El Sr. Luis Octavio López Vega y su hijo Luis Octavio se encaminaron a un restaurante Wendy’s en Estados Unidos para aprovechar una oferta especial de hamburguesas a 99 centavos.
Cuando su hijo le dio dos billetes de dólar por las hamburguesas, le faltaron algunos centavos del IVA, y un apenado Sr. López tuvo que decirle a su hijo que no tenía para cubrir la diferencia.
El dinero, o la falta de éste, ha sido la parte más penosa de vivir prófugo, dijo el Sr. López. Sus ahorros se agotaron desde hace mucho, y la mayoría de los empleadores no quieren contratar a un hombre de 64 años sin tarjeta del Social Security y sin antecedentes laborales documentados. Ha probado trabajos a destajo como lavaplatos y en la construcción, pero su espalda ya no los aguanta.
Afortunadamente, dijo, tiene un buen ojo para los cachivaches. Lo heredó de su padre, que dirigió un taller de reparación de baterías de automóvil. El Sr. López ha llevado ese talento a un nivel superior rebuscando en la basura partes desechadas de automóviles, repuestos de equipos de oficina y electrodomésticos que restaura y revende. Pero es siempre como patinar sobre una fina capa de hielo, y López despierta muchos días sin dinero y sin nada que vender.
Las terribles circunstancias de su vida actual reflejan una estrepitosa caída desde su llegada a los Estados Unidos como un informante de primera. Las revelaciones que hizo ante el Sr. Villarruel y otros agentes de la DEA resultaron ser una bomba, según dijeron ex agentes involucrados en el caso, y de acuerdo a los informes secretos de Inteligencia obtenidos por The New York Times.
Les dijo que el Ejército Mexicano estaba negociando un trato para proteger a los cárteles a cambio de una parte de sus ganancias. El Sr. López acusó específicamente a algunos jefes de estar involucrados, y dijo que algunos habían pedido a los cárteles 2 mil dólares por cada kilogramo de cocaína que pasara por territorio mexicano.
Como pago inicial, operadores de los cárteles entregaron a altos oficiales del Ejército maletas repletas con decenas de millones de dólares, de acuerdo al Sr. López. También acusó a unidades antinarcóticos entrenadas en los Estados Unidos de permitir que jefes importantes del narcotráfico escaparan durante operativos encubiertos para aprehenderlos.
“Es altamente posible que algunos militares de alto rango quisieran seguir sacando provecho de una relación establecida con los traficantes de drogas”, concluyó un informe de Inteligencia.
El Sr. López dijo que él le había dicho a la DEA que no creía que el general Gutiérrez estuviera conspirando junto con los traficantes. Pero los informes de Inteligencia sugerían que la DEA sospechaba que el General sí tenía nexos con el cártel de Juárez, y que esa relación podría haber amenazado a otros militares quienes recibían pagos de bandas rivales de narcotraficantes.
Para 1998, algo de esa información había comenzado a ventilarse en el Congreso estadounidense y en algunos diarios y revistas, y esto enfrentó a la DEA y a la Casa Blanca. Era un momento muy inoportuno para el Gobierno de Clinton, que aplaudía el arresto del General y lo señalaba como prueba del compromiso del Ejército Mexicano en combate contra la corrupción.
La Casa Blanca se oponía a cualquier medida que socavara al segundo socio comercial más importante de los Estados Unidos. La DEA acusó a México de no cumplir con sus compromisos y acuerdos de seguridad, y presionó para que la Casa Blanca impusiera sanciones económicas contra México. “Definitivamente había un desacuerdo entre nosotros y la Casa Blanca en torno a México”, dijo un ex agente de la DEA.
México, que seguía tratando de localizar al Sr. López, intensificó la búsqueda en al año 1999. El Ministerio de Relaciones Exteriores le pidió ayuda a Washington para saber si vivía en los Estados Unidos, dijo un funcionario federal estadounidense de alto rango. El servicio de Alguaciles de Estados Unidos reportó que sí, vivía en el País.
