Apenas Enrique Peña Nieto asumió la presidencia, la televisión comenzó a repetir un anuncio en el que dos hombres brincaban entre edificios mientras hacían piruetas y una voz resumía lo que el nuevo gobierno se marcó como objetivo: mover a México.
“Nos mueve que pensamos de otra manera, que somos distintos y que no nos vamos a detener hasta llevar a México a donde se merece: a un mejor futuro”, decía la voz sobre un gobierno que marcó el regreso al poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI), un grupo político que se ha empeñado en asegurar que dejó atrás viejas prácticas corruptas y autoritarias que según sus críticos marcaron las siete décadas que gobernó ininterrumpidamente hasta el 2000.
En los días siguientes a su toma de posesión el 1 de diciembre el mandatario dio pasos que hicieron crecer las expectativas de que el país entraba a una etapa de cambio: tras más de una década de disputas políticas logró sentar en la mesa a los líderes de los tres principales partidos, que firmaron un pacto para impulsar grandes reformas en el Congreso y en menos de un mes México vio la aprobación de modificaciones constitucionales para iniciar la mayor reestructuración del sistema educativo en más de seis décadas.
Tres meses después se aprobó una ambiciosa reforma en materia de telecomunicaciones con el fin de reducir el poderío de los cuasi monopolios en telefonía y televisión, también con el aval de los principales partidos de oposición.
Pero a punto de que el presidente Peña Nieto entregue su primer informe de gobierno al Congreso, está claro que “mover” a México no es tan sencillo para un grupo político que volvió al poder en un entorno más democrático y sin los controles que llegó a tener antes que 12 años atrás perdiera por primera vez la presidencia.
De hecho, el que fue su primer principal logro —la reforma educativa— se ha convertido también en el primer tropiezo que pone a prueba su capacidad de hacer realidad los cambios prometidos.
Miles de maestros opuestos a la reforma educativa han tomado en las últimas dos semanas las calles de la Ciudad de México y lograron que los legisladores retiraran por ahora de la discusión una ley para hacer obligatoria la evaluación de maestros de educación básica como condición para permanecer en sus plazas y avanzar profesionalmente.
Algunos han visto el retiro de la norma como un triunfo de los maestros, que lo consideran un atentado contra sus derechos laborales, y otros como una concesión temporal para escucharlos y reducir las tensiones en las calles.
Pero las protestas por el tema educativo pueden ser una pequeña muestra de lo que podría venir en las próximas semanas cuando el Congreso discuta un tema aún más polémico y que toca el corazón de uno de los principales símbolos del nacionalismo: la reforma energética, con la que el gobierno pretende abrir a la iniciativa privada la exploración y producción de crudo, que hasta ahora es facultad exclusiva de la empresa estatal Petróleos Mexicanos (Pemex).
De hecho, el ex candidato presidencial izquierdista Andrés Manuel López Obrador ha convocado a un mitin el 8 de septiembre para protestar contra lo que considera una “privatización” de la industria; ese será el mismo día que el gobierno tiene planeado dar a conocer otra reforma, la fiscal, que algunos advierten podría implicar el pago de impuestos por la compra de alimentos y medicinas.
Para Alberto Aziz Nassif, analista y profesor del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), se puede estar gestando “un movimiento social muy extendido que de alguna manera se prevé como la tormenta perfecta”.
Parece, dijo, que del lado del gobierno “hubo un mal cálculo de abrir todos los expedientes al mismo tiempo”.
Al comenzar su gobierno, Peña Nieto recibió elogios dentro y fuera de México ante lo que varios anticipaban como un escenario luminoso para un país que en los seis años anteriores estuvo marcado por la lucha contra el narcotráfico del ex presidente Felipe Calderón (2006-2012), lo que generó divisiones entre diversos actores políticos y sociales.
“Este gobierno inicia con una gran expectativa sobre todo por el grado de confrontación, de crispación y de división alentada por Felipe Calderón”, dijo a Virgilio Bravo, investigador del Instituto Tecnológico de Monterrey. “En realidad el ánimo estaba muy esperanzado a cambios prontos, a cambios rápidos, a cambios instantáneos”, añadió.
