Pasó con el papel higiénico, con el vino para celebrar misa y ahora le tocó el turno a las vacunas para prevenir un brote de gripe AH1N1, detectado en el estado venezolano de Mérida a finales de mayo y que se ha expandido a 22 de las 24 provincias del País.
Alertados por la noticia y el recuerdo de la epidemia de 2009, los venezolanos han buscado vacunarse para prevenir el contagio. Algunos vecinos del barrio Santa Cruz del Este, que se levanta a las faldas de un pequeño cerro de suelos inestables sobre el cual están construidas cientos de viviendas, estaban el pasado jueves en la entrada del Centro de Diagnóstico Integral (CDI) observando un cartel que decía: “No hay vacunas”.
Estamos en el sureste de Caracas frente a uno de los orgullos del chavismo, un edificio de la Misión Barrio Adentro, la red de salud gratuita desarrollada por Venezuela con la ayuda de médicos cubanos que atiende casos menores y emergencias.
Los pacientes que visitan el centro han entendido el mensaje escrito sin necesidad de mayores precisiones. “Tan escasas como el papel”, dice Yuly Medina, una morena gruesa mientras se voltea y sigue su camino.
El Gobierno ha llamado a la calma argumentando que no es necesario vacunarse.
Según sus cálculos, como la mayoría de las personas en riesgo de contraer la gripe ya están protegidas, sólo basta con extremar la higiene en las manos y el uso de jabón antibacterial.
Es cierto que no se trata de una pandemia como la que hace cuatro años causó tantas muertes en todo el mundo y que en Venezuela contagió a 3 mil 800 personas, de acuerdo con los cálculos del ex ministro de Sanidad, Rafael Orihuela.
En Caracas mucha gente está caminando por las calles con tapabocas y los médicos pediatras tienen por estos días exceso de trabajo en sus consultorios.
Los especialistas han calculado que la gripe ha cobrado la vida de 22 personas.

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