Poco después, el Sr. Villarruel citó al Sr. López en un restaurante Denny’s de San Diego. El Sr. López supo que algo estaba mal porque el Sr. Villarruel llego solo y éste no podía mirarlo directamente a los ojos.
“Le dije que por órdenes de Washington no podía tener nada más qué ver con él”, recordó el Sr. Villarruel. “Yo sabía que había algún tipo de presión, pero no sabía si venía del Congreso, o de México, o de dónde. Todo lo que sabía era que si tenía algo más qué ver con él, podría meterme en problemas”.
El Sr. López se sentía golpeado y confundido. Las órdenes llevaban el significado de que “a partir de ese momento, la agencia dejaba de protegerme a mí y a mi familia”.
En el año 2000, cuando México sacó del poder al Partido Revolucionario Institucional, la democracia multipartidista no significó una era de borrón y cuenta nueva. El nuevo Gobierno acusó oficialmente al Sr.López, hizo pública una orden de arresto y pidió a los Estados Unidos que lo detuviera, dijeron ex funcionarios estadounidenses.
Funcionarios mexicanos trataron el tema con el recién designado procurador general estadounidense, John Ashcroft, y con el nuevo secretario de Estado, Colin Powell, según consta en correos electrónicos y en memoranda de la DEA. Oficiales de la Oficina Federal de Alguaciles recibían de dos a tres llamadas diarias de las autoridades mexicanas preguntando lo cerca que estaban en la detención del Sr. López, dice un memorándum.
El Sr. Villarruel suplicó a la DEA que se ignorara la solicitud de extradición de parte de México. El Sr. López “es una de las pocas personas que puede proveer información sumamente perjudicial sobre la corrupción en los altos niveles del Gobierno mexicano, relacionada con el narco”, escribió a sus jefes. Y les advirtió que: “Si López Vega es devuelto a las autoridades mexicanas, es muy probable que sea torturado y/o asesinado”.
Pero los funcionarios de la DEA se negaron a bloquear la orden de arresto.
Desafiando sus órdenes, el Sr. Villarruel le advirtió al Sr. López que se cuidara las espaldas.
Unos cinco meses después, el Sr. López estaba reunido con sus hijos en la casa de un familiar en California cuando se fijó en algunos individuos sospechosos paseando por el vecindario. Inmediatamente subió a un automóvil y se fue del lugar a toda velocidad.
Segundos más tarde, cuerpos especiales de asalto y unidades con perros de la Oficina Federal de Alguaciles llegaron al domicilio, al tiempo que helicópteros sobrevolaban la zona. Los agentes del orden trataron de darle alcance al Sr. López, pero fallaron.
“Tenía una ventaja de unos 20 segundos”, dijo el Sr. López. “Cuando estás huyendo, 20 segundos es mucho tiempo”.
Ajustándose a una nueva vida
Cuando el Sr. López y su familia estaban lidiando con su nueva vida en los Estados Unidos, una historia con altas y bajas parecidas a las suyas se estrenaba en las salas cinematográficas del País. La película“Traffic” fue aclamada como un punto de referencia para entender las fuerzas entre las dos fronteras que potenciaban la guerra contra el narcotráfico. La película mostraba cómo los Estados Unidos ponían sus esperanzas en un mercurial General mexicano, cuyo personaje estuvo inspirado en el general Gutiérrez, y quien al final es descubierto trabajando con los cárteles.
El General de la película tenía como aliado a un oficial de la Policía mexicana, personaje interpretado por Benicio del Toro, y quien cruza la frontera para dar información a la DEA. El personaje fue creado con la ayuda de un consultor de la DEA, e incorporaba una combinación de perfiles de informantes verdaderos. No se basaba en el Sr. López, cuya existencia nunca ha sido admitida por el Gobierno estadounidense. La película termina con el policía regresando a México y utilizando el dinero que le pagó la DEA para poner alumbrado en un campo de beisbol de un barrio pobre.
En la realidad, y fuera de la pantalla, la vida del Sr. López tomó un giro más desdichado. Después de que el Sr. López pasó a la clandestinidad, el Gobierno norteamericano revocó las visas y los permisos de trabajo de su familia, obligándolos también a ellos a vivir en el sigilo entre la creciente población de inmigrantes mexicanos de Utah.
