Hace seis años, un cardenal argentino lideró en el Santuario de la Virgen de Aparecida, patrona de Brasil, la redacción de un documento que pretendía devolver la Iglesia a la senda de Cristo, despojándola de los oropeles del poder y acercándola a la gente.
El llamado documento de Aparecida dice, entre otras cosas, que “la Iglesia debe liberarse de todas las estructuras caducas que no favorecen la transmisión de la fe” y anima a los obispos a ser servidores del pueblo y no al contrario.
A través de aquellas ideas reformistas, aquel obispo argentino se convirtió, tras la renuncia de Benedicto XVI, en el Papa Francisco y ahora ha querido que su primer acto religioso dentro de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) sea precisamente aquí.
“El cristiano no puede ser pesimista”, advirtió Jorge Mario Bergoglio durante la homilía, “no puede tener aspecto de quien está de luto perpetuo”.
El Papa Francisco no da puntada sin hilo. Su primera jornada oficial -el martes lo dedicó a reuniones de trabajo con los obispos a los que ha encargado la reforma del Vaticano- estuvo cargada de simbolismo.
Fue una jornada, por tanto, dividida entre la oración y el trabajo a favor de los desfavorecidos. Desde el centro de la devoción mariana -donde se venera una pequeña virgen negra que según la leyenda fue encontrada en el siglo XVIII por unos pescadores- a las periferias del mundo, llenas de sufrimiento.
Durante la homilía, Jorge Mario Bergoglio desarrolló una de las bases del documento de Aparecida: la Iglesia debe afrontar los retos del mundo moderno de forma positiva, sin miedo, dejando atrás la amenaza constante del infierno y el fuego eterno.
“Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El dragón, el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza. Es cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el éxito, el dinero, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros. Seamos luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la realidad”.
Al principio de la homilía, que leyó en portugués, Francisco confió a los fieles una anécdota muy querida. En 2007, durante la redacción del documento de Aparecida, los obispos que participaban en la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe trabajaron en una sala situada bajo el santuario, oyendo los pasos y los rezos de los peregrinos. “Los obispos”, explicó, “se sintieron alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen; aquella Conferencia fue un gran momento de la Iglesia”.
Se podría decir que aquel fue el momento en que Jorge Mario Bergoglio empezó a caminar hacia la silla de Pedro.
Los obispos llegados de toda América vieron la forma de trabajar del entonces cardenal de Buenos Aires.
La obsesión de Bergoglio era sacar a la Iglesia del ambiente viciado de las sacristías, de los lujos del Vaticano a las necesidades de la gente corriente. Aquel documento contiene frases que poseen una música y una letra muy parecida, por no decir idéntica, a los mensajes que Bergoglio lanza un día y otro también desde que fue elegido Papa y que se resumen en un par de frases pronunciadas en la homilía: “Los jóvenes no sólo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que les propongamos los valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo: espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría; son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe cristiana”.

Animan mexicanos jornada

Entre la marea de jóvenes católicos de todo el mundo que han inundado Río de Janeiro por la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), los mexicanos se hacen notar, y sobre todo escuchar.

Por las calles y playas, en las filas de los restaurantes y en el transporte público ondean banderas tricolor y cada tanto, cuando se cruzan grupos de connacionales, se siente un apasionado “¡Viva México!”.
“Trajimos matracas, guitarras, sombreros de charro y mucho espíritu mexicano”, señaló a Reforma Alejandra Nava, de 16 años, de Huixquilucan, Estado de México.
Antes, Nava estuvo misionando, junto con otros 50 jóvenes, en la zona de las sierras del estado de Río de Janeiro, donde ayudaron a limpiar iglesias y realizaron visitas a discapacitados.
La experiencia les sirvió para adaptarse mucho mejor al pueblo brasileño, al idioma portugués, a la comida y hasta para entender las expresiones típicamente brasileñas.
“La convivencia entre nosotros y con familias brasileñas nos enseñó muchísimo”, comentó María López, de la Ciudad de México.
“Ahora vinimos a Río y vemos toda esta multitud de jóvenes, todos unidos por la fe; es muy emocionante”, dijo López.
Muchos de los mexicanos que ya estaban en la Cidade Maravilhosa el lunes fueron al Centro a ver la llegada del Papa Francisco. Y, orgullosos, mostraban las numerosas fotos que alcanzaron a tomar del Pontífice argentino.
“Nunca había soñado poder estar tan cerca de un Papa”, dijo en tanto Reyna Jaimes, de 19 años y oriunda de Acapulco.

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