El jefe del Ejército le formuló al presidente Mohamed Morsi una simple exigencia: renuncie voluntariamente y no se resista al ultimátum militar o a las demandas de las enormes multitudes en las calles de Egipto.
“¡Sobre mi cadáver!” le respondió Morsi el lunes al general Abdel-Fata el-Sisi, dos días antes de que las Fuerzas Armadas finalmente derrocaran al líder islamista al cabo de un año en el cargo.
Al final, el primer presidente de Egipto elegido libremente estaba aislado, sus aliados lo habían abandonado y nadie en el Ejército o la Policía estaba dispuesto a apoyarlo.
Incluso sus Guardias Republicanos simplemente se apartaron cuando comandos del Ejército llegaron para llevarlo a unas instalaciones no reveladas del Ministerio de Defensa, de acuerdo con funcionarios militares, de seguridad y de la Hermandad Musulmana que dieron a The Associated Press un relato de las últimas horas de Morsi en el cargo. Hablaron bajo condición de anonimato porque no estaban autorizados a discutir el asunto con los medios de comunicación.
Los funcionarios de la Hermandad Musulmana dijeron que vieron venir el final de Morsi desde el 23 de junio, una semana antes de que la oposición planeara su primera gran protesta. El Ejército dio al presidente siete días para resolver sus diferencias con la oposición.
En los últimos meses, Morsi había estado en desacuerdo con prácticamente todas las instituciones del país, incluyendo los principales clérigos musulmanes y cristianos, el poder judicial, las fuerzas armadas, la Policía y las agencias de inteligencia. Sus opositores políticos alimentaron la ira popular con acusaciones de que Morsi dio demasiado poder a la Hermandad y otros islamistas, mientras había sido incapaz de hacer frente a los crecientes problemas económicos de Egipto.
Había tanta desconfianza entre Morsi y los organismos de seguridad que estos comenzaron a retener información, y desplegaron tropa y vehículos blindados en ciudades en la última semana sin su conocimiento, dijeron los funcionarios.
La Policía también se negó a proteger las oficinas de la Hermandad Musulmana que fueron objeto de ataques en la última oleada de protestas.
Así, cuando Morsi luchaba por su supervivencia, no había nadie a quien recurrir, excepto para pedir ayuda exterior a través de embajadores occidentales y un pequeño grupo de ayudantes de la Hermandad, que podían hacer poco más que ayudarlo a grabar dos discursos de último minuto.
En esas declaraciones, Morsi enfatizó emotivamente su legitimidad electoral, un tema que planteó reiteradamente en las conversaciones con el-Sisi.
A principios de esta semana, en dos reuniones en igual número de días, Morsi, el-Sisi y Hesham Kandil, el primer ministro respaldado por los islamistas, se sentaron a discutir maneras de salir de la crisis, mientras millones de egipcios pedían a gritos la renuncia del presidente.
Pero Morsi seguía remitiéndose al mandato que ganó en las elecciones de junio de 2012, según uno de los funcionarios. Dijo que Morsi no abordaría las protestas masivas o cualquiera de los problemas más acuciantes del país: la seguridad, el aumento de precios, el desempleo, los apagones y la congestión vial.
Un portavoz de la Hermandad, Murad Ali, dijo que el Ejército ya había decidido que Morsi se tenía que ir, y el-Sisi no contemplaba ninguna de las concesiones que el presidente estaba dispuesto a hacer.
El lunes, las fuerzas armadas anunciaron que habían dado a Morsi 48 horas para satisfacer las demandas de los manifestantes o enfrentar la intervención militar.
Sin embargo, en realidad la cuenta regresiva ya había comenzado el 23 de junio, cuando el-Sisi dio a Morsi y la oposición una semana para resolver sus diferencias, una posibilidad remota dada la enorme brecha entre los dos bandos.
Funcionarios de la Hermandad dijeron que vislumbraron la llegada del fin, sobre la base de los comentarios de el-Sisi, nueve días antes del derrocamiento de Morsi.
“Sabíamos que todo había terminado el 23 de junio. Embajadores occidentales nos dijeron eso”, dijo otro portavoz de la Hermandad. La embajadora estadounidense Anne Patterson fue uno de los enviados, agregó.
Morsi buscó aliados en el Ejército, al pedir a dos de sus principales asesores —Asad el-Sheij y Rifa el-Tantawy— que establecieran contacto con oficiales que pudieran simpatizar con el gobierno en el segundo cuerpo del Ejército con sede en Puerto Said e Ismailía en el Canal de Suez.
El objetivo era encontrar aliados militares para usarlos como moneda de cambio con el-Sisi, dijeron funcionarios de seguridad con conocimiento de primera mano de los contactos.
No hubo indicios de que las proposiciones de Morsi hayan surtido algún efecto, pero el-Sisi, al enterarse de los contactos, decidió no arriesgarse. Dio instrucciones a todos los comandantes de las unidades de no entablar ningún contacto con el palacio presidencial y, como medida de precaución, envió tropas de élite a las unidades cuyos jefes habían sido contactados por los asesores de Morsi.
Según el periódico Al-Ahram, le ofrecieron a Morsi un salvoconducto para marcharse a Turquía, Libia u otro lugar, pero se negó. También le ofrecieron inmunidad judicial si renunciaba voluntariamente, pero volvió a negarse, añadió el periódico.
Morsi pronunció un discurso la noche del martes en el que se comprometió a mantenerse en el poder e instó a sus partidarios a luchar para proteger su legitimidad.
Poco después de que terminó, el-Sisi lo confinó en la sede de la Guardia Republicana. Algunos de sus colaboradores cercanos, incluyendo el-Haddad, se quedaron con él.
Las tropas comenzaron a desplegarse en las principales ciudades a las 5 de la madrugada del miércoles, antes de la expiración del ultimátum de dos días que dio el Ejército.
Al mediodía del miércoles, horas antes de que el-Sisi anunciara el derrocamiento, las tropas de la Guardia Republicana encargadas de proteger a Morsi abandonaron al presidente y sus ayudantes.
Comandos del Ejército no tardaron en llegar. No hubo conmoción, y Morsi se fue en silencio, llevado a una instalación del Ministerio de Defensa que no ha sido revelada, dijeron los funcionarios.

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