El 5 de mayo es sinónimo de fiesta en todos los mexicanos, radicados en el País o fuera de él, en donde hay un mexicano hay orgullo y fiesta.
Recordar la Batalla de Puebla brinda orgullo por ser el primer triunfo mexicano sobre un ejército extranjero, sin embargo pocas personas recuerdan lo aprendido en la etapa escolar sobre esta singular batalla y por qué se le da la importancia brindada.
Los antecedentes
En octubre de 1861, Francia, Inglaterra y España suscribieron la Convención de Londres, en la cual se comprometieron a enviar contingentes militares a México para reclamar sus derechos como acreedores por una deuda que ascendía a alrededor de 80 millones de pesos.
El contingente europeo, estaba compuesto por España, quien envió 6 mil hombres al mando del general Juan Prim; Francia, con 3 mil hombres dirigidos por el contraalmirante Jurien de la Gravière y el Reino Unido, con 700 marines bajo el comando del comodoro Dunlop.
Apenas se reunieron, los representantes de los tres países enviaron un ultimátum al Gobierno mexicano en el que pedían el pago de sus deudas, de lo contrario, invadirían el País.
Juárez, quien gobernaba a un País que apenas empezaba a levantarse de la postración económica, respondió con un exhorto a lograr un arreglo amistoso, y los invitó a conferenciar. Acompañó ese mensaje con la derogación del decreto que suspendió los pagos. Al mismo tiempo, en vista de la posibilidad real de una invasión militar que buscara llegar hasta la Ciudad de México, ordenó el traslado de pertrechos y la fortificación de Puebla, así como crear una unidad, a la que se designó como Ejército de Oriente, que fue puesta bajo el mando del general José López Uraga. En vista del desempeño deficiente de este mando, fue destituido y en su lugar se designó a Ignacio Zaragoza, quien dejó el Ministerio de Guerra y se dirigió a Puebla para organizar la oposición al avance francés con cerca de 10 mil hombres; cantidad mínima si se toma en cuenta el vasto territorio que debía cubrirse.
Los representantes aceptaron el llamado y en febrero de 1862 se reunieron con los ministros juaristas del Exterior, Manuel Doblado; y de Guerra, Ignacio Zaragoza, en la hacienda La Soledad, cerca de Veracruz, firmaron los tratados preliminares de La Soledad.
A finales de abril, Lorencez desconoció los Tratados de Soledad y se puso en marcha, junto con sus efectivos, hacia Puebla, con el fin último de conquistar la Ciudad de México. Al conocer sobre el avance, Zaragoza salió de Puebla con 4 mil soldados para salir al encuentro de los franceses, quienes ya sostenían escaramuzas con guerrilleros. Aunque se contaba con un cuerpo de oficiales joven pero experimentado, la mayor parte de la tropa carecía de la disciplina mínima, y estaba mal equipada y alimentada.
En los días anteriores a la batalla, Zaragoza solicitó una y otra vez al alto mando en la Ciudad de México, el envío urgente de recursos económicos, ya que no podía costear ni siquiera los alimentos para las tropas. Para colmo, la explosión de un polvorín en la excolecturía de los diezmos del poblado de San Andrés Chalchicomula (hoy Ciudad Serdán), ocurrida el 6 de marzo, había matado a mil 322 soldados de la Brigada de Oaxaca enviados por el general Ignacio Mejía para incorporarse al Ejército de Oriente.
Lo inevitable
El 4 de mayo de 1862, los exploradores mexicanos volvieron con noticias de que una columna de conservadores a caballo, al mando de Leonardo Márquez y José María Cobos, marchaba por la zona de Atlixco para unirse con las fuerzas de Lorencez en el ataque a Puebla. Zaragoza envió una brigada de 2 mil hombres bajo el mando de Tomás O’Horán y Antonio Carbajal con el fin de detenerlo, lo cual lograron. Aunque sus fuerzas habían disminuido, los mexicanos se prepararon para la defensa de Puebla.
