Sara Lucas Garay lo confiesa: es adicta al juego. Ella es maestra jubilada y es tanto su gusto por las maquinitas tragamonedas, que ha llegado a gastarse en una semana todo el dinero de su pensión.
“Pero me recupero. En cualquier momento vuelvo a ganar, que los 5 mil o 500, varía las cantidades que la maquinita acumula y así continúo a diario”, dice muy optimista.
La maestra de 65 años de edad, comenta que le gusta ir a los casinos de León para no sentirse sola.
“Yo nunca me casé, me dediqué a mis alumnos. Aquí en el casino me siento en compañía, escucho el ruido de la gente, me atienden y me divierte ganar. Me causa emoción saber qué pasará, me motiva a seguir viniendo, pensando que tal vez me sacaré el “acumulado” de la maquinita”.
Reconoce que hay semanas en que no gana nada, pero a pesar de ello siempre tiene ánimos de volver.
“Cuando llego a mi casa me siento extraña, tapo a mis pájaros y me voy a dormir, pero comienzo a sentirme muy sola, con ansiedad y me da insomnio. Sólo espero que amanezca para irme al casino. He intentado dejar de ir, pero ya son muchos años. Los únicos días que no voy a jugar es cuando voy a visitar a mis hermanos a México. Pero cuando llega la noche me llega la ansiedad por estar en la maquinita y eso hace que me dé el insomnio”.

Una adicción que crece
La ludopatía o adicción al juego se ha extendido a la par de que han proliferado los centros de apuestas en la ciudad, reconocen psicólogos y especialistas.

Las mujeres son las que más acuden en busca de ayuda, para superar su adicción.

La Clínica La Esperanza ya cuenta con un tratamiento para ludópatas, y tan sólo este año ha atendido a 10.
En lo que va del año, la Clínica Serenitatem ha atendido cinco casos de adicción (tres mujeres y dos hombres). El año pasado la cifra de sus pacientes ludópatas fue de cinco amas de casa y tres hombres adultos, todos mayores de 35 años.
El psiquiatra Antonio Hinojosa informó que este año ha atendido a cuatro pacientes con esta adicción y el año pasado fueron seis.
Entre 2012 y 2013 el psicólogo Ángel Piña ha atendido seis casos de ludopatía, de los cuales cinco eran mujeres.
Los psicólogos consultados recomendaron a quienes tienen obsesión por apostar, que acudan en busca de ayuda.
Lo grave -advirtieron- es que es frecuente que los ludópatas acompañen el juego con alguna otra adicción, como el alcohol, lo que complica su recuperación.

Cada vez más mujeres
Gilberto Espino González, director clínico de La Esperanza, mencionó que ese centro de atención tiene un programa de cinco semanas de internamiento para los ludópatas.
Primero se hace una valoración del paciente y luego se inicia la terapia individual, grupal y familiar con ayuda del libro de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos, además de tomar clases de meditación, yoga y actividades educativas.
“El paciente una vez que se interna con nosotros al principio está en un mecanismo de defensa, es decir acepta la ayuda más no la enfermedad. Se interna para tranquilizar las cosas en su casa. Posterior a esto inicia un proceso de aceptación y termina reconociendo su enfermedad”, explicó el directivo.
Dijo que cuando el paciente es dado de alta, debe seguir acudiendo a terapia una vez a la semana durante un año, para evitar recaídas.
Desde que se fundó la clínica, en el año 2000, han atendido entre 40 y 50 pacientes de ludopatía. La mayor cantidad de casos se han dado este año, con 10.
Espino destacó que hasta hace un año y medio los pacientes con ludopatía eran hombres, pero ahora la mayoría son mujeres.

Afectan la vida familiar
“Un ludópata es aquella persona que inició socialmente divirtiéndose y disfrutando del juego, y terminó saliendose de control, jugando de manera obsesiva-convulsiva”, explicó el especialista.
“El ludópata presenta desinterés por la familia, el trabajo, presenta descontrol, intolerancia, exigencia al pedir las cosas, quiere las cosas de inmediato y niega su problema”.
Mencionó que esta actitud provoca graves conflictos familiares.
“En lo familiar no hay límites, (ocurren) problemas con la pareja y resentimientos (…) Por lo general el ludópata nunca pide ayuda y la familia no logra darse cuenta de la enfermedad, cree que es un vicio. Una vez que los familiares detectan que tienen deudas, problemas, que faltan cosas en casa, entre otras cuestiones, dependiendo del caso, es muy común que acudan a curanderos, cuestiones religiosas, ritos entre otros medios y finalmente terminan pidiendo ayuda profesional”.

Pierden hasta la casa
Antonio Hinojosa, presidente de la Sociedad de Psicólogos de León, dijo que por lo general los ludópatas no reconocen su adicción hasta que tocan fondo.
Recordó el caso de un paciente que no se había dado cuenta de su problema por las apuestas de gallos, hasta que un día fueron a pedirle las escrituras de su casa.
En ese momento aceptó que tenía una adicción y decidió pedir ayuda.
“Un ludópata tiene que “tocar fondo”, ya que en ocasiones la gente que atiendo no viene por convicción y es donde no hay un avance y dejan de tomar su terapia y reinciden”.
Enlistó algunas características de los ludópatas: “no aceptan que tiene un problema con el juego, ansiedad por ir a jugar en cualquier momento, inician con apuestas mínimas y después en aumento, enojo por no ganar, impulso por regresar a jugar hasta ganar, pierden el contacto con la realidad, comienzan a fantasear de que ganarán y finalmente su motivación en el juego es que cuando ganan, confían en que seguirán ganando y se vuelve un círculo vicioso”.
El psicólogo recalcó que la ludopatía es una adicción como el alcoholismo o la drogadicción.
“No es más que evadir o sustituir un conflicto interno de la personalidad. En adultos mayores que viven solos, su refugio es una máquina tragamonedas o bingo.
La ludopatía siempre trae consigo problemas familiares: “En ocasiones el padre de familia en cuanto recibe su sueldo acude al casino, las madres no atienden a sus hijos por estar en el juego y en casos extremos los jóvenes llegan a robar”.