Repentinamente, la Sra. López tuvo que defenderse sin su esposo, aprender inglés y conseguir un trabajo. Su hija, Cecilia, empezó a beber y dejó la universidad, con la esperanza de que si se rebelaba lo suficientemente, su padre regresaría.
Los dos hijos varones de la pareja, David y Luis Octavio, se hicieron cargo de los asuntos de la familia y sufrieron la mayor parte del trauma psicológico. “Estamos todos dañados”, dijo Luis Octavio, de 35 años. “No hablamos mucho de las épocas en que hemos deseado poder escapar de nuestra situación. Pero hemos sentido eso”.
Tras la redada en California, los hermanos lograron esquivar las preguntas de los oficiales, de los alguaciles federales que apuntaron armas de fuego a sus rostros y amenazaron con deportarlos si no revelaban el paradero de su padre.
Durante los siguientes años, el hijo mayor, David, siguió a su padre en la clandestinidad, viendo rara vez a su propia esposa y a sus hijos. Sus desplazamientos encubiertos eran como los de una novela de espías. De día conseguía trabajos a destajo, y a veces, en las tardes, se metía al baño de alguna gasolinera, se cambiaba de ropa, y se subía a un taxi para ir a ver a su padre sin que nadie lo siguiera. Creó una clave para comunicarse con él a través de un beeper y alquilaba distintos lugares para esconderse.
“Le prometí que estaría con él hasta que todo este asunto terminara”, recordó David, de 38 años. “No pensé que iba a durar tanto tiempo”.
En Utah, Luis Octavio tenía dos trabajos para ayudar a mantener a su familia. Como se había casado con una mujer estadounidense después de llegar a Utah, no le preocupaba la deportación; y él trató de encontrar una manera legal de sacar a su familia de esa terrible situación.
En 2002, se reunió con los mismos alguaciles federales que buscaban a su padre, con el propósito de convencerlos de que éste había sido traicionado por la DEA. Un alguacil, Michael Wingert, le dijo a Luis Octavio que simpatizaba con él, pero que los Estados Unidos no podían proteger a su padre de los cargos que el Gobierno de México le imputaba, según consta en una grabación de la reunión que hizo Luis Octavio.
“Lo único que podemos suponer, en un caso como este, es que su padre tiene enemigos en cargos muy poderosos en México, y que lo quieren de regreso”, le dijo Wingert.
Varios años después, en 2007, los miembros de la familia López hicieron su propio juego de poder. Compartieron sus historias con asistentes del senador Orrin G. Hatch, ex presidente del influyente Comité Judicial. Los miembros del personal del Senador en Salt Lake City no quisieron hacer comentarios sobre su papel. Se limitaron a decir que refirieron el caso a los departamentos de Justicia y de Seguridad Interna, lo que ayudó a la familia a obtener el asilo político en 2011.
Para entonces, David ya había regresado a Utah, donde su esposa dio a luz a su tercer hijo. Pero sin antecedentes laborales comprobables, no ha podido encontrar un trabajo de tiempo completo.
Luis Octavio consiguió una licenciatura y un trabajo como reclutador en una universidad, pero la historia de su familia sigue frenándolo. El año pasado, cuando un periódico local lo entrevistó y lo presentó como un modelo de lo mucho que los inmigrantes mexicanos han contribuido en Utah, mintió sobre las razones por las que su familia había venido a los Estados Unidos. Hace poco, cuando se le presentó la posibilidad de ir a Guadalajara en un viaje de negocios, estuvo tentado de aceptar, tan sólo por el desafío.
“Me siento con un tremendo sentimiento de impotencia”, dijo. “Y la única herramienta que tengo para luchar contra esa sensación, es alejarme de todo eso, y actuar como si la situación de mi padre no existiera”.
La persecución continúa
En una mañana reciente, el Sr. López se había instalado en una mesa de un McDonald’s cuando sonó su teléfono celular. Una mujer en la línea le dijo que tenía un mensaje grabado para él. La siguiente voz que escuchó fue la del general Gutiérrez.