El ala derecha mexicana la cubrían las tropas de Oaxaca dirigidas por Porfirio Díaz. El centro de la línea lo ocuparon Felipe Berriózabal y Francisco Lamadrid con las tropas del Estado de México y San Luis Potosí. La izquierda se apoyó en el cerro de Acueyametepec ubicado en el norte de la ciudad y en cuya cumbre se ubicaban los Fuertes de Loreto y Guadalupe, con el general Miguel Negrete a la cabeza de la Segunda División de Infantería. La artillería sobrante la colocaron en los fortines y reductos dentro de Puebla, quedando al mando del general Santiago Tapia.
A las 9:15 de la mañana del 5 de mayo, los franceses aparecieron en el horizonte, la batalla se inició en forma a las 11:15 de la mañana, anunciándose con un cañonazo desde el Fuerte de Guadalupe y acompañado por los repiques de las campanas de la ciudad. En ese momento se dio una maniobra sorpresiva: la columna francesa, que venía avanzando en orden de oriente a poniente, se dividió en dos: la primera, compuesta por aproximadamente 4 mil hombres y protegida con su artillería, dio un violento viraje hacia la derecha y se dirigió hacia los fuertes; mientras que la segunda columna, compuesta por el resto de la infantería, quedó como reserva.
A las dos y media de la tarde, cuando se empezaba a perfilar una victoria para los mexicanos, Lorencez se dispuso a lanzar el último asalto, dirigiendo a los Cazadores de Vincennes y el Regimiento de Zuavos hacia Guadalupe, mientras ponía en marcha una segunda columna de ataque compuesta de los restos de los cuerpos de batalla -excepto el 99 de Línea, el cual quedó de reserva en el campamento francés-, para atacar por la derecha de la línea de batalla mexicana.
Ante esta situación, salieron a su encuentro los Zapadores de San Luis Potosí, al mando del general Lamadrid, ya entrada la tarde cayó un aguacero sobre el campo, lo cual dificultó el avance a las tropas francesas. Zaragoza dispuso que el Batallón Reforma de San Luis Potosí saliera en auxilio de los fuertes. En Loreto había un cañón de 68 libras que causaba enormes estragos en la filas francesas. Los zuavos hicieron una carga de infantería desesperada para apoderarse de esa pieza. El artillero mexicano, sorprendido por la rapidez de los franceses, tenía en sus manos la bala de cañón que no alcanzó a colocar en la boca de fuego. Un zuavo apareció frente a él y tras éste el resto del cuerpo que, una vez apoderados de ese fortín, levantarían la moral francesa y podría perderse la victoria conseguida. El artillero arrojó la bala al soldado francés, que herido mortalmente por el golpe en la cabeza rodó al foso del parapeto.
Mientras, cuando la segunda columna llegó al Fuerte de Guadalupe protegida por una línea de tiradores, Porfirio Díaz acudió en auxilio de los Rifleros de San Luis Potosí, que estaban a punto de ser rodeados. Movió en columna al Batallón Guerrero, a las órdenes del coronel Jiménez, y le ganó el terreno a los franceses. Para apoyar envió al resto de las tropas de Oaxaca, con los coroneles Espinoza y Loaeza a la cabeza, con lo que se logró expulsar al enemigo de las cercanías. El éxito alentó a Díaz, que destacó al Batallón Morelos con dos piezas de artillería a la izquierda, mientras por la derecha los Rifleros de San Luis Potosí se reponían de la pelea, antecedidos por una carga de los Lanceros de Oaxaca, trabándose un combate cuerpo a cuerpo que hizo retroceder a los atacantes.
En aquel momento, luego de ser repelidos por última vez, las efectivos franceses empezaron a huir, completamente dispersados. Se replegaron a la hacienda Los Álamos, para finalmente retirarse hacia Amozoc.
La celebración
Pese a que actualmente el 5 de mayo no está considerado en México como feriado oficial, en escuelas de todos los niveles se concede el asueto, mientras que los festejos se realizan principalmente en lugares cercanos a la localidad de Puebla y ciudades del extranjero donde radican mexicanos.
La Batalla de Puebla
Es el 5 de mayo un día de orgullo y de fiesta para todos los mexicanos; Ignacio Zaragoza, organizó la oposición al avance francés con cerca de 10 mil