Mientras el tren de carga pasaba a toda velocidad arriba de ella, Elvira López Hernández yacía de espaldas con la pierna destrozada sobre la vía del ferrocarril y se aferraba a dos cosas: los durmientes y el recuerdo de la hija de 4 años que había dejado atrás en Guatemala.
“Dije: ‘¡Dios mío, no quiero morir! ¡Mi hija!’”
López Hernández resbaló y cayó del tren en enero, una entre una veintena de migrantes polizontes que se dirigían a Estados Unidos. Ahora, se encontraba en un albergue en Ciudad Hidalgo, con la pierna amputada. Sin embargo, no tenía intenciones de regresar a la inseguridad y desesperación de la Ciudad de Guatemala; aún dirigía la mirada al norte.
“¿Qué más puedo hacer?”, manifestó.
En Washington, la mayor reestructuración migratoria en décadas reforzaría la seguridad fronteriza entre México y EU.
Sin embargo, hay otra frontera que hace que esa tarea sea aún más desafiante: los límites permeables de México con Centroamérica, donde un número cada vez mayor de migrantes que se dirigen a Estados Unidos cruza libremente a México bajo la mirada de las autoridades mexicanas.
Tantos centroamericanos huyen de la violencia, la inseguridad y el estancamiento económico de sus países de origen que los funcionarios estadounidenses han enfrentado un aumento abrupto en el número de migrantes que se abren paso a Estados Unidos cruzando México.
Los arrestos de inmigrantes ilegales de países que no son México -en su mayoría de Honduras, Guatemala y El Salvador- aumentaron más del doble a lo largo de la frontera suroeste de EU, de 46 mil 997 en el 2011, a 94 mil 532 el año pasado.
En enero, Janet Napolitano, la secretaria de Seguridad Interna de Estados Unidos, se reunió con funcionarios mexicanos, en parte para hablar sobre mejorar la seguridad en la frontera de México con sus vecinos centroamericanos, algo que el nuevo presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, ha prometido llevar a cabo.
Sin embargo, México ha tenido sentimientos encontrados respecto a su frontera. Muchos allí ven a los migrantes como hermanos latinoamericanos que requieren asistencia humanitaria mientras atraviesan el País en su trayecto hacia el norte.
No obstante, también existe una creciente preocupación porque los migrantes puedan permanecer más tiempo en México a medida que repunta la economía del País y se vuelve más difícil cruzar a Estados Unidos.
En Ciudad Hidalgo, un policía observaba mientras siete hombres cruzaban el estrecho río Suchiate que separa a esta parte de Guatemala de México. Los hombres estaban sentados sobre una balsa hecha con tablas de madera y cámaras de llanta, una de veintenas que cruzaban libremente de un lado a otro para trasladar a inmigrantes que se dirigen a EU. El oficial vio a los hombres descender de la balsa y adentrarse al pueblo, sin detenerlos ni interrogarlos.
“Si no tienen papeles, tendríamos que darles albergue y alimento hasta que vengan las autoridades migratorias”, explicó. “No tenemos presupuesto para eso”.
Los migrantes de Centroamérica hablan sobre su necesidad de empleo, pero también sobre la inseguridad descontrolada en las grandes ciudades, al tiempo que los grupos mexicanos del narcotráfico y la delincuencia irrumpen en sus países.
Estados Unidos ha destinado una gran cantidad de recursos a Honduras, El Salvador y Guatemala para capacitar y brindar asistencia a sus policías, pero la violencia sigue siendo alta.
“Este es realmente un problema regional y se requieren decisiones regionales e incluso instituciones regionales para solucionarlo, y EU podría jugar un mayor papel en el desarrollo de eso”, apuntó Eduardo Stein, ex vicepresidente guatemalteco.
La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EU anunció que planeaba transmitir anuncios de servicio público en Centroamérica para advertir de los peligros de hacer el cruce. Los migrantes enfrentan a ladrones, violadores y policías corruptos; las desapariciones son comunes.
México afirma estar haciendo su parte, al destinar unos 300 millones de dólares en los últimos años a la construcción y modernización de cruces fronterizos, la emisión de tarjetas de identificación para trabajadores agrícolas y la colocación de retenes en las carreteras importantes para disuadir y atrapar a los migrantes.
Sin embargo, en una tarde reciente, la mitad de los ocho puntos de revisión en una carretera que conducía al norte se encontraba desatendida u operada por oficiales que prestaban mínima atención.
En un refugio para migrantes en Tapachula, Chiapas, jóvenes de Honduras se arremolinaban en torno a un mapa que colgaba de la pared, colocando en Honduras y otro en Estados Unidos. “Dios mío, ni siquiera vamos a la mitad del camino”, señaló uno de ellos.
En Arriaga, los migrantes se reunieron donde el tren, conocido como “La Bestia”, parte con destino a ciudades del norte. Todos estaban conscientes del peligro que representaba.
López Hernández lo sabe bien. Su esposo murió hace cuatro años, por lo que quedó viuda a los 18. Al no poder encontrar empleo, narró, decidió alcanzar a un hermano que había llegado a Florida. Él le aseguró que allí había trabajo y ella esperaba ganar dinero suficiente para mantener a su hija y a otros parientes en casa.
La mujer pudo llegar hasta México y subirse al tren. Sin embargo, se escucharon gritos de “¡Migra!” -la Policía migratoria- y entre el alboroto, cayó bajo los vagones.
“Cerré los ojos y soporté el dolor”, recordó.
Eddie Ventura, un guatemalteco de 31 años, se encontraba en el río Suchiate del lado guatemalteco. Su propia pierna prostética estaba recargada contra un barandal; al igual que López Hernández, había perdido una pierna tras caer del tren, y ahora veía a otros probar suerte.
“No saben lo que les espera”, comentó Ventura. No obstante, él mismo no ha se ha dado por vencido.
“Aún quiero entrar a Estados Unidos”, afirmó.
Insisten migrantes en usar a México como un trampolín
Cientos de centroamericanos que huyen de la violencia y el freno económico en sus países cruzan libremente a través de la frontera sur de México, cau