Perdí casas, coches y marido’

Testimonio de una señora de 45 años

A lo largo de muchos años he jugado en casinos. He ganado mucho dinero, pero también he perdido dos casas, coches y me dejó mi marido. A mis dos hijos también les justa jugar. Mi hermana en ocasiones me invita a jugar, porque yo pocas veces traigo dinero.
Me gusta sentarme en las mesas para que me inviten un “cartón de bingo”. Cuando gano les reparto el premio a los que me invitan el juego. A vendedores también le pido fiado y si gano les pago el cartón y dejo buena propina.
Cuando nadie me quiere invitar me siento con una viejita que siempre trae una canasta y tomamos los cartones que ya están jugados y simulamos que estamos en la jugada. Para sentir la sensación del juego y calmar la ansiedad.

TESTIMONIO
El drama de la adicción

›› ‘Perdí mi casa y a mi familia’

Testimonio de un ludópata de 55 años, internado en una clínica de León.

Mi adicción comenzó cuando tenía como 43 años. Mis compañeros del trabajo me invitaron, me acuerdo que jugué en los galgos y me gané 500 pesos en uno de los primeros casinos de León.
Seguí jugando de vez en cuando, al principio no tenía ningún problema porque tenía solvencia económica, era agente de ventas de calzado y ganaba por comisiones más un sueldo, así que me iba bien. Cuando empecé perdía poco dinero y el tiempo que pasaba en el casino era corto. Nunca pensé que me estaba “enganchando” en el juego.
Mi adicción al juego fue subiendo. No podía dejar de jugar un solo día porque a veces ganaba dinero, y lo que ganaba era para seguir jugando al día siguiente, y volver a jugar para ver si ganaba.
Le dedicaba más tiempo al juego y menos a estar en mi casa e incluso al trabajo. Empecé a tener deudas que iban creciendo y entré en un círculo vicioso en el que jugaba para ver si ganaba y pagar las deudas.
En ocasiones me gastaba lo que me pagaban del zapato los clientes y a mi jefe le decía mentiras: que no había ventas o que me habían dicho que pasara el fin. Y cuando ganaba en el juego, recuperaba el dinero que había agarrado de mi jefe.
Mi patrón se dio cuenta porque comencé hacerlo bien seguido y me corrió. Me quedé sin dinero y recurrí a préstamos bancarios, en la caja popular, empeñaba cosas, tuve problemas con mi esposa. Fue cuando me di cuenta de mi problema, fui con un psicólogo hace tres años pero dejé la terapia y regresé al juego.
Vendí lo poco que me quedaba en mi casa y una noche de hace dos años aposté las escrituras de mi casa y la perdí. A consecuencia de esto mi esposa me dejó y se fue con mis hijos: me quedé solo.
Me fui a vivir con mi hermano y ya no sé nada de mi esposa y de mis hijos. Supe que se fueron a Puebla con una tía de mi esposa. Nunca dejé de asistir al casino, me mantenía con lo que a veces ganaba y seguí consiguiendo para el juego.
Hasta que mi hermano me internó en este año en la Clínica Serenitatem, donde estoy atendiendo mi enfermedad.

›› ‘Acabé conla tiendade mi mamá’

Testimonio de un joven de 20 años, internado en tratamiento.

Inicié a los 15 años jugando peleas de perros en la colonia y después gallos. Un día llegó un cuate a invitarme a jugar al casino, pero no me dejaron entrar. Y se me ocurrió en la casa comenzar a jugar baraja y dominó. Después renté maquinitas tragamonedas.
Tuve problemas con los vecinos porque los niños se la pasaban en las maquinitas y mi mamá me regañó. Quité las maquinitas, pero seguía peleando gallos, porque las peleas de perros eran más escandalosas y como todo lo hacía clandestino, sí le sacaba a la poli.
Siempre había problemas de gritos, peleas, amenazas. Todo lo hacía en el corral de la casa, allá en San Miguel. Mi mamá ya estaba bien aburrida de mis desmadres. Dejé todo y sólo jugaba gallos de vez en cuando. Ya en ese tiempo había cumplido los 18 años y un día me fui al casino. Comencé a ganar más “lana” de forma rápida.
Conocí a una chava en el casino y nos la pasábamos jugando desde que abrían hasta el cierre. Como mi mamá tenía una tienda, cuando no tenia dinero de las peleas de gallos le agarraba a ella.
No trabajaba, me la pasaba en el casino. Vendí mis gallos, le robaba a mi mamá hasta acabar con su tienda porque no tenía con qué surtir. Terminé robando celulares y laptops, iPods a los chavos de la prepa oficial, para irme a jugar.
Después empeñaba los aparatos de la casa, y como yo no tengo papá, mi mamá le dijo a mi tío de mi problema. Hablaron conmigo y me internaron hace dos meses.

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