Entre los primeros cambios evidentes fue la narrativa del discurso presidencial. Peña Nieto evitó centrarse en la violencia para dedicar la mayor parte de su tiempo a hablar del futuro promisorio que le esperaba al país con las reformas que promovería en áreas consideradas clave, como educación, telecomunicaciones y energía.
Thomas Friedman, respetado columnista de The New York Times, expresó su optimismo sobre el país en un artículo publicado en febrero: “¿Qué país se convertirá en la potencia económica más dominante en el siglo XXI? Ahora tengo la respuesta: México”.
Pero nueve meses después del inicio del gobierno el entorno ha cambiado. Además de las protestas magisteriales y las advertencias de izquierdistas de movilizaciones contra la reforma energética, México se enfrenta a una reducción en las expectativas de crecimiento para el cierre del año, de 3,1% a 1,8%, y una situación de violencia que aún prevalece en algunas zonas del país.
“Lo que estamos viendo es que no se vive de luna de miel todo el tiempo y que finalmente el ejercicio de gobernar es un ejercicio muy complejo que requiere una gran habilidad para establecer las negociaciones, para establecer las relaciones con las diferentes fuerzas políticas y sociales”, consideró Helena Varela, directora del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana.
Y a diferencia del pasado, cuando en algún momento los gobiernos del PRI tuvieron el respaldo de una mayoría de los legisladores en el Congreso, ahora no tienen los escaños suficientes para aprobar por sí solos todas las iniciativas de ley, en particular las constitucionales, que necesitan dos terceras partes de los votos.
“A pesar de que ganaron la presidencia, no ganaron con la mayoría, es un gobierno dividido”, dijo Aziz. “Tienen que aprender a gobernar en un contexto diferente en donde hay una gran cantidad de nuevas voces, de otros espacios, de menos controles”.
Peña Nieto ganó las elecciones presidenciales del 2012 con 38,2% de la votación. Detrás de él quedó el izquierdista López Obrador con 31,6%.
En términos de imagen, el presidente ha tenido buenos meses, aunque eso no se ha traducido en una gran aprobación en las encuestas.
Según algunos sondeos, el mandatario se ha mantenido en alrededor de 50% de aprobación, cuando sus dos antecesores —Felipe Calderón y Vicente Fox, ambos del conservador Partido Acción Nacional— tuvieron niveles superiores al 60% en los primeros meses de su mandato.
Por lo pronto, en estos días previos a su primer informe de gobierno, el presidente aparece en anuncios en televisión para mantener el ánimo positivo.
“Ya hemos logrado reformas muy necesarias, incluso constitucionales, y vamos a lograr más. ¿Por qué? Porque la patria es primero”, dice el mandatario en uno de los anuncios grabado en el Palacio Nacional.
Inicialmente se tenía previsto que Peña Nieto diera un discurso el domingo con motivo de la entrega de su informe de gobierno, aunque el propio presidente dijo que se evalúa cambiar el día.
Los maestros opositores a la reforma educativa han dicho que planean realizar manifestaciones el día del informe, pero también que se mantendrán para apoyar a otros grupos frente a las nuevas iniciativas legales que se discutirán.
“La agenda se articuló de manera natural, es contra la reforma educativa, contra la reforma energética y en contra de que se incremente la carga fiscal a la población. Vamos con esas tres consignas”, dijo Juan Melchor Román, uno de los dirigentes del movimiento magisterial que protesta en la capital.
Aziz señaló que el gobierno ha mostrado “oficio” para gobernar en ciertas condiciones de normalidad, pero consideró que “el oficio se pone a prueba cuando está la crisis en su máxima expresión, como sucede ahora”.
Peña Nieto dijo esta semana que su gobierno no cederá a ninguna presión y se mantendrá firme en la promoción de las reformas educativas.
“No voy a cejar en mis esfuerzos, no voy a ceder y menos claudicar”, aseguró el mandatario a reporteros.

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