“Trataron de eliminarme, pero no pudieron. Todavía estoy aquí”, dijo el General, con la voz apenas por encima de un susurro, según relató el Sr. López.
El general Gutiérrez, de 88 años, quien padece un cáncer terminal de próstata, hablaba desde una cama del mismo hospital militar donde se había desplomado después de su arresto 16 años antes. No ha cumplido ni siquiera con la mitad de su pena de 40 años de cárcel, pero las autoridades lo excarcelaron y restituyeron su rango de General para que pudiera recibir atención médica en los hospitales militares según dijeron sus familiares.
“No nos han dejado con mucho”, le dijo al Sr. López. “Pero debemos proteger lo poco que nos quedó”.
En enero de este año, el Gobierno mexicano volvió a tratar el caso del Sr. López con las autoridades estadounidenses, de acuerdo a un funcionario mexicano. El Departamento de Justicia pidió más información sobre los cargos contra López, y se espera que el Gobierno mexicano presente un informe dentro de las próximas semanas, dijo el funcionario mexicano.
“Hasta entonces”, explicó, “para nosotros el caso sigue vigente”.
El Departamento de Justicia y la DEA dijeron que no pudieron hacer comentarios sobre un caso que involucraba un informante confidencial. Un funcionario estadounidense que ha atendido algunas de las peticiones de México, dijo que Washington está tratando de ganar tiempo, con la esperanza de que los cargos sean retirados. Estados Unidos no ha logrado descifrar si el Sr. López es culpable, o si es el blanco de funcionarios mexicanos que quieren callarlo, dijo el funcionario estadounidense.
“Si fuera de nosotros, haríamos desaparecer el caso”, dijo el funcionario. “Pero si México decide que todavía lo quiere, no veo cómo los Estados Unidos puedan decir que no”.
La cooperación en temas de seguridad entre Estados Unidos y México ha estado bajo presión desde el pasado mes de diciembre cuando el presidente Enrique Peña Nieto tomó posesión. Su Gobierno considera que su predecesor Felipe Calderón permitió que los Estados Unidos jugara un papel demasiado importante en trazar la agenda de seguridad de México y también en la dirección de los operativos antinarcóticos, según funcionarios de ambos países.
La Administración del presidente Obama ha tenido dificultades en lograr un nuevo acuerdo sobre cooperación, dijeron los funcionarios, y el Mandatario norteamericano tiene programado viajar a México.
Mientras tanto la violencia que ha dejado muertas a unas 60 mil personas en los últimos cinco años continúa sin parar. Las fuerzas armadas mexicanas han estado tan desmoralizadas por las acusaciones de corrupción y abusos de derechos humanos, que algunos miembros de su liderazgo hablan abiertamente de retirarlas de la lucha.
El Sr. López sigue religiosamente estos acontecimientos durante las mañanas, cuando toma su café en McDonald’s, buscando pistas que puedan ayudarlo a darle sentido a su propia situación. El Sr. Villarruel, ahora jubilado de la DEA, es uno de los pocos contactos que el Sr. López conserva de su vida pasada. El Sr. López dijo que ve la atención del público como su única esperanza de regresar a algo parecido a su existencia normal. “Para bien o para mal, es tiempo de que me defienda”.
Cuando se le pregunta qué haría si se quedara sin dinero, el Sr. López se encoge de hombros y dice que algo se le ocurrirá. Se compara con Prometeo, la figura de la mitología griega cuyo castigo por haber robado el fuego y dárselo a los seres humanos fue ser torturado, y sólo sobrevivir, para enfrentar el mismo tormento al día siguiente.
“Cada día es como el primer día para mí”, dijo. “Desde el momento en que despierto, hasta el momento en que me voy a dormir, me la paso pensando, pensando, pensando qué me pasó. Trato de darle sentido a las cosas que no tienen sentido. Y eso me carcome. A mí, y a mi familia. Y al día siguiente despierto, y empiezo todo de nuevo”.
Abandona DEA a informante de primera
Luis Octavio López Vega, ex jefe de la Policía de Zapopan, que se convirtió en informante de la DEA y es buscado por la justicia mexicana desde 1997 p