“Bajad a la capital”, reza irónico el cartel que anuncia la capitalidad europea de la cultura en Marsella. Como vaticinó Alejandro Dumas, la ciudad más antigua de Francia parece querer ser, finalmente, una urbe que rejuvenece a medida que envejece.
Hace décadas que este lugar con fama de rebelde apenas altera su paisaje. Este año, sin embargo, hay novedades. Nuevos edificios anuncian la capitalidad cultural 2013 –que comparte con la Provenza–, y esos inmuebles hablan más de identidad, recuperación urbana y ciudadanía que de fuegos de artificio.
“Hacía 60 años que en Marsella no se levantaban edificios singulares”, explica el arquitecto Emmanuelle Caille, director de la revista D’Architectures. Caille cuenta que, tras la Segunda Guerra Mundial, muchos inmigrantes llegaron al casco urbano, pero se construyó poco más que un gran centro comercial. Por eso le sorprenden los cambios del último lustro: un rascacielos de Zaha Hadid, una Villa Méditerranée que parece brotar del mar o un edificio envuelto en greca metálica de Rudy Ricciotti, un arquitecto local que aspira a universal con fama de reivindicativo y epicúreo a la vez.
La imperfección es el denominador común en esta ciudad. La arquitectura se beneficia de ese guiso con edificios esforzados, estrechos, y calles de recorridos inciertos que, como en Cádiz, descubren el mar al final del asfalto. El contexto es tan variopinto que parece capaz de absorberlo todo. Esa podría ser la mejor cualidad de esta urbe: tiene espacio, tiene sol y no tiene prisa. Es la segunda ciudad de Francia y no parece tener ningunas ganas de luchar por el primer puesto.
Como el cineasta Robert Guédiguian, otro de los hijos insignes de la villa es el polémico arquitecto Rudy Ricciotti (1952). Nacido en Argel, pero educado en Marsella, es autor del Musée des Civilisations de l’Europe et de la Méditerranée (Mucem), el plato principal de la transformación que acompaña la capitalidad cultural. El de Ricciotti será el primer museo nacional alejado de la centralista París. Se acaba de inaugurar, pero lleva ya meses cubierto por un velo metálico horadado que en el futuro lo protegerá del sol y hoy lo ha convertido en un edificio misterioso y fotogénico.
Caballero de la legión de honor con oficinas en Seúl y despacho en el puerto pesquero de Bandol, cerca de Marsella, Ricciotti ha conseguido desbancar a Jean Nouvel en el campeonato de arquitectos carismáticos, apostando por la simpatía y la cercanía frente al glamour y la sofisticación distante del parisiense.
Además de la pieza estrella de Ricciotti, algunos de los cambios ya han empezado a transformar el skyline de la ciudad. Por el Oeste asoma el rascacielos azulado de la naviera CMA CGM que Zaha Hadid ha concluido ya en el puerto industrial, muy cerca de los cinco kilómetros que está transformando el proyecto de La Cité de la Méditerranée, en el que el Ayuntamiento ha invertido 240 millones de euros.
Entre todas las obras que revolucionan ese puerto, la torre de 147 metros de altura proyectada por Hadid, visible desde casi toda Marsella, es un volumen roto, con una doble piel de vidrio que actúa como pantalla solar y que, al llegar a la cima, se separa en dos desplegando la fluidez que caracteriza la arquitectura de la iraquí.
A Hadid le gusta Marsella. Dice que el contexto ruidoso y deslavazado de la zona es, en realidad, “rico”. Y añade que “en las alturas, las vistas sobre la bahía y el puerto pacifican cualquier problema”. El edificio de Hadid no repara en la antigua fábrica de tabaco La Friche, en el barrio obrero de Belle de Mai. Sin embargo, desde la azotea de esa factoría convertida en centro de arte experimental sí se ve la nueva torre del puerto.
El circuito experimental es el plato fuerte de esta ciudad convertida en laboratorio creativo. Eso busca ser La Friche, que ha bendecido una iniciativa vecinal. Los ciudadanos se movilizaron para salvar la antigua fábrica. También apoyaron la peatonalización del puerto. Ese peso cívico convierte los cambios de Marsella en un caldo de cultivo para la convivencia tan real como las playas cuando llega el verano.
El proyecto de Kengo Kuma para el Fonds Régional d’Art Contemporain (FRAC), en la Rue Vincent Leblanc, recuerda más a un diente de oro que a un implante dental. Puestos a no asimilar su edificio al marco urbano, el japonés le ha roto la fachada en mil pedazos de vidrio. Así, desde fuera llama la atención, casi molesta. Pero dentro desaparecen los juegos de op art y aparece un espacio inesperado en una esquina que se intuía mucho más estrecha.
También la Villa Méditerranée que el italiano Stefano Boeri ha levantado entre el puerto viejo y el de La Joliette resulta extraña. Es un edificio contenido que decide llamar la atención. Eso cuesta entenderlo. Parece una pérgola al pie de la catedral neobizantina de La Major, pero marca el umbral a la nueva zona de negocios, la más transformada de la ciudad, donde destaca la torre de Hadid.
En la visera de la Villa Méditerranée, 40 metros sobre el agua, el italiano habla de “llevar un pedazo de mar al suelo”. Sin embargo, la arquitectura tiene más de aterrizada que de atracada. El objetivo del edificio es informar, mostrar y fomentar la discusión.
Marsella… Ciudad de estreno
La segunda ciudad más importante de Francia recibe la Capitalidad Europea de la Cultura con llamativos proyectos arquitectónicos