajara. “Un día podía estar hablando con un sujeto, y al día siguiente aparecía muerto”.
El mensaje de la DEA le llegó al Sr.López en Mayo de 1997, justo cuando él y su familia pensaban que ya no tenían más opciones, días antes de tomar la decisión de llevar a la niña a un hospital. Los médicos diagnosticaron estenosis pulmonar, padecimiento que restringe el flujo sanguineo hacia los pulmones. Tras una cirugía, la niña comenzó a respirar con más facilidad, pero no su padre. David sabía que su hija “iba a necesitar mayores cuidados”, dijo. “¿Cómo podré cuidarla, si ni siquiera puedo darle un hogar?”
Con apenas 22 años, David era ahora el jefe de facto de una familia prófuga. Como medida de seguridad, él era el único que conocía el paradero de su padre. Un secreto que esperaba poder guardar si los militares lo capturaban.
“Recuerdo haberle dicho a mi padre: ‘si los militares me detienen, dame tres dÍas”’, dijo. “El primer dÍa de tortura será el más duro. El segundo día, quizas lleguen a comprender que no les diré dónde estás y a lo mejor me dejan ir. Pero si no aparezco en tres días, a lo mejor ya no aparezco nunca”.
A finales del mes, la DEA abrió una salida de escape, ofreció un refugio a la familia en los Estados Unidos y consiguió permisos de trabajo y visas. El viaje lo hicieron la señora López, sus tres hijos, la nuera y dos nietos. Los miembros de la familia llegaron al estado de Utah, donde tenían a un amigo.
El Sr. López alcanzó a su familia dos semanas después. Vestía un traje azul marino y un sombrero de fieltro que compró para el viaje y llegó a los Estados Unidos con un maletín en el que había metido los ahorros de su vida: 100 mil dólares, y la ilusión de volver a empezar.